Medallas olímpicas contra el terror

Pablo Gómez Cundíns
Pablo Gómez REDACCIÓN / LA VOZ

DEPORTES

La ciudad rusa de Sochi acoge condicionada por el terrorismo la cita deportiva más cara de la historia

06 feb 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Desde 1924, los Juegos Olímpicos de Invierno son, para un país como España, una cita extravagante. Una manera de acercarse temporalmente y casi siempre a deshora a deportes como el curling, luge o esquí acrobático.

Sin embargo, en otras latitudes se trata de la cita deportiva más importante. Para Austria, Canadá, Finlandia, Suiza y Noruega no son ningún juego. Reino Unido, Estados Unidos e Italia los han convertido en una cuestión de honor.

En cierto modo, lo mismo que ha hecho el presidente ruso, Vladimir Putin, que ha lanzado un órdago a la comunidad internacional en su empeño en hacer de Sochi la capital olímpica más relumbrante en los últimos noventa años.

Hasta el momento, el coste ha sido elevado. En sentido literal (se trata de los Juegos más caros de la historia, con una inversión de 37.000 millones de euros) y no tan propio, ya que han generado un gran rechazo internacional debido a los episodios de corrupción, la persecución de los homosexuales por parte del gobierno ruso y las amenazas terroristas de los grupos islámicos. Putin argumenta tajante para justificar tal empeño: «Son la mayor obra del mundo. Un proyecto nacional al que Rusia se ha encaminado durante siete años». Aunque ello haya implicado la construcción desde cero de casi todas las instalaciones.

Hoy arranca la competición y mañana se celebrará la ceremonia inaugural en esta ciudad de clima tropical a orillas del mar Negro. Ochenta y ocho países se disputarán las ochenta y cuatro medallas en quince disciplinas de siete deportes. Entre los inscritos, España, que espera no acudir como convidada de piedra y lograr su tercera medalla. Es más, tendrá participación en todas las modalidades gracias a la veintena de deportistas clasificados. Galicia tendrá también su parte de protagonismo, gracias a Katia Griffiths Pereira-Borrajo, de familia viguesa y participante en esquí acrobático; y Mauro Núñez, ourensano y seleccionador ruso del mismo deporte.

Paradójicamente, con su marcado carácter homófobo, los Juegos de Sochi (los primeros invernales con sede en Rusia) han contribuido a la igualdad de género entre deportistas al incluir doce pruebas nuevas, la mayoría femeninas.

Pero de lo que no cabe la menor duda es de que es el evento deportivo más condicionado por el terrorismo, desde Múnich 1972, cuando el comando Septiembre Negro secuestró y asesinó a once miembros del equipo olímpico israelí.

Sochi está entre el mar Negro y el Cáucaso, donde el gobierno ruso libró con los separatistas chechenos dos sangrientas guerras (1994-1996 y 1999-200). La proclamación unilateral del Emirato del Cáucaso, su brazo armado (el Frente Caucásico) y su vínculo con Al Qaeda son un cóctel difícil de digerir para la seguridad de la zona.

De hecho, después de los ataques suicidas islamistas de Volgogrado en diciembre, se multiplicaron las amenazas a miembros del COI, de Eslovenia, Hungría, Alemania, Italia y Austria.

Putin ordenó establecer en Sochi un centro operativo para los servicios secretos de varios países, a pleno rendimiento las veinticuatro horas. Además, destacó cien mil unidades del ejército ruso y agentes especiales, y ha pedido ayuda a Estados Unidos (pelillos a la mar tras el caso Snowden), que rápidamente ha desplazado al mar Muerto dos navíos de guerra.

En estas circunstancias habrá quien piense si se trata solo de deporte. O es mucho más que eso.