Fallece Suso Morlán, el hombre que llevó a Cal a la gloria olímpica

DEPORTES

El entrenador, que tenía 52 años, fue el tutor del palista de Cangas desde niño y el arquitecto de sus cinco metales

11 nov 2018 . Actualizado a las 22:38 h.

Tozudo, optimista y peleón hasta el final, hace solo unas semanas que Suso Morlán compartía su esperanza de seguir en el agua en los próximos Juegos Olímpicos. «Iré a Tokio 2020, pero también a París 2024», explicaba durante el último Mundial de Montemor-o-Velho (Portugal). De allí, como casi siempre, salió triunfador. Ahora su sonrisa en segundo plano acompañaba los éxitos de Isaquías Queiroz, convertido en uno de los brasileños con mejor palmarés en cualquier deporte; durante toda una vida, guio a David Cal con la misma fórmula del trabajo metódico, la disciplina y el sacrificio a largo plazo, hasta que vio colgadas de su cuello cinco medallas olímpicas. A finales del 2016 empezó a luchar contra el cáncer, desde que se le detectó un tumor en la base del cerebro, y ayer falleció a los 52 años, según confirmó la federación española de piragüismo. A América le había llevado su prestigio como entrenador y también la presencia en Colombia de su mujer, Tania, con la que tenía una hija de 7 años. A ellas dedicaba el tiempo que le dejaba el piragüismo.

Con estudios de Filología Inglesa, Morlán se encaminó pronto hacia el piragüismo. Y trató de dotar al entrenamiento de una base científica que arropase el voluntarismo que impregnaba el trabajo en la mayoría de clubes gallegos durante los años ochenta y noventa.

El entrenador que lo salvó

Cuando David Cal todavía era un chaval infantil, regordete y corriente, comenzó una relación que terminó con un récord todavía vigente, el de cinco medallas en los Juegos, un hito del olimpismo español. Juntos describieron un camino largo, lento y ejemplar hacia la gloria. Cal, que acudió a Sídney 2000 como reserva, acabó poco después hastiado del ambiente de la concentración de la selección española en Sevilla. Aquel desencanto le devolvió a casa, donde se apoyó en sus padres, panaderos en Hío, y muy pocas personas más. De aquel cansancio le rescató Morlán, quien lo convenció para volver a subirse a la canoa.

Desde entonces, y hasta marzo del 2015, cuando Cal decidió abandonar la aventura que habían emprendido juntos en Brasil dos años antes, fueron inseparables. Pasaron horas y horas en el río Lérez, como parte del paisaje de la ciudad de Pontevedra. Morlán planificaba al detalle, vigilaba, corregía y animaba desde la motora, y David volcaba todo su talento y su disciplina. Al acabar el día, el entrenador plasmaba en enormes archivadores primero y en el ordenador después todos los datos. Porque sus gráficas, como el japonés, el nombre con el que se refería al cronómetro, nunca engañaban. Entrenador y palista, rodeados por un reducido grupo de colaboradores, lo sacrificaban casi todo al servicio de un objetivo: los Juegos Olímpicos. En ciclos de cuatro años que se resumían en un mantra: «El primero, a descansar; el segundo, a cargar; el tercero, a clasificar; y el cuarto, a volar».

Concentraciones espartanas

A cada cita olímpica, le precedió una concentración espartana, en el 2004 en Trasona (Asturias), en el 2008 en Saucelle (Zamora), en el 2012 en Cervo... Aislados, con un ordenador, una motora, una canoa, una pala y el cronómetro.

Sus métodos se pusieron de moda en cuanto Cal ganó un oro en mil metros y una plata en 500 en los Juegos de Atenas. El mundo descubrió entonces a un tándem portentoso y complementario. La tranquilidad de Cal y el nervio de Morlán, dispuesto a pelearse donde hiciese falta por todo lo que considerase una causa justa, empeñado en dignificar y prestigiar el trabajo del piragüista. Por eso el foco le apuntó tantas veces, mientras su pupilo trabajaba en segundo plano.

En los Juegos de Pekín cayeron dos platas en el 2008, otra proeza, después de que tan solo unos días antes de los Juegos Morán amenazase al COE con volver a España si no se establecía un reparto más lógico de habitaciones en el hotel de concentración del piragüismo español. El descanso era clave para poner en marcha la maquinaria de Cal. El órdago del entrenador tuvo respuesta y cayeron otras dos platas. El repóker de metales lo completaron en Londres 2012 con otro subcampeonato. Cinco podios. Lo nunca visto en un deportista español.

Morlán plasmó el viaje hacia Londres en un minucioso libro, David Cal. 100 días para la historia (Ediciones QVE), un interesante texto para aproximarse a la trastienda de una proeza.

La aventura brasileña

Después de meses de desconexión, Morlán propuso a Cal un desafío, preparar Río 2016 juntos en Brasil, uno como seleccionador de los canoístas del anfitrión de los siguientes Juegos y otro con un nuevo estímulo contra la rutina. Pero Cal no encontró su sitio al otro lado del Atlátnico y se retiró. Morlán aplicó sus métodos infalibles, y su equipo ganó dos platas y un bronce.

Según sus próximos sus cenizas serán trasladadas a Colombia, junto a su mujer y su hija.