Galicia late fuerte en Riazor

DEPORTES

César Quian

La concordia presidió el derbi, con emoción, decibelios y piques bien entendidos

23 dic 2017 . Actualizado a las 21:39 h.

Latió Riazor. Fuerte y sostenido. Taquicárdico por momentos. Más apagado otros. Lo hizo al ritmo de un derbi que el árbitro cronometró en 94 minutos, pero que para la afición ya echó a andar en la calle en las horas previas. Una ola blanquiazul se citó a la entrada del estadio para esperar la llegada de sus jugadores y señalarles el camino. Les vitorearon y aplaudieron, con especial atención a Luisinho, epicentro de la polémica en los días previos. El caso es que en medio de tanta entrega deportivista en los prolegómenos del partido, hubo sitio para alguna nota de color celeste. La que puso algún aficionado visitante que lució sin complejos y sin problemas su camiseta en las terrazas próximas al estadio, o la que añadieron, bufandas en ristre, los cuatro valientes, puede que un punto inconscientes, que se infiltraron entre las huestes blanquiazules a pie de valla ondeando con orgullo el escudo de su club para recibir a los equipos. Ellos fueron la nota discordante en la recepción de abucheos y pitidos que la afición local dispensó al Celta a pie de Riazor. Como manda el guion. Hostilidad sí, aunque en su justa medida.

Pero el partido se jugaba en el estadio, no en la calle, y a la parroquia celeste, que no llegaba al millar, le tocó asentarse en su curruncho habitual. Una esquinita muy berrona que alentó a los suyos desde el calentamiento para hacerse notar en un campo lleno hasta la bandera en el último partido liguero del 2017.

El himno galego que precedió al partido y que ponía banda sonora a un estadio engalanado con un mural azul y blanco, fue el único minuto de paz en medio de la rivalidad sonora que dominó la contienda. Porque hubo jaleo, pero del bueno. Del que pone miga a los derbis, pero sin agriarlos más allá de que rigen los cánones. Los coruñeses se acordaron de Vigo y los vigueses de A Coruña en un repertorio dominado por las arengas clásicas, que si las copas, que si el Alavés... Para qué innovar si funcionan, pensarían unos y otros.

Y así, con muchos decibelios y grandes expectativas, se llegó al minuto tres. Cuando los gritos y los silbidos dejaron paso a los murmullos. Wass marcó y se disparó a celebrar en el córner de la afición celeste el gol, haciendo vibrar a una parroquia que no negoció sus cuerdas vocales y que acabaría haciendo gala de retranca al pedir el balón de oro para Luisinho.

Con los goles de Aspas se percibió lo sonoro que puede ser el silencio y el ruido que pueden hacer unas cuantas gargantas, aunque cuando atronó Riazor con toda su fuerza fue cuando Andone marcó su tanto. Su diana funcionó como un marcapasos corrector, una dosis de electricidad, en una noche en la que el fútbol gallego hizo gala de la rivalidad bien entendida.

En vísperas de Nochebuena, la magia del fútbol acabó encarnada en euforia céltica y en el amor sin fisuras de los herculinos hacia su escudo. A más de uno le costará entonar esta noche los villancicos tras dejarse la voz ayer en Riazor, pero todos dirán que mereció la pena. Ellos entienden mejor que nadie O noso derbi.