Jorge 40, Valentino 24

a. bruquetas REDACCIÓN / LA VOZ

DEPORTES

JOSE JORDAN / Afp

Desde que el español llegó a MotoGP casi dobla en número de victorias al italiano

09 nov 2015 . Actualizado a las 16:29 h.

Cuando a finales del verano del 2007 se confirmó que Jorge Lorenzo daría el salto a MotoGP en la siguiente temporada pocos imaginaban la trascendencia que adquiriría el piloto español en la categoría reina. El talento de un adolescente que ya había conseguido dos mundiales deslumbró desde la primera carrera en la que se puso a manejar su Yamaha. Compartía box con una leyenda, con un hombre que había decidido cambiar de equipo para encontrar un reto donde antes no lo tenía. Ya no solo le valía ganar, quería demostrar que no solo sabía someter a sus rivales con una Honda. Aquel compañero de equipo era Rossi. Su pilotaje, de otra galaxia. Sin embargo, el Gran Premio de Catar del 2008 le enseñó al mito que su principal rival lo tenía a un palmo de distancia.

En la sesión de calificación, Lorenzo tomó la delantera. Marcó el mejor registro. Estreno con pole. 1.53,927. Valentino solo pudo ser séptimo. Paró el crono en 1.55,133. La carrera se la llevó Stoner. Lorenzo fue el único capaz de plantarle cara al australiano. Rossi, que ganó ese mundial, cruzó la línea de meta en quinta posición. Todo un aviso hacia el futuro. De hecho, desde ese momento hasta ayer, en que Jorge Lorenzo se hizo con su tercer campeonato del mundo en MotoGP, los números del mallorquín trituran a los del transalpino. Más poles (33 a 12), más victorias (40 a 24) y más mundiales (tres a dos).

Es cierto que tras el primer mundial de Jorge Lorenzo en MotoGP, el que amarró en el 2010, y que significó el detonante de que Rossi abandonase Yamaha, el paso de Valentino por Ducati empobreció los registros del de Urbino. En los dos años que pasó con la moto de la firma italiana no consiguió ni un solo primer puesto en la parrilla y ni un solo triunfo parcial. Además, vio cómo Lorenzo se anotaba su segundo título en el 2012. De aquella guerra que se había desatado en el 2010 en el seno de Yamaha, con Rossi colocando un muro de separación en el box para que Lorenzo no pudiese conocer los reglajes que utilizaba su compañero, salió victorioso el español. Por eso, en su retorno a la marca japonesa en el 2013, el propio Rossi se encargó de rebajar la tensión. Era consciente de que el paso del tiempo empezaba a jugar en su contra y que se enfrentaba, tal vez, a algunos de los pilotos con mejores manos de la historia. Porque no solo estaba Lorenzo. Dani Pedrosa, Casey Stoner, Simoncelli... y también Márquez, el niño al que había visto crecer y con el que le gustaba divertirse en las pistas de tierra. Todos eran jeroglíficos muy complejos de descifrar. Pero nadie tan regular, tan insistente, tan tenaz como Lorenzo.

La capacidad de reinventarse

Valentino, el piloto con más podios (211), poles (61) y puntos (5.161) en el motociclismo y el que ha logrado el mayor número de victorias (85) y podios (162) en MotoGP, tiene el mérito de haber sido capaz de reinventarse. Ya no era un tirano, un extraterrestre al que era imposible seguirle la estela, que apuraba la frenada donde a otros se les desbocaba el pulso. La única opción de Rossi para llevarse su décimo campeonato era ser un autómata. No fallar y esperar el error ajeno. Y así se plantó ayer con opciones de aumentar su palmarés.

Lo hizo después de cometer la única equivocación en todo el año. Eso sí, una terrible equivocación. Tirar a Márquez en Sepang cuando entendió que el de Cervera llevaba varias carreras estorbándole. No era lo que este mundial merecía. Ahora las estadísticas dictan que Valentino tendrá complicado volver a luchar por otro número uno. Está la edad. Sí. Y está Lorenzo... y Márquez.