Un Mundial sin Moriarty

Mariluz Ferreiro A MI BOLA

DEPORTES

20 nov 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Hasta los mejores gourmets del jogo bonito tendrán que admitir que a Rusia 2018 le faltará algo. El azúcar de Holanda (aunque a veces se traicione a sí misma). Y el picante italiano. Porque Italia no va a un Mundial, va a la guerra. Y las guerras, por pequeñas y breves que sean, vienen siempre feas y pavimentadas de miserias. La azzurra acostumbra a transitar el Monte Calvario de los empates sin goles, las prórrogas y los penaltis para llegar hasta la resurrección final. En incontables ocasiones otros pasean por caminos de rosas de jugadas artísticas y goleadas para avanzar hacia la crucifixión definitiva. En el fútbol, los italianos han preferido la prosa a la poesía. Los versos del balón, para otros. La nazionale se ha servido de potentes escuadrones de agonistas salpicadas de algún que otro fantasista. No hay que escarbar en la historia para comprobarlo. Basta con repasar los últimos años. Más Gattuso que Pirlo. Más Materazzi que Del Piero. Menos pelota y más trofeos.

Además, hay que ser agradecidos. Sobre la piedra de Italia edificó la selección española su iglesia. Si un equipo es capaz de eliminar a los italianos en cuartos de final en una tanda de penaltis que se decide con el gol de un chaval que desde juveniles no había tirado desde los once metros, cualquier cosa es posible. La Eurocopa, el Mundial, otra Eurocopa... Las grandes historias siempre necesitan un buen villano como contrapeso. Esa será la medida de las hazañas del héroe. ¿Qué hubiera sido de Sherlock Holmes sin Moriarty?

Es cierto que el naufragio histórico sufrido por el combinado italiano despierta sentimientos encontrados en otras latitudes. Nostalgia. Compasión. Alegría. Alivio. Hay que confesarlo, todo el mundo en algún momento ha deseado que el Correcaminos por fin acabe en la cazuela del Coyote. Es que el bicho carnívoro se merece alguna alegría en la vida. No hay derrota que se le resista. Pero nunca se rinde. Y el pajarraco, con su sonrisa, su soniquete y ese juego de patas, resulta cargante. Pero imaginarse un Coyote casi eternamente ganador es otra cosa. Eso es Italia. O lo fue durante los últimos sesenta años.