El labrado baloncesto del Obra

M.G. REIGOSA SANTIAGO / LA VOZ

DEPORTES

Álvaro Ballesteros

El colectivo de Moncho Fernández exprime el trabajo de laboratorio y pista

26 dic 2013 . Actualizado a las 11:22 h.

El Obradoiro Río Natura Monbus desplegó ante el Unicaja una de las mejores versiones de su baloncesto cuántico. Y lo mismo sucedió ante el Barcelona. Frente al Valencia, en cambio, no salió nada a derechas. Faltó el acierto, tanto cuanto le sobró al rival. Esa es la parte que escapa a cualquier propuesta del juego, porque la inspiración tiene que ver más con las musas que con el manual de instrucciones. En todo lo demás, el colectivo de Moncho Fernández es un grupo que maneja una amplísima gama de recursos, con la dificultad añadida de aprender a decidir sobre la marcha cuál es el que corresponde a cada situación que plantea el partido.

Los jugadores son como músicos de jazz que interiorizan más de cincuenta piezas. O como los estudiantes de Química que tienen que hacer suya la tabla periódica, con todos sus símbolos y valencias. Pero no basta con memorizarlas. Deben aprender a combinarlas, saber qué mezcla conviene en cada secuencia de partido. Y los cinco que están sobre la pista tienen que sintonizar el mismo dial para hacer del baloncesto una sinfonía. De lo contrario, los desajustes pueden pasar facturas costosas, porque el equipo suele arriesgar.

Imprevisible, no improvisado

Como decía recientemente Pedro Martínez, el Obradoiro es un equipo imprevisible por la cantidad de variantes que despliega. Y que no son producto de la improvisación sino del trabajo. Todo ello se refleja en la evolución del colectivo.

En el poco tiempo que Andrés Rodríguez estuvo a las órdenes de Ivanovic en el Baskonia tuvo que familiarizarse con más de cincuenta fórmulas. Y lo mismo le sucedió con Moncho Fernández. Sin embargo, hay una diferencia notable. El técnico serbio es más intervencionista durante el partido, a menudo es él el que marca la jugada. El Alquimista de Pontepedriña también decide desde la banda, pero en menos ocasiones, porque también deja que sean sus discípulos los que escojan la partitura.

En defensa la actividad es incesante, con intención de minimizar las virtudes del rival y diluir las carencias propias. El objetivo es condicionar el ataque del adversario y no que sea el oponente el que le marque el paso a la retaguardia. Con las ayudas y los cambios en los emparejamientos y las estrategias lo que pretende el Obradoiro es confundir al rival o, cuando menos, obligarlo a jugar incómodo.

En ataque la clave estriba en saber buscar las ventajas. Y eso obliga a estar leyendo constantemente el juego. El propio Moncho Fernández explica la esencia de la propuesta: «El balón es el que marca la pauta, pero el ochenta por ciento del baloncesto es juego sin balón. Quiero que los cinco jugadores estén haciendo algo porque eso es lo que atrae la atención de las defensas».

La puesta en escena no es fácil. Sirva como ejemplo que un sencillo ataque a partir de un bloqueo directo del pívot puede tener varios desarrollos distintos. Lo mismo vale para los saques de fondo o para cualquier situación de partido que se pueda plantear.

Velocidad de pensamiento

Todo ello exige velocidad de pensamiento, clarividencia para descifrar el baloncesto y coordinación. A veces es el entrenador el que marca la jugada. Otras, el base. Pero puede hacerlo cualquiera de los cinco que se encuentran en la pista. Para eso están los códigos que solo ellos manejan, unos gestuales y otros vocales.

Dominar tal volumen de información y saber aplicarla sin tener que pararse a pensar requiere tiempo. Más allá de los resultados, la diferencia del Obradoiro de las tres primeras jornadas de Liga respecto al de las tres últimas es indiscutible.

Uno de los mejores termómetros para medir la evolución es el llamado juego libre, basado en los conceptos. Cuando el equipo sabe sintonizar esa frecuencia entre todas las emisoras de su dial es porque los músicos ya se atreven con cualquier melodía.

El baloncesto del Obradoiro, como la mecánica cuántica, tiene su complejidad. Y sus ventajas. Lo resumió Feliu en una frase: «Cuando lo dominas, siempre encuentras soluciones».

En días como el del Unicaja de Málaga, en los que acompaña el acierto, ese baloncesto cuántico suena como el jazz de Louis Armstrong.