Técnicos blandos de ideas firmes

DEPORTES

XOSE CASTRO

31 dic 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace solo 25 años los gritos xenófobos no solo eran frecuentes en los estadios, sino que incluso salían de los fondos que ocupaban grupos ultras tan despistados que luego quisieron darse una capa de pintura antirracista. Fueron los tiempos de mayor descontrol tanto dentro como alrededor de los estadios, cuando ir al fútbol en familia podía derivar en una práctica de cierto riesgo. En 1992 el entrenador Guus Hiddink exigió la retirada de una esvástica de la grada de Mestalla antes de que empezase un partido contra el Albacete. Aquel gesto abrió un camino, cuando gran parte de los directivos de los clubes todavía se empeñaban en blanquear la imagen de sus chicos malos, en una obscena tolerancia de la violencia por acción o por omisión. Tanto, que aquel día el presidente del Valencia, Arturo Turzón, negó los hechos antes de que los confirmase el entrenador holandés. «Es imposible. ¿Cómo puede estar pendiente el preparador de lo que sucede en las gradas? Su trabajo está sobre el césped. Me parece una tontería». No se lo pareció a Hiddink, marcado por el dolor familiar durante la segunda Guerra Mundial en la localidad de Arnhem, en el lado holandés de la frontera con Alemania. Ni a los clubes y entrenadores que siguieron su ejemplo en los meses siguientes controlando símbolos nazis.

Aquella tarde Hiddink pasó de las palabras a los hechos, algo que no había sucedido antes, pese a que la Ley del Deporte ya prohibía en los campos pancartas que incitasen a la violencia. Y desbrozó un camino sin retorno. Los estadios son hoy lugares más respirables gracias al arrojo de entrenadores como Hiddink y Ancelotti, que esta semana trató de parar el Inter-Nápoles por los insultos racistas contra Koulibaly. Gracias a su gesto, quizá no haya próxima vez, o, si la hay, se suspenderá el partido.

Las etiquetas en el fútbol pueden ser tan absurdas que entrenadores de ideas tan firmes como Hiddink o Ancelotti se estereotipan como blandos porque prefieren el convencimiento al grito, la razón al insulto. Qué ironía de etiqueta cuando otros tan directos y bizarros como Cholo Simeone miraron hace unos años para otra parte ante un crimen cometido por los chicos descarriados del Calderón.