El fútbol, los futbolistas y los hechiceros

José M. Fernández PUNTO Y COMA

DEPORTES

17 sep 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando Simeone se costipa el Atlético necesita cuidados médicos urgentes. Es lo que tiene sentar en el banquillo a un símbolo, a un hechicero. Porque, en el fondo, ese ha sido el papel que el Calderón le ha atribuido al argentino durante las últimas cuatro temporadas y media; una actuación que, en realidad, va mucho allá del desempeño técnico, de la responsabilidad de un entrenador de fútbol. No es el único caso.

En mayo, Simeone acompañó la lógica depresión tras la derrota en Milán en la final de la Champions con una reflexión en voz alta que apuntaba que su relación con el Atlético podía estar próxima a romperse. Ahora, ha confirmado que el final de su contrato con el club rojiblanco se adelantaba al 2018 y no al 2020, como inicialmente se había firmado. Sorprendente e inesperado, sobre todo porque ni el club ni el entrenador han puesto empeño alguno en explicar los motivos; quizá porque, sencillamente, es inexplicable.

Nadie, tampoco Simeone, es imprescindible, por más que cuando salte hoy al terreno de juego para recibir al Sporting de Gijón, la grada, entregada al cholismo como si de una nueva religión se tratara, coreará su nombre hasta la extenuación o llorará anticipadamente una orfandad que, tarde o temprano, acabará por producirse. Por ahora, se trata de agradecer cada gesto de complicidad como si se tratara de un nuevo profeta.

Así está fútbol, un deporte en el que las palabras, los gestos o los discursos parecen haber cobrado más importancia que el juego. Como si fuera imprescindible la necesidad de un gurú, de un guía capaz de convencer al entorno de que el balón se mueve al son de la idea y no de los futbolistas.

El fenómeno no es nuevo. Y no es al Atlético al único equipo que le ha pasado. Insistimos que el fútbol es de los futbolistas y a las primeras de cambio echamos de menos al Pep del Barcelona, al Mou del Madrid o al Cholo del Atlético. Ni el guardiolismo podría sostenerse solo con once atletas capaces de bajar de la media hora en los 10.000 metros ni el cholismo sería capaz de resucitar al Atlético con un grupo de estetas que creen que correr es de cobardes. Sin triunfos, Guardiola no hubiera aguantado dos asaltos en el Camp Nou y el fútbol de Simeone solo sería un mal recuerdo en el Calderón.