Roger Federer y Andy Murray, ante una final de Wimbledon llena de historia

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DEPORTES

DYLAN MARTINEZ

Federer tiene la oportunidad de hacerse con su séptimo Wimbledon, mientras que para Murray sería su primer Grand Slam

08 jul 2012 . Actualizado a las 14:00 h.

Los 14.979 espectadores que el domingo llenarán las gradas del estadio central del All England Club para presenciar la final de Wimbledon serán unos privilegiados. Tanto, que algunos de ellos habrán pagado hasta 12.000 libras (18.500 dólares) en la reventa para tener un asiento allí. Una locura, sí, pero justificada por un partido que toca las fibras más sensibles del deporte de la raqueta.

De un lado, Roger Federer, el hombre que no gana un torneo de Grand Slam desde enero del 2010, pero que antes de eso acumuló 16, una cifra jamás alcanzada por otro jugador. El hombre que mañana se jugará demasiadas cosas.

«Tengo la posibilidad de ser el número uno del mundo y de ganar otra vez el título. Todo al mismo tiempo», admitió Federer, que busca su séptimo título de Wimbledon, lo que le permitiría igualar al británico Williams Renshaw y a uno de sus ídolos de juventud, el estadounidense Pete Sampras. «Así que es un partido muy grande para mí. Espero poder mantener mis nervios bajo control, seguro que podré. Y espero ganar», añadió.

A un mes exacto de cumplir 31 años, Roger Federer lucha por agigantar su historia en el más codiciado de los escenarios del tenis mientras sus dos grandes rivales están de vacaciones. El español Rafael Nadal, en Cerdeña, y el serbio Novak Djokovic, en algún destino desconocido desde que el viernes el suizo lo expulsara del torneo.

Si suma su séptimo título en ocho finales en el All England, Federer no sólo recuperará la cima del ránking, sino que igualará, y siete días más tarde superará, el récord de Sampras con 286 semanas al frente de la clasificación.

Toda una revancha para el suizo, al que en los últimos dos años muchos dieron por amortizado. Él no, él seguía buscando los triunfos, y reaccionó como pocos esperaban: tras perder en septiembre en las semifinales del US Open un partido ante Djokovic en el que tuvo dos match points, encadenó 17 victorias consecutivas y tres títulos.

La buena racha siguió esta temporada, con otros cuatro torneos conquistados hasta convertirse en el jugador más exitoso de los últimos nueve meses. Le falta, eso sí, un Grand Slam para que a la cantidad se añada la máxima calidad, ésa que le sobra al suizo.

Y que también tiene Andy Murray, un hombre al que las finales de Grand Slam vienen maltratando. Jugó tres, perdió las tres y no ganó siquiera un set. Entrenado desde el año pasado por el checo-estadounidense Ivan Lendl, Murray tiene en el exnúmero uno del mundo un consejero ideal.

No sólo porque incorporó en los últimos meses ese derechazo cruzado y seco que hizo famoso a su entrenador en los años ochenta y noventa, sino porque Lendl es el único jugador en la era profesional del tenis que perdió sus cuatro primeras finales de Grand Slam. Luego ganaría ocho grandes, una carrera que Murray probablemente firmaría. Pero no en aquella dura fase inicial, claro.

«Es un gran desafío, uno en el que probablemente no se espera que yo gane. Pero uno en el que, si juego bien, soy capaz de ganar», analizó Andy Murray, que con su voz grave y su mirada huidiza parece a veces menor de los 25 años que en realidad tiene.

«Habrá menos presión sobre mí el domingo por ser él quien es», añadió Murray en un vano intento de dejarle toda la responsabilidad a Federer.

¿Menos presión? Todo lo contrario. Si el británico Tim Henman, cuatro veces derrotado en semifinales en Wimbledon, sentía toneladas de peso cada vez que pisaba el court central, a Murray se le caerá todo el estadio encima. Su ventaja es que tiene bastante más tenis y recursos que los que exhibía Henman, y también ocho victorias en 15 partidos ante Federer, aunque perdiera las dos veces que lo enfrentó en Grand Slams.

El viernes dejó en el camino el recuerdo de Bunny Austin, que en 1938 había sido el último británico finalista en Wimbledon. Mañana se enfrentará al fantasma de Fred Perry, ominosamente presente en las praderas del All England Club.

«¡Pero si no está vivo!», respondió casi con desesperación Murray el viernes a un periodista que le preguntó si Perry lo bendecirá de cara a la final.

Fred Perry será una estatua, sí, pero el desfile incesante de aficionados tomándose hoy una foto junto a esa figura de bronce demuestra que el tenis británico sigue anclado en 1936. Perry, muerto en 1995, vive aún, y en la raqueta de Murray está la vía para que descanse por fin en paz. En el talento de Federer, el gran obstáculo.