Del Barbanza a La Alcarria

X.R Castro

DEPORTES

Tras arrasar en todas las categorías sufrió una travesía en el desierto de la que fue rescatada por Pedroso

11 ago 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Arrasó hasta categoría júnior, se estancó y estuvo a punto de dejarlo todo, pero fue rescatada a tiempo para impulsarse hasta la corte mundial del triple salto. Es la historia de Ana Peleteiro, una ribeirense que llegó al atletismo de la mano de María José Martínez Patiño y Carlos Aldán en su pueblo natal, que fue moldeada de inicio en la Atlética Barbanza y que en el corazón de La Alcarria ha encontrado su lugar en el mundo. Allí, ha madurado en lo personal y ha terminado de pulirse de la mano de Iván Pedroso, algo más que su entrenador.

Peleteiro asombró desde pequeñita. Batió las plusmarcas españolas cadete, juvenil, júnior y promesa y por encima, con 16 años se convirtió en campeona del mundo júnior con un salto de 14,17 metros en Barcelona. «Tenéis una joya, esta chica es la bomba», comentó entonces el hoy director deportivo de la selección española Ramón Cid. Porque en aquel verano del 2014 todo indicaba que Ana se iba a comer el mundo. No solo ganaba, sino que exhibía una técnica depurada para su edad, un gen competitivo que le había acompañado durante toda su vida y una puesta en escena natural innata. Hubo incluso quien vaticinó que acabaría saltando por encima de los 15 metros, palabras mayores.

Pero entonces llegaron los cambios y los problemas. Peleteiro se mudó a Madrid en el 2013 para residir en la Blume y entrenar con Juan Carlos Álvarez con su segunda participación en un Mundial júnior en el horizonte. Pero en Eugene, en la cuna del atletismo americano, recibió el primer bofetón en forma de decepción. Se quedó en 13,71 metros y tuvo que conformarse con el sexto puesto. Hubo quien pensó entonces que la gallega era una más en la lista de campeonas del mundo júnior que desaparecían del mapa cuando se hacían mayores. Una teoría que alimentó aún más su paso por Lisboa, a donde se mudó en la primavera del 2016 pensando en los Juegos de Río, a los que renunció por unas molestias físicas.

La aventura portuguesa duró poco. Ahí tocó fondo la gallega, que consciente que se había desviado del pasillo, meses después se puso en manos de Iván Pedroso y se marchó a vivir a Guadalajara. Y en La Alcarria la vida ha demostrado ser maravillosa para ella, aunque los entrenamientos sean espartanos. Nada que no pueda superar con un grupo de entrenamiento tan colosal en la pista como familiar en la calle.

Y eso que nada más llegar Pedroso le dio un ultimátum. Tenía seis meses para demostrarle que había regresado del lado oscuro. En la primera temporada a las órdenes del cubano puso su vida en orden, comenzó a sufrir y volvió a su mejor versión; y en la segunda, está dando un recital. El bronce Mundial de Birmingham, el tercer puesto de Berlín y estar siempre por encima de los 14 metros. Todo con un cambio de técnica y dos kilos y medio menos en el cuerpo. Nunca ha estado tan fina y tan rebosante de confianza. De aquella niña de Ribeira queda su impresionante físico y su gen competitivo. El resto lleva la firma de Pedroso y la tenacidad de Ana, que supo volver al pasillo tras salir del laberinto.