El fútbol une a los belgas

Adolfo Lorente | Colpisa

DEPORTES

STEPHANIE LECOCQ

La selección de Roberto Martínez hace enloquecer un país dividido en lo político, y necesitado de este subidón de autoestima

08 jul 2018 . Actualizado a las 14:46 h.

Cuando alguien ideó aquello del hombre orquesta, seguro que estaba pensando en los corresponsales de Bruselas. Uno se dedica a escribir de todo y sobre todo, pero cuando llega el momento de hacerlo de Bélgica, de intentar definirla, el teclado deja de sonar. Es una sensación extraña. Digamos que Bélgica es Bélgica. Suena simple, pero quizá sea la mejor descripción de un país fracturado por la política, surrealista en casi todo y que ha enloquecido con el fútbol de los Hazard, Courtois, De Bruyne o Lukaku.

Si el nacionalismo se cura viajando, en Bélgica basta con que el balón eche a rodar. Bienvenidos a «La Belgique», un peculiar país que alberga una pequeña capital capaz de mecer a todo un continente. Bruselas es el club, es la UE, nuestro kilómetro cero. Pero hay otra Bruselas, la belga, el faro de un país ridiculizado hasta el infinito ?la versión francesa de lo chistes de Lepe? y acusado de ser una suerte de Estado fallido después de que los atentados de París y Bruselas le pusieran ante un espejo desconocido.

Tiene la extensión de Galicia, una población algo superior a la de Andalucía y vive en permanente crisis política, por los caprichos nacionalistas e independentistas flamencos de la N-VA ?los anfitriones de Puigdemont?, que anhelan desintegrar el país pero que han visto con estupefacción cómo en sus feudos la gente se ha echado a la calle extasiada con su selección. La de todos. La gente ha vuelto a dejar en evidencia a los políticos.

El país está dividido en dos mitades: Norte y Sur, Flandes y Valonia, neerlandés y francés, ricos y menos ricos, independentistas y socialistas. Al este sobrevive un pequeño enclave alemán y en el centro se ubica Bruselas, situada en zona flamenca pero abrumadoramente francófona. Bueno, francófona, pero también inglesa, española, italiana, polaca, portuguesa, maltesa, letona... La UE es esto. Bruselas es la capital del mestizaje, de la diversidad, de la integración.

Hace unos años se regalaban las entradas para ver a la selección y, ahora, los 50.000 asientos del Rey Balduino se han quedado cortos. Cuando suena el himno, «La Brabançonne», hay jugadores que lo cantan en francés y otros, en flamenco. Eso sí, abrazados. «Jugamos y nos divertimos. Yo no tengo colegas flamencos o francófonos, tengo amigos belgas», confiesa Eden Hazard.

Pase lo que pase, Bélgica ya ha ganado su particular Mundial.