Las turbulencias sacuden Can Barça en este arranque del 2015. Laporta vuelve a asomar, de Rosell no hay noticias, a Bartomeu se le multiplican las vías de agua, el prudente Zubizarreta ya es historia por una imprudencia... Las tiranteces institucionales recuerdan a aquellas series que triunfaban a finales de los setenta y en los ochenta, del corte de Dallas, Dinastía o Falcon Crest. Ahora que los resultados deportivos no terminan de acompañar, y a pesar de que el equipo está muy vivo en todos los frentes, el zumbido del avispero se va haciendo más agudo.
Pero hay dos nombres propios en ese contexto que le dan una dimensión más preocupante a los vaivenes azulgranas. Uno es el de Puyol y el otro el de Messi.
En medio de tanto ruido, el otrora central, siempre un referente ético dentro y fuera de la cancha, ha salido voluntariamente de escena, pero dejando la puerta abierta a un regreso. Uno no se imagina al bravo Puyol haciendo chascarrillos en el banquillo mientras su equipo va por detrás en el marcador. En realidad, es impensable una sola imagen frívola de Puyol. La selección lo echó mucho de menos en Brasil. Su vacío también se deja sentir en el vestuario que lucha por liderar Luis Enrique. Y todo indica que no le terminó de coger el punto a los despachos.
Lo de Messi pinta peor. En todo lo que no tiene que ver con el balón, siempre ha sido un personaje enigmático y quizás nadie lo ha sabido descifrar mejor que Guardiola. Cuando cogió las riendas del equipo tuvo claro que había un jugador superlativo, por encima de todo y de todos. Colmó al argentino de elogios, lo rodeó de compañeros que lo hacían mejor y se sabían mejores a su alrededor, sin entrar en celos jerárquicos. Si alguien podía romper el equilibrio de ese ecosistema, más que abrirle la puerta lo que hacía era empujarlo fuera. Léanse casos como los de Ibrahimovic o Eto'o. Y Guardiola, inteligente como pocos dentro y fuera de la cancha, quizás atisbando que alargar aquel rendimiento galáctico del argentino sería misión imposible, decidió irse, por la puerta grande, en la cresta de la ola. No es fácil tener esa clarividencia y no se fue a un destino cualquiera, sino a uno de los muy pocos en los que poder edificar un proyecto tan sólido y atractivo como el que lideró en el Camp Nou.
Aquel Messi que llegó siendo un niño a la Masía, al que mimaron en las categorías inferiores, al que Rijkaard fue modelando con la sabiduría de un orfebre para que no se perdiese en el camino hacia la élite y al que Guardiola convirtió en emblema indiscutido, ahora, después de varias revisiones de contrato que lo convierten en el mejor pagado del mundo, parece incómodo con todo lo que le rodea, incluso con esa Hacienda que le reclama lo que le toca. En las rectas, Messi disfrutaba y hacía disfrutar. Con las primeras curvas están llegando los mareos.