Sesenta años de la ascensión del hombre a la cima del Everest

La Voz LUISMI CÁMARA (COLPISA)

DEPORTES

ANTONIO OTERO

Los alpinistas se quejan de que la montaña más alta del mundo se ha convertido en un destino turístico

29 may 2013 . Actualizado a las 11:21 h.

El apinista español Carlos Pauner ha sido el último en completar la ascensión a los catorce ochomiles tras hollar la cumbre del Everest, la más mítica de las grandes montañas. Sin embargo, la satisfacción del aragonés se mezclaba con la desagradable sensación por la mercantilización de un reto supremo como el que supone alcanzar la cima del monte más alto de la Tierra. «No me gusta el ambiente, es como un circo. El campo base no es de alpinistas, sino de turistas», criticaba a su regreso de Nepal.

Coincidía así con la opinión de Reinhold Messner, aclamado como el alpinista más grande de todos los tiempos y el primero que subió el Everest sin oxígeno en 1980. El italiano aseguraba hace ya unos años que había miles de personas que reservaban una plaza «como si fuera un simple viaje al Tíbet» y consideraba que, «con buen tiempo», había caminos preparados que convertían la ascensión «en no más que un trekking en la zona de la muerte» (la altitud a partir de la que la vida humana es prácticamente imposible). De hecho, hace unos días, el japonés Yuichiro Miura, de 80 años, se convirtió en el más mayor en llegar al techo del mundo, y el sherpa nepalí Phurba Tashi batió el récord de coronaciones, con 21. Pero Messner ya advirtió de que, pese a todo, las estadísticas desvelaban que «por cada diez personas que alcanzan su objetivo, una muere en el intento».

Sin embargo, lo que ahora puede parecer un reto al alcance de hombres preparados y de bolsillos pudientes, el 29 de mayo de 1953 se convirtió en uno de los grandes hitos de la historia. Ese día, el apicultor neozelandés Edmund Hillary y el sherpa Norgay Tenzing pisaban por primera vez el punto más alto del planeta.

Su gran experiencia como escalador y alpinista convencieron al coronel John Hunt para invitar a Hillary a participar en la ambiciosa expedición, auspiciada por la Corona británica, que pretendía rematar los anteriores intentos fallidos de ascenso al Everest y que contaba para ello con la participación de más de 400 personas entre alpinistas, guías y porteadores.

Sin embargo, una vez colocado el último campamento, el 26 de mayo el oficial Hunt decidió que la primera acometida para hacer cumbre la realizaran Charles Evans y Tom Bourdillon que, a escasos cien metros de la meta, debieron dar media vuelta por la falta de óxigeno. El destino entonces señaló a Hillary y Tenzing y los convirtió en mitos tres días más tarde.

El enigma de Mallory

Aunque dejó citas legendarias -«no conquistamos las montañas, sino a nosotros mismos»-, no fue precisamente una frase meditada con reposo, pensada y preparada para entrar en los libros de texto, la que salió de la boca del antiguo piloto de guerra. «¡Por fin hemos tumbado a ese bastardo!», acertó a decir Hillary tras subir los 8.848 metros del Everest.

Con estas expresivas palabras, recordaba de golpe a aquellos que lo habían intentado antes y que quedaron por el camino, como su admirado George Leigh Mallory, el protagonista del mayor enigma del alpinismo.

Mallory era uno de los escaladores más reputados de Gran Bretaña y participó en las tres primeras expediciones a la montaña más alta del planeta. En la tercera de ellas, en 1924, desapareció junto a Andrew Irvine después de que uno de sus compañeros pudiera verlos subir ya muy cerca de la cumbre. La incógnita reside en saber si lograron llegar y fallecieron después en el descenso o lo hicieron antes. En 1999, un grupo que intentaba desvelar el misterio descubrió el cuerpo de Mallory, pero no hallaron la cámara de fotos que podría haber resuelto todas las dudas, por lo que las hipótesis enfrentadas no cesan.

Mientras no se aclare si el montañero inglés logró dejar en lo más alto la foto que llevaba de su mujer, como era su intención, Hillary se mantiene como el primer conquistador del Everest. Después de 1953, el neozelandés siguió marcándose retos y, entre otros, formó parte de la primera expedición que completó la primera travesía de la Antártida a través del Polo Sur. Fallecido en 2008, criticó durante toda su vida la masificación del Everest y los comportamientos egocéntricos de aquellos que se preocuparon por hollar la cima y desatendieron y abandonaron a su suerte a otros alpinistas que fallecieron en su intento de tocar el cielo.