Ni los goles salvan a Florentino

francisco pastor REDACCIÓN / LA VOZ

DEPORTES

SUSANA VERA | REUTERS

La afición volvió a pedir la dimisión del presidente, incluso cuando el equipo ya arrollaba al Getafe

06 dic 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

La imagen fue elocuente. Es la que describe el momento que atraviesa Florentino Pérez al frente del Real Madrid, uno de los más delicados desde que cogió el bastón de mando en el Santiago Bernabéu. Ayer ante el Getafe, el equipo volvía a casa después del descalabro del clásico y del ridículo ante el Cádiz, se examinaba delante de su público, el mismo que pidió a gritos la dimisión de Florentino cuando el Barça atropelló a los de Benítez. Y Pérez, en lugar de dar la cara, de ocupar su butaca en el palco de autoridades minutos antes de que arrancase el choque, se refugió en las entrañas del estadio. Esperó a que la megafonía atronase a todo volumen, a que los futbolistas empezasen a tocar el césped y entonces sí, entonces se sentó a esperar que la tarde fuese plácida. Confiaba en que sus chicos contratados a golpe de talonario le sacasen de este apuro. A Ancelotti lo echó porque los mimaba demasiado, pero ahora los necesitaba.

No empezaron bien las cosas. Benítez no se libro de una soberana pitada cuando el speaker del Bernabéu acabó de recitar el banquillo del Madrid. Florentino ya debe saber a estas alturas que el técnico es impopular, que su manera de juego no agrada y que pocos le ven futuro cerca de la Castellana. Pero el presidente, como se encargó de recordarles el jueves cuando compareció ante los medios para hablar sobre el caso Cheryshev, en todas sus decisiones busca «lo mejor para los socios, para su tranquilidad y estabilidad». Su criterio, piensa, está por encima de cualquier duda y de cualquier seguidor del montón. Él ve lo que otros no ven. Ya lo dijo Butragueño en su célebre y parodiada frase. Y cuando los demás dejen de verlo como lo que cree que es, alguien de otra dimensión, se marchará corriendo por la puerta de atrás. No sería su primera espantada.

Pues ayer tras abuchear a su gran apuesta deportiva de esta temporada, el Bernabéu se revolvió de nuevo contra Florentino. Fue un primer minuto de partido raro. En el que hasta los jugadores se extrañaron de la contundencia con la que la animadversión de la grada con el presidente. Cuando el Madrid echó a andar, la tensión se rebajó una pizca. La plantilla era consciente de que le debía una al Bernabéu y pronto empezaron a caer los goles. Anotó Benzema, marcaron Bale y Cristiano y Florentino por un momento se sintió cómodo en su poltrona. Fue un espejismo.

Después de una primera mitad explosiva, al Madrid le dio por sestear. Y al Bernabéu regresó la tensión. Cuarenta y cinco minutos al ralentí propiciaron que no hubiese indulto. Ni para los jugadores, pero, sobre todo, ni para Benítez y su juego de calculadora, ni para Florentino y sus repetidos despropósitos, esos que tanto le gusta negar.