Los Iglesias Villanueva pitaron juntos por primera vez en un partido juvenil suspendido por una pelea; hoy arbitran en Primera y Segunda y celebran que «la tecnología cree un fútbol más limpio»

Paulo Alonso
En La Voz desde 1999.

En el estadio ferrolano de Aneiros coincidieron por primera vez los hermanos Iglesias Villanueva en el trío arbitral de un partido. En el viejo campo de tierra, encajonado en una barriada obrera, aquel encuentro de juveniles terminó por anticipado por culpa de una pelea entre los jugadores. El árbitro principal, Ignacio, de 43 años, lleva hoy 159 encuentros dirigidos en Primera; y uno de sus asistentes de entonces, su hermano Javier, de 35, disfruta ahora sus primeros minutos en Segunda A. Su trayectoria representa el salto de los viejos campos de barro al sistema de videoarbitraje (VAR), que uno aplica y el otro prepara. «El fútbol ya ha cambiado. La tecnología crea un juego más limpio», constatan en las primeras semanas con las nuevas normas en España. Después de aquel partido que terminó en pelea, Nacho, el mayor de los hermanos, se esforzó en arropar al pequeño, entonces de apenas 16 años y con solo unas semanas de formación antes de correr la banda con el banderín: «Le insistí ‘‘no creas que esto siempre es así’’. Tenía que evitar que se asustara por lo que había pasado porque no era lo habitual». Más plácida fue su primera visita juntos al Nou Camp: 3-0 del Barça al Santander, con goles de Pedrito, Messi e Iniesta. Sin tarjetas. Aplauso general. «Me felicitaron en una radio, y respondí que eso no era mérito mío, sino de los jugadores», explica el veterano. La última tarde de fútbol que compartieron en el campo se produjo en el Bernabéu. Un Madrid-Real Sociedad de enero del 2013. Aquello fue más tranquilo, aunque incluyó la expulsión de Adán a los seis minutos para que Casillas, recién castigado por José Mourinho a la suplencia, recuperase todo el protagonismo.

Ambos describieron un camino firme de la base a la élite, en la que también dirige partidos el vigués David Pérez Pallas.

La desaparición del equipo de fútbol sala donde jugaba el pequeño Ignacio llevó a su padre a animarle a hacer un curso de árbitro de fútbol. El día de su estreno, pararon a comparar las botas en un hipermercado de camino al campo. Y hasta hoy. En medio, un ascenso rápido, que su hermano pequeño fue escuchando de niño hasta que pidió dar el mismo paso. «No tengo el recuerdo de verlo pitar porque lo llevaba mi padre y yo no iba. Yo empecé con 16 años. Hice un curso y muy pronto me vi en un campo y pitando casi todos los fines de semana, al contrario de lo que pasa ahora, porque la formación es más completa y lenta, con un curso de tres meses, nociones de técnica, física y actividades con los equipos», explica el menor de los hermanos.

«Yo no lo animé a dar el paso, fue él quien lo pidió, y es mejor que fuese así. Porque al principio tienes miedo al saber todo el proceso que va a pasar, con dificultades, y que le vas adelantando», razona el mayor.

Nacido casualmente en A Coruña, pero criado y residente en Pontedeume y adscrito al comité ferrolano de árbitros, Ignacio Iglesias Villanueva pasó por el fútbol modesto, pitó nueve años en Segunda B, seis en Tercera y lleva desde el 2010 en Primera. Desde casa, su hermano pequeño veía sus partidos por televisión mordiéndose las uñas. También sufriendo cuando desde el sofá una repetición indicaba un error en el campo, donde no había espacio para rebobinar (antes del VAR). «Recuerdo un Almería-Cádiz, el partido de las 12 del Plus. Sancionó un penalti que había sido claramente fuera del área, después de hablarlo con el asistente. Yo tenía la angustia de como explicárselo después, porque siempre hablábamos después de cada partido», explica Javier. «Es que por la tele se ve todo muy fácil, y yo voy radiando lo que tiene que hacer él en el campo: ‘‘Saca tarjeta, bien; pita, vale’’. Ahora nos mandamos las jugadas más interesantes desde el punto de vista del árbitro para comentar, pero en aquel partido Almería-Cádiz no había ni pinganillos en el campo aún», recuerda el hermano mayor.

La noticia de los ascensos

Los árbitros, profesionales desde hace años, sufren sus malas tardes con el eco amplificado de sus errores por televisión. Y disfrutan las alegrías juntos. Por teléfono vivieron en la familia Iglesias Villanueva los ascensos más importantes. Ignacio era profesor en un colegio en Santa Comba cuando se enteró de que subía a Segunda. No esperó a regresar a Pontedeume para que la noticia no les llegase antes a los suyos por teléfono.

Por el móvil llegó de vuelta el anuncio de otro último ascenso. La voz de Javier, después de una progresión rápida que se frenó con 11 temporadas seguidas en Segunda B, se entrecortó por la emoción cuando al otro lado del teléfono escuchó a través del manos libres a su padre y su hermano mayor, con los que había empezado toda esta historia. «Cuando Nacho me respondió y me dijo ‘‘estoy aquí con papá, cuéntanos’’, ya no fui capaz de hablar más. Oí que mi padre decía que yo debía de haber perdido la cobertura y aproveché para colgar. Estuve unos minutos respirando, volvió a llamar y se lo conté», explica Javier.

Hoy la tecnología guía sus pasos. En Primera se arbitra una semana con la ayuda de la tecnología al otro lado del pinganillo y se trabaja la siguiente en la sala del VAR. En Segunda se acelera la formación para que el videoarbitraje llegue la próxima temporada. Y el ojo que todo lo vigila ha transformado de golpe el fútbol, porque el engaño tiene ahora las patas más cortas, las de la corrección al instante. En las cuatro primeras jornadas de aplicación en España bajan las expulsiones, las simulaciones, las tarjetas, las protestas...

«Este ya no es el fútbol de antes, sino otro. El juego limpio tiene que imponerse. El jugador espera a la decisión del VAR y lo que dice el árbitro con la ayuda del VAR lo acepta como bueno. Así se evitan polémicas. Aún se mantienen ciertos vicios en las protestas, pero cuando les dices ‘‘tranquilos, se está revisando y, si hay algo, lo vamos a saber’’, funciona». El sistema parece haber reducido también el teatro. «Los que agarren más o hagan más simulaciones, cuando sufran en sus carnes una llamada del VAR y el árbitro lo descubra, verán que ahora se les ve más el plumero. Estamos en el proceso de cambio», reflexiona Ignacio Iglesias Villanueva, que apunta otro tic perdido por los futbolistas más insistentes: «Aquella frase que te decían de ‘‘ya lo verás por la tele’’ se acabó porque ahora ya lo estamos viendo al momento».

Los jugadores se contienen algo más y los árbitros sienten que tienen una red de seguridad «como la del equilibrista que camina sobre la cuerda», explica Ignacio Iglesias. Pero el margen para mejorar sigue ahí: «En la comunicación, en acortar los tiempos de las revisiones...».

Entrenador personal y «scouting» de los equipos

El pulsómetro de Ignacio Iglesias Villanueva se agita en los momentos decisivos de los partidos. Por la tensión y por la fatiga, como le sucede a cualquier atleta. Todo queda registrado en los dispositivos del árbitro gallego que maneja su entrenador personal, Fran Tenreiro. Las gráficas del domingo son el último eslabón de un trabajo semamal similar al de otros deportistas de élite. Físco, táctico, psicológico y hasta estratégico.

Los hermanos Iglesias Villanueva crecieron en una familia sin mayor vínculo con el deporte o con el fútbol. Su madre, que solo sigue sus partidos por la radio, se ocupaba de la casa y su padre trabajaba haciendo reparaciones en Telefónica. Uno de sus hermanos falleció de pequeño y otro, Aure, «no sabría citar cuatro jugadores del Madrid o del Barça».

JOSE PARDO

El deporte para Ignacio lo ocupó todo. También sus estudios. Maestro especialista en Educación Física, pisó las aulas hasta hace cuatro años, con una última experiencia en el colegio Os Casais de Fene. Manteniendo los equilibrios de la profesión, impartiendo también clases de Lengua y Matemáticas. Hasta que le dio reparo perder horas para encajar los viajes a los partidos y forzar la ayuda de sus compañeros para sustituirle. La decisión la tomó de madrugada al regreso de un Getafe-Atlético de Copa entre semana. «Sientes que faltas al trabajo y que los niños se quedan solos. Esa presión me pudo y renuncié a la enseñanza. Pero me gusta conservar esa experiencia para tener una seguridad cuando el arbitraje se acabe», explica Nacho, como le conocen sus próximos más allá del fútbol.

JOSE PARDO

Javier compatibilizó el arbitraje con un horario fijo hasta que hace cinco años cerró en As Somozas Alstom, la empresa de energía eólica en la que trabajaba.

Los ritmos de la semana de un árbitro de Primera o Segunda los marca la preparación. Es obligatorio el ejercicio físico diario con su entrenador personal, más allá de las pautas que vendrían marcadas desde Madrid por un profesional del Comité Técnico de Árbitros.

Tras cada partido, llega el autoanálisis sobre la última actuación. Ese trabajo se contrasta después con el informe externo del encuentro que realizó el informador arbitral asignado y con las imágenes. Si el cruce de esa información chirriase, si afloran errores no reconocidos por el colegiado en el autoanálisis, será llamado a Madrid para revisar los detalles.

JOSE PARDO

La preparación de un encuentro empieza con el visionado de partidos, y en el ordenador con WyScout, uno de los programas de referencia de análisis de equipos y futbolistas. «Con el WyScout elijo los clips para compartir con los asistentes. Es fundamental anticiparte a lo que puede pasar en un partido, cómo saca los córneres un equipo o cualquier detalle al que conviene prestar atención. Al final vas creando una serie de automatismos, una forma de trabajar y estableces una rutina de preparación de partidos», explica el árbitro de Primera.

El día de partido, al trabajo en el campo se añade ahora, una vez cada dos semanas, la tarea en la sala del VAR, donde coinciden un árbitro de Primera, un asistente o árbitro (AVAR) y un operador de vídeo. «Es un trabajo de mucha tensión, hasta física, porque en la sala, por la postura, acabas dolorido. Con la ayuda de las imágenes tienes que acertar sí o sí, y además estás ayudando a un compañero que depende en parte de ti. Así que pasas 90 minutos muy centrado, tratando de chequear acciones, con el AVAR mientras tanto atento a la siguiente jugada... Los comandos deben ser muy claros para que la comunicación fluya», repasa Ignacio. «En la metáfora del árbitro como el equilibrista y el VAR como red, el árbitro de la sala es la red, el que salva al otro, más responsabilidad si cabe», cierra el pequeño de los hermanos.