El golpe que le ha dado el TAD a Florentino y a sus directivos (que todos van en el mismo barco) ha sido casi definitivo. Y no porque el TAD sea el final del camino que puede recorrer el Madrid en su lucha estéril por eludir el ridículo de la alineación indebida. Sino porque se trata de un tribunal cualificado, que se rige por unos criterios más técnicos si cabe que los otros comités dependientes de la federación, y que también le han dado la espalda a la prepotencia de Pérez.
Florentino cometió un error estratégico impropio de un gran empresario y dirigente del club más grande del mundo. Decidió salir en primera persona a hacer frente a un fiasco que como tal ya no tenía arreglo. No parece que su intención fuera la de dar la cara como líder del club, sino más bien la de amedrentar con su presencia a todo aquel que participase en el proceso. Pérez se considera a sí mismo un hombre poderoso. Y le gusta ejercer como tal. Puede que pensara que ante su imagen desafiante en el campo de batalla, todos se apartarían de su camino. No fue así.
Quizá, aunque tarde, ya se ha dado cuenta de que a la larga, la humildad golea a la arrogancia. Porque al margen de disquisiciones legales y de si un artículo dice A y otro B, nadie duda que el Real Madrid ha hecho el ridículo. Desde la humildad, con los famosos valores que tanto airea Pérez, lo honesto e inteligente habría sido asumir el desastre, depurar responsabilidades y mejorar la organización del club para que no vuelva a suceder. Y pedir perdón.
Lo que ha conseguido desde su comparecencia es estrellarse ante Competición, ante Apelación y ante el TAD. Y hacerlo en primera persona, dando rostro al fracaso. Y todo de una manera torpe, porque aunque le hubieran dado la razón o terminen por dársela, todo el planeta sabe que Cheryshev estaba sancionado. Ahora, además de eso, sabemos de un presidente que tampoco tenía que haber jugado este partido.