El triunfo por encima del juego

José M. Fernández PUNTO Y COMA

DEPORTES

17 jun 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

El Mundial de Brasil. Por tradición y porque, al fin y al cabo, juega en su casa. La única selección presente en todos los mundiales y campeona en cinco ocasiones quiere poner fin a lo que considera la mayor tragedia futbolística de un país que siente como propio el balompié. Quizá por el peso de la historia o, simplemente, porque el juego definitivamente también se ha globalizado, el fútbol brasileño tiene muy poco que ver con su mejor tradición. Los inventores del jogo bonito, el dribling, el engaño y el rondo eterno han vuelto a alejarse de sus orígenes.

Apenas hay espacio para la lírica en un pentacampeón que ha entregado la bandera del jogo bonito, al que solo echarán de menos si no levanta la Copa del Mundo. Por eso se pusieron en manos de Luis Filipe Scolari, Felipão, un sargento de hierro, un motivador para el que la victoria tiene mucha más importancia que el juego.

Así, tras encomendarse al técnico que llevó a Brasil a la victoria en el 2002, trazaron un plan que cosechó el triunfo en la pasada Copa Confederaciones, cuando su ejército devastó a una España desorientada por el ímpetu de un grupo en el que el protagonismo lo tienen los centrales de corte físico y aguerridos mediocentros, y no los centrocampistas creativos. Importa el qué y no el cómo.

La victoria le sirvió al técnico para zanjar un debate que solo podría reabrir un nuevo fiasco. Scolari es el principio y final de un Brasil atrincherado en la Granja Comary, un búnker en el que cualquier recuerdo del Maracanazo está prohibido y lejos de una posible contaminación de los conflictos sociales que asolan al país.

Felipão, justo es reconocérselo, ha puesto orden defensivo, ha mantenido, pese a su dudoso estado de forma, dos laterales muy alejados de su entera confianza y ha dispuesto un par de anclas en el centro del campo con claros efectos disuasorios para el rival. Y, como si de una Italia del pasado se tratara, se ha guardado un par de fantasistas, de orfebres que, en el fondo, serán los encargados de desatascar un juego a veces bronco y casi siempre directo: Oscar y, sobre todo, Neymar. Un grupo más dispuesto para la máxima exigencia física y la velocidad que para el juego combinativo. Aún así, son los grandes favoritos. Un sacrilegio. Todo sea por el hexa.