Messi y diez más

José M. Fernández

DEPORTES

16 oct 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

El fútbol tiene una explicación para todo, y también para lo contrario. Para los milagros y para los golpes de realismo. Menos de 72 horas necesitaron en Argentina para convertir en genio a Messi, el chico que «por momentos» le hacía daño a su país, y reivindicar como propio lo que antes era ajeno: «Messi es argentino», recordó el diario Olé después de que el probablemente mejor futbolista de la historia evitara la catástrofe. Martín Liberman, una de las voces más críticas con la Pulga, acomodó una respuesta: «Messi hizo lo que siempre le pedí. Si era el mejor tenía que salvarnos y ayer lo hizo». Tan contundente y claro como la pócima que ha llevado al Mundial a Islandia, un país de 350.000 habitantes en el que el secreto, aseguran, reside ?sorprendentemente? en el trabajo y en que casi el 8 % de la población está federada, es decir 25.000 potenciales futbolistas, tres veces menos que, por ejemplo, la federación gallega.

Camacho ?«Iniesta de mi vida»? encuentra argumentos más tradicionales en la eliminación de Gabón, la selección a la que pretendía llevar a Rusia 2018: la intoxicación de sus jugadores por un zumo de naranja. Lo de Panamá tiene más que ver con el juego: se estrenará en una Copa del Mundo por un gol que nunca existió. Al parecer fue la mala vida y no la ineficacia ofensiva de una generación agostada la que privó a Chile de acudir a la cita mundialista. Así lo explicó Carla Pardo, la esposa de Claudio Bravo, en las redes sociales, ese moderno altavoz al que Chester Himes describiría como un ciego con una pistola: «Alguno se iban de fiesta y no se entrenaba de la borrachera que llevaba», denuncia corroborada por la madre de Carla y suegra del portero chileno. El reflexivo Sampaoli lo había anunciado en un off the record, que, como todo el mundo sabe, es la forma de darle categoría de noticia a algo que nunca existió: «Vidal bebe, Medel se divierte, Pinilla solo habla de fiestas...». Es como si los guerreros de la roja, ese grupo coriáceo y solidario, debieran sus triunfos a la virtud y no al juego.

En el fondo, como decía el añorado Bill Shankly, todo es mucho más sencillo: «Un buen equipo de fútbol es como un piano, necesitas 8 personas para moverlo y 3 que puedan tocar el condenado instrumento». O uno, si hubiera sabido de la existencia de un tal Messi.