«Salgan y ganen, no me fastidien»

Antón Bruquetas REDACCIÓN / LA VOZ

DEPORTES

Trabajo, honestidad y un amor eterno por la victoria, las señas de Di Stéfano

08 jul 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Era un hombre que miraba a los ojos. De pocas palabras, aunque directas. Sin rodeos. Desconfiado, pero terriblemente justo con quienes se esforzaban. Y en el campo... allí lo era todo. Un futbolista que valía por tres, un tornado que lo mismo arrancaba hacia arriba que para abajo para recuperar un balón. El portento al que todos admiraban y que siempre querían tener a su lado. Así definen a Alfredo Di Stéfano quienes lo conocieron tanto con las botas puestas como en la soledad de un banquillo, donde ejerció en el Elche, Boca Juniors, Valencia o Real Madrid. Y lo que nadie olvida es que ese mismo carácter explosivo con el que de vez en cuando se revolvía ante un mal gesto lo diluía con su extraordinaria ternura.

Manuel Ríos Quintanilla

«Un currante nato. En el campo, siempre el primero»

A Manuel Ríos Quintanilla, Manolete, Alfredo Di Stéfano lo fichó en el año 1972 del Deportivo de La Coruña para el Valencia al que la Saeta Rubia había hecho campeón de Liga. «Sabía cómo motivar a los futbolistas. Nosotros lo sentíamos muy cercano al vestuario. Se notaba que había sido jugador. Nos defendía a capa y espada», comenta el exfutbolista, quien agrega: «Eso sí, no quería perder nunca. Un ganador y currante nato. En el campo, siempre el primero».

Pero en la ciudad del Turia no era la primera vez que se cruzaban los caminos de Manolete y de Di Stéfano. Con solo 18 años, vestido con la camiseta del Dépor, presenció a ras de hierba los últimos retales del mago de Buenos Aires, aquellos que liberó en el Espanyol. «Era un prodigio con y sin el balón en los pies», resalta el presidente de la asociación de veteranos del conjunto blanquiazul.

Carlos Torres

«Desbordaba por poderío, valía por tres jugadores»

Se enfrentó con el Celta de Vigo en innumerables ocasiones contra Di Stéfano. El delantero coruñés, con el que incluso llegó a compartir un partido homenaje, lo recuerda como un huracán, como el futbolista total, capaz de finalizar una acción de ataque y de robar en campo propio en la siguiente jugada. «Desbordaba por poderío, otros se marchaban por velocidad, pero él no, él lo hacía por fuerza. Valía por tres jugadores».

Torres y Di Stéfano mantuvieron el afecto con el paso de los años y nunca dejaba de asombrarle su infinita elegancia: «Recuerdo un día contra el Atlético de Madrid, cuando Alfredo ya estaba en el Espanyol, en el que se pasó todo el partido haciéndole caños al equipo contrario. Al final, nos vimos y me dijo: "Vite, gallego. Estos tenían que haber jugado con sotana"».

Carlos Pellicer

«Prescindió de mí y ese día me invitó a cenar»

Que Di Stéfano cuando hablaba lo hacía con franqueza es testigo Carlos Pellicer, que también estuvo (1970/73) bajo la disciplina del entonces entrenador del Valencia. «Él fue quien me cortó. Habló conmigo después de un entrenamiento y me lo dijo directamente. Y al acabar me invitó a cenar. Sabía valorar a las personas que se sacrificaban, que lo daban todo por el equipo», comenta Pellicer, quien después del fútbol continuó su vida profesional como médico.

«Comentan que su carácter era temperamental, con un pronto fuerte, pero también lo vi callarse ante cosas que no le gustaban por el bien del equipo», apunta.

Salvador González «Voro»

«Rehuía siempre del poderoso, estaba con nosotros»

El exdeportivista Salvador González Voro recuerda a Di Stéfano cuando a mediados de los ochenta daba sus primeros pasos en el club de Mestalla. «Era un entrenador que se basaba mucho en la intuición que había ganado durante su etapa como jugador», comenta. «Le encantaba usar la ironía y motivarnos antes de salir a los partidos repasando la alineación del rival. Empezaba a decir los nombres y, de repente, paraba, se nos quedaba mirando y exclamaba: ?¡Pero quiénes son estos, por favor! ¡Salgan y ganen, no me fastidien!?, resalta el que fuera defensa internacional.

Paco Buyo

«Me emocionaba ver cómo lo admiraban sus compañeros»

El portero de Betanzos Paco Buyo comprobó el peso que la figura de la Saeta Rubia tenía en el Santiago Bernabéu, donde incluso llegó a entrenarlo por unos meses. «Me emocionaba ver cómo lo admiraban sus compañeros, quienes habían estado junto a él en en un terreno de juego», comenta el exguardameta blanco, quien añade: «Era alguien de una cercanía extraordinaria, pese a haber cambiado la historia del fútbol».