Otra valla en su carrera de obstáculos

Antón Bruquetas REDACCIÓN / LA VOZ

DEPORTES

janos schmidt ITU

La fortaleza para sobreponerse a las dificultades ha marcado la vida del mejor triatleta de todos los tiempos

15 jul 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay una imagen que hoy cobra más fuerza, porque con casi total seguridad jamás se va a repetir. En la alfombra azul de Hyde Park, Alistair Brownlee y Javier Gómez Noya se retuercen, tumbados sobre el suelo, hasta que estiran sus brazos y se chocan las manos. Acababan de firmar la carrera más rápida de todos los tiempos. Un espectáculo excepcional en el que el británico se proclamó campeón olímpico por un pellizco, por un delicado cambio que el gallego no acabó digiriendo. Apenas unos metros, solo unos segundos separaron los dos primeros peldaños del podio. Han pasado cuatro años desde esa icónica fotografía. En esos algo menos de 1.460 días Gómez Noya se desvivió para acortar ese hueco, ese mínimo espacio que le permitiera completar un palmarés de leyenda. Por el camino logró nada más y nada menos que tres campeonatos del mundo, lo que le dio la condición de pentacampeón. Ha ganado más que ningún triatleta en la historia.

Sus últimos meses han estado repletos de tensión. La que impulsó la autoexigencia que caracteriza a los mitos, a los talentos sobrenaturales. Gómez Noya se concentró en Lugo escapando de las altas temperaturas de Pontevedra y el trajín del verano de la ciudad en la que ha fijado su residencia. A orillas del Miño pulió mañana, tarde y noche su organismo hasta el milímetro. «El problema con Javi es conseguir pararlo. Todos le aconsejamos que afloje un poco, que se tome algún día de respiro, pero él no es capaz», comentan de forma reiterada las personas que han compartido entrenamientos en esta recta final de preparación que lo debería llevar al máximo de sus posibilidades a Brasil.

De hecho, desde la semana pasada no podía correr. Un edema en el sacro, que le generaba notables molestias en la espalda, le impedía calzarse las zapatillas. Para compensarlo, doblaba sesiones sobre el manillar. Más horas y horas dando pedales. La reaparición de los Brownlee, que se exhibieron en Leeds -donde el ferrolano terminó en la cuarta posición después de perder el corte en la primera transición- y en Estocolmo reafirmó a Javier Gómez Noya en sus tesis: si quería colgarse la medalla de oro, tendría que volar como nunca. Y para ello, su receta siempre ha sido la misma: trabajar, trabajar y seguir trabajando. Y así se empleó hasta que el miércoles se cayó de la bici. Nada especial. Estaba casi parado. Pero, como sucede muy a menudo, los golpes que parecen intrascendentes son los que acaban por llevarte a la lona. A él, ese insignificante accidente lo mandó al quirófano.

Eso es quizás lo más difícil de tragar para el pentacampeón. A los deportistas de verdad como Gómez Noya donde les gusta perder es con el corazón agitado al borde de las doscientas pulsaciones por minuto. Y, exhausto, extender la mano para felicitar al adversario, igual que en aquella alfombra azul de Londres.

Es otra piedra en su carrera de obstáculos. La que se inició con un calvario de médicos y vetos por parte del Consejo Superior de Deportes y que ha tenido su último capítulo en una calle de Lugo. Pero antes también estuvieron la fractura por estrés y el flato de Pekín, aquel descenso de Manzaneda que le tatuó el asfalto en la piel, el virus del Europeo de Israel... lo único que conecta todos estos incidentes es que, después de todo, Gómez Noya siempre ha terminado de pie.