Mosquera saca brillo a la Bola del Mundo

Mariluz Ferreiro REDACCIÓN/LA VOZ.

DEPORTES

Firmó una exhibición en la subida, logró el triunfo pero no pudo descolgar a Vincenzo Nibali, que ganará hoy la Vuelta a España

19 sep 2010 . Actualizado a las 17:42 h.

La Vuelta 2010 siempre será aquella en la que un gallego le echó un pulso al líder sobre áspero hormigón. La carrera del duelo de la Bola del Mundo. La edición en la que Ezequiel Mosquera atacó y soñó con derrumbar a un gran Vincenzo Nibali. No lo consiguió, pero se llevó su ansiado triunfo de etapa. La carretera se lo debía. Y al teense, profesional y fanático de la bicicleta, le queda el consuelo de que el ciclismo va más allá de la matemática del palmarés para beber de la épica, de esos instantes irrepetibles que no sucumben al paso del tiempo. De los duelos como el de ayer.

Tras la etapa, Mosquera bordeaba el llanto al hablar de sus compañeros. «Es para todo mi equipo, del primero al último. Lo han dado todo por mí». Menos el propio Mosquera, el futuro de todos los corredores del Xacobeo está en el aire. La continuidad de la formación es duda. Técnicamente, de cara al 2011, están en el paro. Pero ayer eso no importó. Se lanzaron por delante en las fugas. Y avivaron el ritmo cuando el pelotón amenazaba con aletargarse. Todos contribuyeron a que la carrera discurriera loca, rápida, dura, centelleante. Tiraron en la primera subida a Navacerrada para luego ir abandonando el gran grupo. En la ascensión definitiva, a ocho kilómetros del final, quizás antes de lo deseado, Mosquera recurrió a su último cartucho, el hombre que siempre ha estado a su lado en los momentos cruciales de la montaña. David García tensó la cuerda. Rostro de sufrimiento ante la vigilante mirada de Kreuziger. «Un día de perros», confesó después.

Lloraba Nibali en la meta, con la cara entre las manos. Había dicho antes que no conocía la Bola del Mundo, pero que no la temía. Y en el ciclismo, como en el western , el paisaje es un personaje más. La cima inédita midió el temple del siciliano. Cuando el grupo de gallos se mantenía compacto, a cuatro kilómetros y medio del final, saltó Frank Schleck, y ahí cedió Kreuziger, el indestructible escudero del líder. Y después partió Mosquera. Nibali se quedó huérfano de compañeros, junto a Velits, Purito Rodríguez y Nicolas Roche.

El luxemburgués fue el detonante de todo lo que pasó después. Mosquera fue alcanzado y otra vez apretó el ritmo. Pero al tercer tirón, logró unos metros de ventaja sobre el portador del maillot rojo. Nibali aceleró. Los dos llegaron juntos al hormigón, a los tres últimos kilómetros. A la Bola del Mundo. El escualo de Messina se retorcía sobre la bicicleta. Daba botes como pez fuera del agua para seguir a rueda del gallego, constante en su cadencia, dueño de su territorio. Hasta que domó su ímpetu y dejó que su rival se marchara. Y Mosquera comenzó a soñar entre la multitud. La ventaja aumentaba poco a poco. Ocho segundos. Diez. Quince. Alcanzó los veinte cuando faltaba un kilómetros para el desenlace. Pero entonces esa tendencia que acercaba la Vuelta a Galicia se rompió. Nibali, a su ritmo, comenzó a recuperar. Mosquera echaba de menos un desarrollo mayor en las curvas. «Me equivoqué», admitió luego. En las curvas no le bastaba el 38-20 que había montado.

Nibali cazó a Mosquera en los últimos metros. La Vuelta se desvanecía. Y con la sombra del corredor del Liquigas asomaba la amenaza de otro segundo puesto para el gallego. Demasiado cruel. Pero el líder del Xacobeo cruzó la meta en primera posición. Para él la etapa. Para Nibali la general. Por fin la victoria. Por fin un trozo de gloria más allá del aplauso.

Desde 1986 no subía un gallego al podio de la Vuelta. Desde el 90 no ganaba la general ningún italiano. Nibali, de 25 años, escribe su propia historia y se confirma como el hombre que puede dinamitar la entente cordiale de Contador y Andy Schleck.

A la Vuelta solo le falta el paseo triunfal de Madrid, de 85 kilómetros. Un epílogo menor después del día que permanecerá. El de Nibali y Mosquera.