El norirlandés resiste a un desenlace vibrante para ganar el PGA, su cuarto grande, con solo 25 años
11 ago 2014 . Actualizado a las 12:55 h.Dos días antes de empezar el Campeonato de la PGA, Rory McIlroy no quiso entrar en el debate sobre si se encontraba en condiciones de marcar una época. Despejó las preguntas con humildad y ambición. Ya iba a responder con claridad durante cuatro días en el campo de Valhalla, en Louisville, Kentycky. En los tres primeros, se enseñoreó como líder, y transmitió calma cuando llegó a la jornada decisiva con un solo golpe de ventaja sobre su inmediato perseguidor, el austríaco Bernd Wiesberger. Ayer, se vio en mitad de su última vuelta en la situación más delicada posible. Con nueve hoyos por jugar, encadenaba +2 en el día, a tres golpes de Rickie Fowler, y a dos de Phil Mickelson y Henrik Stenson. Mientras esperaba en la calle del 10 y oteaba el juego de los norteamericanos, el norirlandés escuchó un estruendo, por un birdie de ocho metros de Fowler. Bajo presión, agarró su madera y pegó el golpe del torneo, con la bola a solo dos metros de la bandera. Tras el eagle, apretó el puño. Aún no iba líder, pero lo peor había pasado y en su interior ya se intuía campeón. Dos horas después, todo había salido según sus planes. Totalizó -16, un golpe menos que Mickelson y dos menos que Fowler y Stenson.
McIlroy volvió a bordar el golf en los nueve últimos hoyos, sobre todo de tee a green, porque se dejó oportunidades con el putter para describir una victoria sideral. En el 15 ya era líder en solitario. Ni el griterío de la afición estadounidense, que arropaba a los suyos, Fowler y Mickelson ni el ritmo lento de las partidas que llevaba por delante ni la llegada del ocaso le incomodaron. Porque el PGA ya había cambiado antes de comenzar siquiera su partida los favoritos. Una tromba de agua anegó los greenes, paró el juego durante más de una hora y volvió más pesado el campo diseñado por Jack Nicklaus. El retraso iba a complicar demasiado que el torneo terminase en domingo, como marca la tradición. Las horas de luz, la naturaleza, marca sus ritmos. Y los últimos hoyos se jugarían en penumbra. Una atmósfera especial para envolver una victoria.
La organización separó las salidas con menos margen del habitual para acabar antes de que el sol se escondiese. Y se generó cierto atasco por delante de McIlroy, un fenómeno que, además de dar espectáculo, juega fluido.
Le atacaron todos. Fowler comandó la revuelta, valiente y sutil a por su primer grande. También Stenson, que perseguía el primer major, ya no para su palmarés, sino para todo un país, pues a Suecia, con un millón de golfistas, le falta un grand slam. Y tampoco nadie descartaba a Mickelson, el mago maduro. Pero Rory está hecho de una pasta especial. Y aguantó todas las embestidas.
En el mejor momento de su vida, encadenó su tercer título seguido en otros tantos torneos del PGA Tour: el British, el Bridgestone Invitational y el PGA. Con 25 años, tres meses y seis días logra ya el cuarto grande de su carrera. Y solo tres jugadores los sumaron más jóvenes, tres figuras clave en la historia del golf, cada una en su época. Tom Morris el joven, con 21 años (1872), Tiger Woods, con 24 (2000), y Jack Nicklaus (1965), con unos días menos que el norirlandés. Ahora llega McIlroy.