El salvoconducto de Zidane al olimpo continúa inmaculado

DEPORTES

GABRIEL BOUYS

Ha sido, salvo excepciones, tan suave en las formas que se ha ganado el derecho a decidir su camino

01 jun 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Apenas se le conocen a Zidane momentos de descontrol en toda su trayectoria sobre el césped. Dos contra el Deportivo (acabó expulsado en la Champions del año 2000 con la Juve y en Liga con el Real Madrid en el 2004) y el cabezazo que puso colofón a su carrera deportiva. Y hasta estos episodios quedan eclipsados por el carácter melódico del hasta ayer entrenador del Real Madrid. Zidane solo levantó la voz en una ocasión en los dos años y medio que lleva como inquilino del banquillo blanco. No lo hizo ni para defender a Benzema de los furibundos ataques de los críticos, como hubiese hecho en su situación José Mourinho. Ese es el verdadero salvoconducto del francés al olimpo futbolístico.

Los que le conocen aseguran que Zidane no sopesa, concluye. Son los mismos que afirman que ayer solo expresó una voluntad tomada hace tiempo. Y recuerdan que lleva comportándose del mismo modo desde que tenía catorce años de edad. En aquel momento, el pequeño Zinedine, hijo de Smail y Malika, una pareja de argelinos que llegó a Francia justo antes de que estallase la guerra en su país. No fue en París, primera escala de los padres de Zidane, sino en el barrio de La Castellane en Marsella donde el pequeño comenzó a adorar a Enzo Francescoli, el uruguayo que se convirtió en mito del River Plate argentino.

Con el tiempo, Zinedine superó con creces la figura de su ídolo (bautizó a uno de sus hijos con el nombre del charrúa) y, cuando parecía que su leyenda como futbolista era casi inalcanzable, la elevó al máximo exponente convirtiéndose en entrenador.

Sin embargo, lo que diferencia a Zidane de otros campeones del mundo, balones de oro, campeones de Europa y astros del firmamento futbolístico es el modo de gestionar su vida pública. Casado con Veronique Fernández, de origen español, se educó en una fuerte tradición familiar (hasta el punto de que su padre se perdió el momento en que le dio el único Mundial a Francia porque estaba cuidando de su nieto Luca, ahora jugador del Madrid). Trasladó Zidane estas directrices a sus dotes como entrenador. Solo de ese modo pudo superar su aterrizaje en el primer equipo del Madrid después de su no extensa experiencia con el Castilla, primero, y como ayudante de Ancelotti, después, tras superar una etapa en la que su titulación de entrenador no estaba homologada y que derivó en un cambio de normativa al respecto por parte de la federación.

Con la misma discreción que manejó aquella crisis, Zidane asió el timón de un vestuario que llegaba roto después de la destitución de Rafa Benítez en enero del 2016. Siempre se le recordó al francés su falta de formación táctica en cada uno de sus tropiezos, que él equilibraba con gestas inéditas incluso para el palmarés del club más laureado del fútbol. Una Champions en su debut, dos consecutivas y la guinda de la tercera al tercer intento no estuvieron al alcance de nadie hasta el momento. Y, sin embargo, Zidane se va.

Por el camino, al Balón de Oro de 1998, campeón de Europa y del Mundo (con las botas y con la pizarra) ha sabido mover el banquillo de los egos con sus rotaciones, renovar un vestuario sin dejar de ganar, retener a su máxima estrella y tener contenta a la afición. Sin un mal gesto.