En un país tan aficionado al deporte como España y que precisamente vive una era dorada con varios de sus deportistas convertidos en iconos de alcance mundial, seguro que se ve con buenos ojos la posibilidad de acoger de nuevo unos Juegos Olímpicos.
Pero una cosa es ver los fuegos artificiales desde el balcón de casa gratis y otra tener que pagar por ellos.
España quiere tener los clubes de fútbol más ricos del mundo, los mejores estadios, grandiosos circuitos y ser el país con mayor número de carreras de motos y coches del planeta. Queremos organizarlo todo, construir instalaciones de última generación y ganar todas las medallas y las copas. En definitiva, nos encanta el circo, aunque no tengamos para comprar la barra de pan. Pero en el contexto actual es una enorme irresponsabilidad gastar un solo euro público en la hi-po-té-ti-ca organización de unos Juegos cuya rentabilidad fuera de Madrid no está tan clara.