La gambeta fallida de Garrincha

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Un amigo banquero salvó al genial futbolista brasileño de la cárcel por abandono del hogar conyugal

07 mar 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

El dios fútbol escribía derecho en renglones torcidos con Mané Garrincha, el genio de las piernas asimétricas. Garrincha nació Manuel Francisco dos Santos, pero pronto le apodaron como el pájaro del Mato Grosso porque era su alter ego: libre, puro, feo, veloz y a la vez, torpe. Garrincha lo tuvo todo y murió sin nada. En marzo del 68 ya tenía dos mundiales. Era capaz de regatear a cualquiera. Salvo a Nair Marques, su primera esposa.

Tal día como hoy, La Voz de Galicia titulaba con un impactante «Garrincha, condenado a presidio» una información en la que explicaba que «una Corte brasileña ha condenado al jugador Garrincha a 90 días de cárcel y una multa de 2.600 cruzeiros por abandono del hogar conyugal». «Garrincha se marchó de su casa para vivir con una cantante brasileña, dejando a su esposa y ocho hijas. Garrincha ha manifestado que no podrá pagar la multa, porque en la actualidad no está contratado por ningún club y se encuentra sin dinero».

Lo cierto es que el futbolista había decidido unilateralmente interrumpir su relación con Nair Marques en 1965 (tres años después de casarse) para unirse a la cantante de samba Elsa Soares en un matrimonio no oficial en marzo del 66. La condena que cumple hoy medio siglo recalcaba que el jugador debía hacerse cargo de los alimentos de la que había sido su familia oficial en los últimos años. Sin embargo, al rey del regate le salió mal la gambeta y la cárcel parecía inevitable.

En el año 1968, episodios como el protagonizado por el brasileño no resultaban ajenos para los aficionados al fútbol, que veían cómo proliferaban los después llamados juguetes rotos del deporte. Precisamente en ese año, el norirlandés George Best lograba la Copa de Europa y el Balón de Oro. Best, como Garrincha, falleció alcoholizado, solo y arruinado. El éxito futbolístico en 1968 no garantizaba un retiro dorado y, mucho menos, la felicidad personal. La fama atraía a muchos aprovechados y el entorno del futbolista, en ocasiones, era su peor enemigo. Una etapa posterior, en los tardíos ochenta y principios de los noventa, germinó múltiples bad boys (Romario, Djalminha...). La diferencia estriba en que estos eran más unos vividores camorristas que unos desgraciados, salvo excepciones como Paul Gascoigne, que parece reunir ambas condiciones.

Volviendo a Garrincha, que, con un palmarés envidiable era incapaz de convencer al juez de que estaba arruinado, se vio en un callejón sin salida hasta que, solo veinticuatro horas más tarde, el panorama cambió por completo. «No irá a la cárcel», titulaba La Voz en su edición del 9 de marzo. ¿Qué salvó a Mané de esa pena máxima? Pues un amigo abogado y banquero, que se rascó el bolsillo para pagar las 70.000 pesetas (420 euros) que reclamaba Nair Marques por los últimos trece meses de manutención. El nombre del benefactor: José Luis de Magalhaes Lins, director ejecutivo del Banco Nacional de Minas Gerais.

«No me dejan tranquilo»

El propio jugador repasaba de vez en cuando su trayectoria extrafutbolística resumiendo: «El dinero no hace la felicidad». Los aficionados vivían los avatares de su ídolo con el corazón en un puño, pero Mané lo veía de otro modo. «En Río no me dejan tranquilo. Que si maté a Elsa y me suicidé, o que mi primera esposa me va a meter a la cárcel, o que dejo a Elsa o ella me deja a mí. A nadie le interesa cómo juego al fútbol, sino lo qué hacemos Elsa y yo. Pero a mí no me importa. Yo vivo la vida, la vida no me vive a mí», argumentaba.

El año en que Garrincha pudo ir a la cárcel fue uno más en la azarosa vida del astro que murió sin haber cumplido los cincuenta, después de haber incluso intentado suicidarse. El año en que Garrincha pudo ir a la cárcel el mundo comenzaba a cambiar y con él, el balompié. En los setenta, Pelé y Cruyff recuperaron el jogo bonito y el fútbol total de Di Stéfano, mientras Beckenbauer contribuía al retrato del nuevo deporte de masas global. En cierto modo, ellos se lo deben a hombres como Garrincha, que se dejaron la vida en ello