Soñar, despertarse y actuar.
Saber que la vida no es esperar, y salir a buscarlo.
Confiar, fallar, fracasar, tropezar, decepcionarse y volver a creer.
Corretear despacio, deprisa, sin aliento.
Mirar dónde ya habías mirado y ver lo que aún no habías visto.
Perder, aprender, volver a empezar. Siguiente partido, nueva oportunidad.
Sentir, emocionarse, liberar tensiones, gritar.
Agarrarse a la penúltima jugada del partido o al penalti en el 95'.
No dormir, por los errores, las promesas incumplidas y las dudas infinitas.
Conocerse, perderse, volver a encontrarse. Pero siempre con un balón.
La magia del último pase, una pérdida en mediocampo y el gol del eterno rival.
Una mirada perdida, tres rostros desencajados, y un resultado inesperado.
Los ánimos del trequartista y la incredulidad del entrenador local.
Pájaros escondidos por la tormenta, águilas que vuelan más alto.
Nubarrones y claros. Obstáculos que, en la simple acción del salto, se vuelven fortalezas. Voces internas que susurran incapacidades, sujetos que responden con actos.
Enfermos del fútbol:
supervivientes, soñadores y leyendas.