La cojera invisible de Usain Bolt, el hombre más rápido del planeta

J. Gómez Peña LONDRES / COLPISA

DEPORTES

KAI PFAFFENBACH

14 feb 2013 . Actualizado a las 19:10 h.

Al nacer, Usain Bolt pesó 4,3 kilos. Un bebé voluminoso, como sus padres y su abuelo, un gigante de 1,95 metros. Fuerte, alto, fibra. Parecía perfecto, pero no lo era. La zona lumbar de su espalda se desarrolló torcida. Sin saberlo hasta tiempo después, el niño sufría escoliosis. Estaba desnivelado; su fantástico cuerpo nació mal estibado. Y se desequilibró. Tiene la pierna derecha más corta que la izquierda casi centímetro y medio.

Ahí está el talón de Aquiles del medallista de oro en Londres 2012. Y por ahí han ingresado en su arquitectura física todas las lesiones que sufre. Dicen los especialistas que Bolt no tendrá una carrera larga, que sus achaques lumbares y de ciática acabarán con los músculos de sus piernas y con sus tendones. No lo supo hasta los 18 años, cuando ya era la sensación del atletismo jamaicano. Cada vez que aumentaba la intensidad de sus sesiones de velocidad, se rompía. Se desesperó. En su cabeza se formó una idea: entrenar duro es igual a lesionarse. Pero Friz Coleman, su férreo entrenador, no le dejó sestear. Más pesas, más gimnasio. El indolente Bolt aumentó su desgana. Aun así, le llevaron a unos Juegos, los de Atenas 2004, que él no quiso nunca correr. Tenía 17 años. Hizo el ridículo: en las series de clasificación de 200 metros notó un pinchazo y entró al trote. Eliminado.

Bolt se recluyó en casa. Hasta que cambió de entrenador. Glen Mills le iba a resucitar. Llevó a Usain a Alemania, a la consulta de un médico, Muller-Wolhlfahrt, que le habló por fin de su invisible cojera. Las lesiones habían acentuado la escoliosis. Aplicaba cerca de un 10% más de fuerza con la pierna larga. Mills y el médico germano le dieron la vuelta al cuerpo de Usain. El talento jamaicano se dedicó a compensar la zona débil de su físico. Cambió sus hábitos: miles de ejercicios abdominales y lumbares para formar una faja de músculos que protegiera su espalda. Horas y horas de estiramientos. Construyó un nuevo cuerpo en torno a su escoliosis. El resto ya lo tenía, vino de serie al nacer: las fibras blancas de contracción muscular que lo convierten en una bomba y un fémur infinito. La palanca. Es capaz de mover las piernas con la cadencia de un atleta bajito pese a medir un palmo más. Tres años después de aquel diagnóstico, Bolt batió las plusmarcas de 100, 200 y 4x100 en los Juegos de Pekín 2008. El cojo volador: en 2009 rebajó aún más la marca. Hasta los 9.58.

Pero su caprichoso cuerpo volvió a resentirse en la aproximación a los Juegos de Londres. La escoliosis no tiene solución. Morirá con ella. John Smith, el mítico entrenador de los grandes velocistas estadounidenses, dijo de Bolt: «Es una anomalía de la naturaleza». Una bala tan veloz como mellada.