Uzcudun, Gaztañaga, vidas paralelas, almas rotas en el ring

HÉCTOR J. PORTO REDACCIÓN / LA VOZ

DEPORTES

JOXEMARI ITURRALDE

«Golpes de Gracia» es un relato de ficción erigida sobre los hechos reales de la vida de Paulino Uzcudun e Isidoro Gaztañaga

29 nov 2016 . Actualizado a las 00:16 h.

Hace unos días murió el mítico boxeador maño Perico Fernández, a los 64 años, y en la indigencia. Disputó su primer combate profesional en A Coruña en 1972, y solo dos años después, en Roma, se proclamó campeón del mundo de peso superligero; en 1975 retuvo el título. Aunque su impacto mediático tuvo en su día el nivel que disfruta ahora, por ejemplo, Fernando Alonso, hoy nadie se acuerda de él, su nombre apenas conserva ecos de aquella gloria. El boxeo tiene esas cosas, un ejercicio que incluso en la fama ya augura la caída en la lona, la desgracia, el fracaso, el olvido.

Algo así se desprende también de la lectura de la novela de Joxemari Iturralde (Tolosa, 1951) Golpes de gracia, un relato de ficción sostenido por un arduo trabajo de documentación, es decir, un novela erigida sobre hechos reales. Y así se lee, como una crónica de dos vidas paralelas: Paulino Uzcudun (1899-1985), apodado el leñador vasco, e Isid(o)ro Gaztañaga (1906-1944), dos aizcolaris, cortadores de troncos con hacha en los bosques de Tolosa, dos amigos que rompen su relación por una tontería, una noche en que habían bebido demasiado y en que los celos afloran en la bravuconada y la provocación. Ambos vivían en caseríos (uno de Régil, otro de Ibarra) separados por diez kilómetros, y los dos se apoyaron en un grupo de paisanos que se reunían en torno a la mesa del club tolosano GU y que los ayudaron a abandonar el hacha e iniciar su carrera pugilística en París de la mano del doctor Goiti. Las 2.000 pesetas por aguantar media hora en el ring contrastaban con las 1.500 que recibían por ocho meses de trabajo en el monte con jornadas de 12 horas.

Uzcudun fue una leyenda, tres veces campeón de Europa de los pesados y peleó con figuras de la talla de Max Schmeling, Primo Carnera, Max Baer e incluso Joe Louis (el bombardero de Detroit fue el único que le ganó por k.o., en pleno Madison Square Garden). Una estrella que hasta le disputó en Hollywood a Gary Cooper los amoríos de Clara Bow y Tina de Jarque. Su proverbial sonrisa -reforzada por las piezas de platino con que sustituyó los dientes que perdió en el ring cuando Homer Smith le propinó un cabezazo- y su impresionante aspecto físico le granjeaban las conquistas femeninas con facilidad. Pero su vehemencia, las mujeres y la buena vida estragaban cualquier ánimo de regular disciplina. Lo mismo le ocurría a Gaztañaga -más joven y que quería emular sus éxitos-, que mostraba un talento innato deslumbrante pero que echaba a perder una y otra vez con sus borracheras y su debilidad por las cabareteras. Su belleza era digna del más apuesto galán de cine americano, se decía entonces. Uzcudun acabó abrazando interesadamente el falangismo en la Guerra Civil -hasta integró un comando que planeaba liberar a Primo de Rivera, encarcelado en Alicante-, protagonizando oscuros episodios y traicionando a los suyos. Isidoro, Izzy, como lo apodaron en EE.UU., murió tiroteado por un marido despechado en una cantina de La Quiaca (población argentina junto a la frontera boliviana). El combate tantas veces soñado entre Uzcudun y Gaztañaga nunca llegó a celebrarse.