Veinte minutos en la cima del mundo

Xosé Ramón Castro
x. r. castro VIGO / LA VOZ

DEPORTES

cedida

Chus Lago alcanza la cima del Everest sin oxígeno y sin equipo de apoyo

21 mar 2016 . Actualizado a las 13:13 h.

«Unos metros antes pensé que habría sido mejor no llegar a la cima, porque se cumplía un sueño y sabía que iba a hacer bum como una burbuja. De pronto, te das cuenta de que lo maravilloso de esa montaña era el sueño, entrenar y todo esto que querías que pasara una vez. Había sido como una vida y esa vida se iba a acabar, y ese fue el choque de sensaciones. Se sumó todo lo vivido, en qué momento comenzó todo, a lo que había renunciado por llegar ahí arriba. Acabas convirtiendo tu vida, sin darte cuenta, en una vida que estuvo solamente destinada a subir esa montaña, a entrenar, a dormir, a buscar patrocinios y a mentalizarse». Esta fue la sensación de Chus Lago (Vigo, 1964) a las doce y media de la mañana en el Tíbet del miércoles 26 de mayo de 1999 en el momento de hacer cumbre en el Everest a 8.848 metros de altura. Durante 20 minutos permaneció en la cima del mundo con una mezcla de sensaciones.

La viguesa se convirtió en aquel momento en la segunda mujer en hacer cima en el Everest sin oxígeno, además por la cara más complicada de la gran montaña, la ruta del Tíbet. Lo hizo al tercer intento, después de viajar allí por primera vez en el año 92 y de reintentarlo tan solo seis meses antes de la gran hazaña. «Estaba allí en el 98 y tuve que darme la vuelta porque se acababa el permiso y la ventana de buen tiempo no existió, rompió las tiendas y estaba casi sola allí y había como una paz increíble, era muy emocionante, toda aquella montaña para tan poca gente. Cuando me fui de allí lo hice con la idea de que iba a volver, y seis meses después estaba de regreso, como si nunca me hubiera ido».

La suya, en mayo del 99, fue la segunda ascensión en una temporada cargada de renuncias. La consiguió viendo de frente el preocupante estado en el que bajaba su predecesor y sorteando siete cadáveres en la ascensión. «Afronté la cima en un momento que nadie lo había logrado, solo Joao García, un portugués que bajaba con congelaciones en la nariz, en las orejas, en las manos y los pies. Esa es la persona que mejor bajaba el Everest». El asalto final desde el campo tres lo hizo sola, sin un equipo que estuviese detrás, ni una emisora de radio con alguien al otro lado del aparato pendiente de su salud. Por eso Chus pone énfasis en el aspecto psicológico: «Fíjate qué estado mental debes tener, para decirte: ?Es tu camino y lo vas a hacer?, y eso significaba pasarte dos días de mal tiempo ahí arriba muy alto. Y cuando al fin vas hacia la cima te encuentras con siete cadáveres, te cruzas con ellos y te están diciendo que el próximo puedes ser tú».

No fue el caso. Tras colocar las banderas de Vigo y Galicia en la cima del mundo, comenzó un descenso que fue igual de dificultoso que la ascensión. Extenuada, comenzó a tener conciencia de lo que había conseguido en el recibimiento que le tributaron las otras expediciones en el campo base: «Había corrido la voz de que había llegado a la cima sin oxígeno y la gente salió de las tiendas par felicitarme en todos los idiomas y con los brazos en alto, y yo iba tan cansada que solo podía levantar un poco la mano. Me di cuenta de que había hecho algo grande».

Pocos días después, ya en Galicia, afirmó que jamás volverá al Everest -«si las cosas ya están no hay que volver a tocarlas»-, pero la madre de todas las cimas le transmitió las mejores lecciones para su vida. «Esa montaña me enseñó muchas cosas de mí y fue como un gran aprendizaje. Las grandes cosas en solitario estaban ocurriendo allí, la toma de decisiones y las grandes apuestas y renuncias». Quizás la recompensa espiritual a toda una vida, sin saberlo, dedicada a escalar la cima más grande. Y también la sensación del reto cumplido: «Subir el Everest sin oxígeno y casi sola fue una aventura increíble». Para contársela a todo el mundo.