
El campeón de la Copa del Mundo de tiro con arco rechaza los medios de la Residencia Blume por su apego a su pueblo de As Pontes y sus estudios de mecánica
07 mar 2016 . Actualizado a las 10:36 h.La última nevada todavía se derritió ayer, aunque un manto de niebla cubre el pueblo, la lluvia intermitente complica el entrenamiento y la humedad cala los huesos. Un ligero silbido acompaña cada serie de flechas. De doce en doce, hasta que se recogen del parapeto, hasta completar 300 en una mañana, más de 400 al acabar el día. Una rutina espartana, casi en soledad, que completa en As Pontes uno de los mejores arqueros del planeta, Miguel Alvariño, todavía de 21 años. Desde hace tiempo, rechaza las propuestas para instalarse en la residencia Joaquín Blume de Madrid. Renuncia a las facilidades del Centro de Alto Rendimiento por su idea de felicidad. En un rincón de Galicia donde el paro anima a cientos de jóvenes a emigrar, despacha las propuestas con su propia filosofía. «La familia y los estudios son para mí lo más importante, por eso continúo aquí. El tiro con arco es precioso, pero no da para vivir». Por eso divide sus jornadas en dos mitades. De nueve de la mañana a seis de la tarde, arquero; y a partir de esa hora, estudiante de Electromecánica.
La explosión de Alvariño comenzó a finales del 2013, con la plata por equipos mixtos en el Mundial júnior de China. A su llegada a la estación de autobuses de Ferrol le esperaban sus padres y un fotógrafo de La Voz. Derribó barreras con la naturalidad con la que explica sus planes tras un 2015 redondo. Oro individual y plata por equipos en los Juegos Europeos de Bakú, líder del conjunto español que se clasificó para Río 2016 y campeón de la final de la Copa del Mundo en México DF. En el Zócalo, ante 20.000 personas, descubrió el vértigo de la cumbre. «Nunca había competido ante tanta gente, ni le había ganado a un coreano. Así que en el primer cruce me temblaron las manos y las piernas». En compañía de su entrenador de siempre, Manolo Buitrón, templó esos nervios y logró el título, un cheque de 18.500 euros y un reloj para su padre.
Premio gordo en un deporte de alta exigencia y euros escasos. «Ahora solo tengo un ingreso mensual, la beca ADO, que aún no cobré. Nada más». ¿Y si un oro en Río le permitiese un capricho? «Iría a Londres con mi novia o arreglaría mi casa para el futuro. No me lo gastaría todo». Alvariño vive apegado a sus raíces, a esa soledad y la familia. A la vivienda de sus padres en Pena de Eiriz, el pueblo donde apenas viven 30 personas, y a la cercana casa de piedra donde pasa los fines de semana, que planea reacondicionar poco a poco. «Tiene 114 años», cuenta.
De allí sale temprano hacia el campo de tiro de O Poboado, donde el Clube Sílex tiene una coqueta cabaña con cocina, oficina y baños. Unos 50 metros cuadrados. Un rincón austero del que brotan campeones bajo la mirada exigente de Manolo Buitrón. Flecha a flecha, Alvariño anota las series en la diana plástica, agujereada una y mil veces en la zona central amarilla. Vuelan a 207 kilómetros por hora, según la medición de la federación internacional. A ese ritmo fijó el año pasado en Turquía el récord de España en una ronda de 72 flechas: 684 puntos sobre 720.
Tras la tirada matinal, come en casa de sus abuelos, repite series por la tarde y acude a un gimnasio en As Somozas, donde el Concello le presta una nave para tirar flechas en días de intensa lluvia. Al terminar, conduce a Ferrol, donde en mayo espera terminar el ciclo básico de FP de Electromecánica. «Al final del día hago más de cien kilómetros, cuando en Madrid tendría todo al lado. Pero prefiero seguir así, con la familia y los estudios», explica Alvariño sobre una elección que tiene un coste económico en viajes y profesionales, pues también integran su equipo el preparador físico Miguel Míguez, el médico Juan Manuel Rodríguez Bastida, el fisioterapeuta Érika González y el psicólogo Jaime Montero.
«Lo más importante son la técnica, la psicología y el físico. Porque el entrenamiento ya te prepara para los cambios de viento, la lluvia o el frío». Cuando ancla el brazo derecho y tensa la cuerda, Alvariño resiste «a una fuerza hacia adelante de 23 kilos». Entonces cuenta «un, dos, tres», y suelta la flecha. Una rutina de horas. En soledad. «Prefiero entrenar así, sin distracciones. Además, no me gusta tener a un rival al lado, que al final puede ver si estás mal», razona. Su entrenador y su novia, también arquera, le acompañan durante parte de las sesiones, porque la mayoría de compañeros van al campo de tiro cuando él estudia.
¿Su objetivo a largo plazo? Completar el ciclo de Técnico Superior en Automoción «para trabajar en un taller de una primera marca, en una ITV o de perito de una aseguradora de vehículos». Los coches son su otra pasión. Echó el ojo a un Seat 850 para restaurarlo, y un día quiere sentir la adrenalina de un rali.
Siempre apegado a la realidad. «El tiro con arco tiene que ser secundario. Quien lo tenga como prioridad absoluta, se equivoca. ¡Si me asegurasen vivir de esto! La gente piensa que es un deporte profesional, pero no lo es». Hasta la mitad de las flechas se las paga de su bolsillo, a razón de «545,90 euros por docena». Solo algunas marcas le proporcionan la parte principal de un arco cuya cuerda se hace él mismo a partir de una bobina. Un pie en la alta competición y otro en ajustes caseros. En el Zócalo, ante 20.000 personas, le tembló todo, pero se convirtió en el mejor del planeta
Pendiente de confirmar su plaza olímpica en China, Colombia, Turquía e Inglaterra
La federación española tiene la última palabra sobre la confección del trío olímpico para los Juegos, con tres plazas no nominativas. Alvariño, Antonio Fernández y Juan Ignacio Rodríguez clasificaron al equipo español para Río, y desde abril competirán en pruebas en Shanghái (China), Medellín (Colombia), Nottingham (Reino Unido) y Antalya (Turquía) junto a un cuarto aspirante sobre el que tienen cierta ventaja. En esas citas se establecerán los tres billetes definitivos para la cita de Brasil.
«Ahora mi sueño es ir a los Juegos y, una vez allí, ganar el oro», admite Alvariño, para a continuación apelar a la prudencia. «En este deporte sé que, si estoy bien, la puedo ganar a cualquiera, pero también que cualquiera me puede derrotar». Entrena sin grandes parafernalias ni estudios biomecánicos. Hace meses, se compró una cámara Go Pro, y luego un iPad y un iPhone 6, herramientas para la visualización de su gesto técnico más allá de las sensaciones. Su entrenador, Manolo Buitrón, fija cada mes de agosto la planificación anual y le susurra las correcciones. El director técnico de la federación española, el coreano Hyung Mok Cho, no interviene más allá de su papel en los viajes del equipo nacional.