«Ir a Amberes les costó dinero»

Antón Bruquetas REDACCIÓN / LA VOZ

DEPORTES

Luis Otero y Moncho Gil abrieron para Galicia el camino del podio en unos Juegos en Amberes, en el año 1920

02 may 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

La gloria entonces no se esparcía por Internet en milésimas de segundo, las hazañas ni siquiera llegaban a casa en el día, pero ellos fueron los precursores de lo que hoy es un batallón de un mérito incuestionable y que tiene en David Cal su estandarte. Luis Otero (Pontevedra, 1893-A Coruña, 1955) y Moncho Gil (Vigo, 1897-1965) abrieron para Galicia el camino del podio en unos Juegos en Amberes, en el año 1920. Los dos formaban parte de una selección española de fútbol que pasó a la historia no solo por esa plata con la que regresó a casa, sino por el empuje y la determinación. En ella jugaban, entre otros, Zamora y Pichichi. Y también Sabino, el de la mítica frase de «¡A mí el pelotón, Sabino, que los arrollo a todos!», que la pronunció Belauste, una torre de 1,93 metros -entonces la estatura media del combinado nacional no llegaba al 1,70-, cuando España perdía frente a Suecia en el estadio olímpico. Sabino se preparó para lanzar una falta y Belauste lanzó el grito de rabia y acabó entrando con el balón en la portería y un par de suecos suspendidos en su camiseta. Aquello la prensa italiana lo bautizó como la furia roja.

Esas historias resonaron toda la vida en la casa de Pilar Gil, una de las hijas de Moncho, que aún recuerda cómo su padre se emocionaba cada vez que rememoraba aquel éxito. «Fue todo un acontecimiento. Cuando llegó a Vigo, todo el mundo había oído hablar de que habían conseguido la medalla de plata y la gente lo reconocía por la calle», asegura. «Él era muy joven, tenía veinte años, y poco después de regresar a su ciudad dejó el fútbol. Se volcó en atender los negocios familiares», recalca. Entonces la pelota no hacía millonarios. De hecho, a ellos «les costó dinero ir a Amberes». «El fútbol era un pasatiempo, algo para entretenerse, una experiencia inolvidable».

De hecho, nada tenían que ver la concentración que se realizó en los barracones cedidos por el ejército belga y en hotel Industrial de Amberes con las que ahora se vive en cualquier desplazamiento de los muchachos de Del Bosque, donde hasta los vasos de agua que toma cada jugador parecen medidos al dedillo. Después de cada partido, había tiempo para que el cuerpo técnico, encabezado por Paco Bru visitasen los cabarets más sonados del lugar. Cada triunfo era una celebración, pero incluso una derrota también servía de excusa para atiborrarse de comida y disfrutar de unas horas libres por el extranjero.

Durante aquellas intensas convivencias se forjaban amistades, como la que unía a Luis Otero con el portero Zamora, que le profesaba un cariño especial. Dicen que el defensa gallego tenía porte de caballero, de aristócrata, y era un auténtico cerrojo cuando los equipos contrarios bombardeaban el área de España, él se encargaba de que se disipase el peligro. La entradilla de una entrevista que se publicó en La Voz en 1931, describía a la perfección la figura del exjugador del Deportivo: «El estilo del olímpico gallego fue la elegancia en su expresión más varonil. Su juego era la suma perfección y su comportamiento en el terreno de juego la corrección personificada. Su cabeza era un pararrayos que recogía todos los balonazos que pretendían vulnerar su meta. Otero escribió, practicando bizarramente el juego, un tratado completo de la obra de defensa».

Luis Otero, como Moncho Gil, acabó dejando el fútbol. Le llegaron ofertas para que hiciese de entrenador, pero, según sus propias palabras, no tenía el carácter para dirigir a un grupo. «No tengo carácter para ser técnico, tengo un temperamento especial y no valgo para dirigir ni para imponer la disciplina», dijo a sus allegados. Otero prefirió montar un bar en la calle Olmos, al que acudían numerosos futbolistas cuando les tocaba parar en A Coruña.

El paso de los años fue, poco a poco, borrando el rastro de aquellos pioneros. La medalla de Luis Otero se perdió en una mudanza y unas cartas que envió Moncho Gil a su familia desde Bélgica también se fueron extraviando entre las hojas del calendario. «Es una pena, porque allí contaba en primera persona cómo había sido su experiencia en Amberes», comenta Pilar Gil.

Sin embargo, fue precisamente el discurrir de las décadas lo que consiguió dar a lo que consiguieron Luis Otero y Moncho Gil el enorme peso que en realidad tuvo. Pese a ese carácter lúdico, alejado del profesionalismo que ahora preside cada cita deportiva, su paso por Amberes abrió una senda que no terminó de cuajar hasta los ochenta. Galicia no retornaría a un podio olímpico hasta Montreal, más de medio siglo después.

La principal diferencia es que mientras a Otero y a Gil ir a unos Juegos les costaba rascarse el bolsillo, afortunadamente las nuevas generaciones tienen, ganados a golpe de sudor, medios como para hacer del deporte también una forma de vida.