«Me siento orgulloso de haber ayudado un poco a Santiago Rey a que La Voz haya llegado tan alto». Así hablaba Vituco tras hacerse públicos los datos de un EGM que colocaba a este diario como el cuarto con más lectores de España. Porque el periódico fue el eje sobre el que giró su vida. A sus 88 años escribía a diario. Y no perdía la esperanza de contribuir a que el periódico del día siguiente fuera mejor que el del día anterior.
Llamaba sin cesar a Sabón e informaba de cualquier hecho que pudiera ser de interés porque «no me iría tranquilo a la cama pensando que, por unos, o por otros, la noticia se quedara fuera del papel». Y es que, para él: «Una noticia, no es noticia hasta que no la cuenta La Voz».
Curioso hasta el extremo, generoso como no los hay, intuitivo como nadie y gran conocedor del ser humano. Galante con las mujeres, paternal con los novatos, comprensivo con los errores e implacable con la desidia. Republicano, le tocó crecer y hacerse hombre en tiempos de Franco. Y deportivista, socio número 2 de un club con el que vivió un millón de anécdotas y por el que dio la vida. Por eso le dolió especialmente, cuando un presidente mezquino y blanquiazul arribista, le tildó de enemigo del club. A él, que rio y lloró en Riazor y que nunca dijo no a hacer un favor al Dépor.
Vituco fue periodista de joven, y periodista de viejo. Ya con ochenta y tantos, en los tiempos de las nuevas tecnologías, el «hijo de la señora Juanita» llevaba el periodismo en las venas. Preguntaba sin cesar, se trabajaba las fuentes en el sillón de su casa, un trono desde el que ejercía la profesión con la pasión del primer día. Con las ganas de contar algo a los demás, contarlo el primero, y contarlo mejor que nadie.
Sentimos el dolor de su pérdida, pero en ningún caso nos deja un vacío. Quedan sus historias en Chicote. Las noches canallas del póker entre la densa niebla del tabaco tras acabar la jornada. Aquella vez que no aplaudió a Franco y le pillaron: «Si aplaudo no puedo tomar notas», dijo con toda la lógica del mundo. Sus exclusivas en los vestuarios de Riazor. Sus consejos paternales a los futbolistas. Su salida a la calle siendo un niño con la bandera republicana de su padre. Sus entrevistas a folclóricas, toreros, ciclistas y a todo aquel que alguien fue en aquella España que le tocó vivir. Sus inolvidables charlas en Radio Voz y su gran memoria. Los vinos con Cunqueiro. Y su amistad inquebrantable con el «número uno».
Vivió una vida plena. No se hizo rico, pero ni le importó, ni lo buscó. Siempre se sintió orgulloso de lo que fue: un periodista de La Voz.