Schiavone defende el título frente a Na Li

Javier Albisu

DEPORTES

La tenista italiana actual campeona jugará mañana la segunda final más «vieja» de Rolanda Garros ante la china Na Li.

03 jun 2011 . Actualizado a las 20:20 h.

La italiana Francesca Schiavone defenderá mañana su título de Roland Garros en una final de veteranas en la que intentará imponerse a la pujanza china de Na Li, que ha llevado el tenis de su país hasta cotas nunca antes alcanzadas.

La italiana, al borde de cumplir 31 años, cree que «como el vino, cuando más vieja mejor». La china, que suma 29, se muestra reacia a identificarse como veterana, con una sonrisa entre la ingenuidad y el infantilismo.

«No soy mayor. ¿Por qué cree que soy mayor? Todavía me siento joven», dice la mejor jugadora china de la historia, que peleará por segunda vez una final de un «grande», tras perder en la última final del Abierto de Australia contra la belga Kim Clijsters.

Aunque Na Li se resista a reconocerlo, la de mañana en la Philippe Chatrier (13.00 GMT) será la segunda final más añeja de Roland Garros en la Era Open, desde que en 1986 la estadounidense de origen checo Martina Navratilova derrotó a su compatriota Chris Evert sobre la tierra batida de París.

Schiavone, más desenvuelta que su rival en las ruedas de prensa, cree que tener a dos jugadoras experimentadas en la final «es bueno, no solo para el tenis, sino también para las jugadoras jóvenes que están llegando» al circuito.

Aunque la estadística entre ambas es salomónica, con dos victorias para cada jugadora, la milanesa tendrá la ventaja psicológica de haber derrotado a la de Wuhan en la segunda ronda del último Grand Slam de París, que terminaría ganando ante la australiana Samantha Stosur.

Na Li, primera jugadora en lograr un título del circuito WTA (Guangzhou en 2004), tiene revés a dos manos, fortaleza mental para remontar los partidos y una paleta de golpes más copiosa que Schiavone, que juega con revés a una mano y sazona sus liftadas, cortadas y paralelos con grandes dosis de casta y entrega.

Diestras y en torno a la treintena, Shchiavone y Na Li comparten, además, un tardío despertar tenístico.

La italiana, contra todo pronóstico, sumó el año pasado su primer título de Grand Slam, después de diez años como profesional en los que sólo había logrado otros dos trofeos menores.

Na Li, hija de un aficionado al bádminton y formada como jugadora al calor de los programas para jóvenes deportistas del Gobierno de Pekín, decidió en 2008 dar un giro a su carrera.

Tras años de desencuentros y reconciliaciones parciales con el Equipo Nacional Chino, Na Li cerró las puertas de la federación china. O, al menos, las entornó.

«El Gobierno me patrocinó mucho. Me pagaron al entrenador, los viajes... me lo pagaron todo» y «todavía, si lo necesito, le pido a la federación que me consiga un visado» porque «aún tenemos buena comunicación», asegura una jugadora que reconoce la importancia de que unos 40 millones de compatriotas siguieran su semifinal por televisión.

Schiavone, que como cualquier otra jugadora del mundo no cuenta con semejante imperio de aficionados apoyándola, también siente que los suyos la llevan en volandas.

«Por supuesto, no somos millones y millones como en China porque en total somos.. ¿Cuántos somos? ¿70 millones? Sí, 70 millones», dice convencida la italiana, a la que el subconsciente le hace inventarse diez millones de aficionados más de lo 60 millones que podrán animarla mañana.

Y es que sobre la tierra batida, todas las armas sirven. La cabeza y los ánimos también.

«El cerebro, el corazón, el cuerpo... todo lo que tienes», dice «Schivo», que tendrá que zafarse de los demoledores engranajes de la estadística, que juegan en su contra porque desde la victoria de Justine Henin en 2007, ninguna campeona ha conseguido revalidar título en París.

Mientras tanto Na Li avisa de que llega con más sabiduría y con menos presión.

«Melbourne fue mi primera vez en una final. Ahora tengo la experiencia y creo que puedo hacerlo mejor», asegura la tenista, que puede desatar mañana la locura entre los más de 1.300 millones de chinos que aún no saben lo que es ver a uno de los suyos proclamarse campeón en un Grand Slam.