La raqueta que rompió un yugo de hierba

Miguel Álvarez LUGO / LA VOZ

DEPORTES

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El 20 de julio de 1997, Óscar Burrieza se proclamó campeón del torneo de Mánchester de tenis

19 dic 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Óscar Burrieza (Lugo, 1975) hizo historia hace casi dos décadas. En una época en la que los tenistas españoles huían de la hierba, se hizo con el título del torneo de Mánchester. Lo consiguió después de adaptarse a la superficie con maestría y de dejar en la cuneta a rivales poderosos. Encandiló al público británico y demostró que las islas ya no estaban lejos del alcance de las raquetas hispanas.

Burrieza recuerda que, pese a que sus compatriotas escapaban de la hierba, a él le gustaba la superficie típica de las pistas inglesas: «Me había adaptado al estilo en Galicia, donde desarrollé rapidez de manos y me adapté a los botes bajos». No obstante, el título cosechado en Mánchester no se cimentó en un abrir y cerrar de ojos. El éxito llegó merced a la fe y la dedicación del tenista lucense.

«La primera vez que hice la temporada de hierba, jugué en Bristol, Mánchester y Nottingham. Me di cuenta de que se me daba bien», rememora Burrieza. La exigencia de las pistas británicas incluso atañe al calzado, según recuerda el tenista lucense: «Javier Frana me dijo que me podía conseguir unas zapatillas en Wimbledon. Eran de marca Diadora y no se podían comprar en las tiendas. Con unas normales, uno se podía defender si el suelo estaba seco. Pero si estaba mojado...». Aquello sucedió en 1995. «Los extranjeros me miraban y se preguntaban de dónde había salido yo», recuerda.

Burrieza adquirió experiencia en las pistas y, en 1996, regresó «más convencido» a Mánchester. «Llegué a cuartos de final. Aquellos dos años me sirvieron para adaptarme, coger rapidez de manos y darme cuenta de qué tipo de saques hace más daño y de cómo colocarme para restar», explica. En 1997, llegó el momento de gloria para el deportista gallego. «Para mí no fue una sorpresa total, porque salió todo rodado. Es una lástima que no hubiese nadie allí con quien celebrarlo», indica.

No obstante, trabó amistad con un emigrante que se vació apoyándole. «Se llama Pedro y aún mantengo el contacto con él. Trabajaba en un restaurante italiano y lo conocí un día que fui a cenar allí. Después, venía a verme jugar y no paraba de gritar y animar», señala.

El camino hacia el título en Mánchester no fue sencillo. «En cuartos de final, me enfrenté con Dick Norman, que era el cabeza de serie número uno. Era zurdo, con un saque fuerte y medía más de dos metros. Me había ganado un año antes en Toulouse. Pero, un vez que le vencí, me sentí muy fuerte», asevera. El camino no se allanó después de noquear al favorito. «En semifinales batí a Mark Petchey y me gané a la grada. Les hacía gracia ver a un español pequeño y que restaba delante. En la final, contra Pescosolido, todos estaban conmigo».

Después de batir al italiano, Burrieza alzó la copa de campeón de Mánchester. España había vuelto a poner una pica en la hierba décadas después de que Santana conquistase Wimbledon. Fernando Rey, preparador de Burrieza, recuerda que el éxito del jugador «no fue una sorpresa». «Aún no tenía problemas tan acusados en la rodilla y había demostrado que le podía ganar a cualquiera. Entrenamos muy duro en Lugo, en pabellones en los que la bola botaba muy bajo. Él era muy rápido. No era un gran sacador, pero sí un restador excepcional. La hierba le iba bien, porque era un jugador agresivo», apunta.

Rey vivió la gesta de Óscar Burrieza desde la distancia: «Fue muy agradable, porque se lo merecía. La pena fue que no pude estar con él. Pero me sentí muy emocionado».