Basso o el regreso del hijo pródigo

Mariluz Ferreiro REDACCIÓN/LA VOZ.

DEPORTES

24 may 2010 . Actualizado a las 02:23 h.

Parece un contrasentido resucitar en el infierno. Pero así fue. Ivan Basso volvió a la vida en un averno vertical, el Zoncolan. Este puerto figura entre los más duros de Europa. Diez kilómetros sin treguas, sin paréntesis, sin respiro. Y en la cima se presentó Basso. En solitario. Con una sonrisa que endulzaba el gesto sufriente. Miles de aficionados en las faldas del muro recibían al hijo pródigo. Basso, que estuvo suspendido por su implicación en la operación Puerto y regresó al pelotón profesional en enero del 2009, alzó su puño derecho y paladeó el sabor de la victoria. Hacía cuatro años que no lo hacía en una meta. Fue en otra cumbre, la de Aprica, un 27 de mayo del 2006. Ayer esa cima parecía muy lejana. «Es el día más bello desde mi vuelta», confesó. Un día en el que David Arroyo (Caisse d'Epargne) sufrió pero se agarró a la maglia rosa.

Basso recordó los tragos amargos y los sacrificios del pasado. Cuando fue expulsado del Tour 2006 en vísperas de la carrera. Cuando la sanción lo apartó de la bicicleta. Cuando su retorno a bordo del Liquigas supuso la retirada de la formación italiana de la asociación de equipos y el recelo de más de un organismo del ciclismo. Cuando se fustigó. Quizás esos fueron sus escalones para subir el Zoncolan.

El trabajo del Liquigas

El varesino dio la última puñalada a unos rivales que habían sido sometidos al martirio del Liquigas durante gran parte de los 222 kilómetros del recorrido, desde Mestre hasta el coloso final. Los hombres de verde fallaron en su estrategia aquel día de la multitudinaria fuga del Aquila, pero han demostrado ser el único equipo que dispone de soldados para coger de vez en cuando las riendas de este Giro. «Es para estar orgulloso. No han guardado energías. Los he felicitado a todos, especialmente a Nibali», comentó Basso.

Precisamente el grupo de los aspirantes se rompió en mil pedazos con el tirón de Basso y Nibali en la última ascensión. La etapa quedó atomizada en una serie de cronoescaladas individuales. Se fueron cayendo Arroyo, Sastre, Cunego, Vinokourov, el propio Nibali... Después cedió Scarponi. Solo quedaron al frente dos de los elegidos. Compartieron la cabeza de carrera durante varios kilómetros Basso y Cadel Evans. El italiano, recto, con el paso firme del escalador en la montaña. El australiano, con su cabeza baja y su pedalear oscilante, sin acabar de olvidar sus maneras de mountain bike . Basso probó y probó. Lanzó sus embestidas y Evans respondió. Hasta que, a 3,7 kilómetros para el final, el varesino emprendió el vuelo sin compañía, abriendo una brecha irreparable que marcaba el camino hacia el triunfo. Los jefes de filas se enfrentaron así al Zoncolan en solitario. Cada uno contra el muro. Sin gregarios. No había motos suficientes para llevar a las pantallas tanto tanto sufrimiento en soledad. La subida diésel de Sastre, el esfuerzo sordo de Vino... Basso continuó con su exhibición. Cruzó la meta consciente de su resurrección. En el Giro y en el pelotón. Dejó a Evans y Scarponi a más de un minuto. A Cunego casi a dos. A Vinokourov a casi dos y medio. Y, como él mismo dijo, envió «un fuerte mensaje a los rivales».

El Zoncolan parece haber despejado las dudas sobre los galones en el Liquigas, que partía con la supuesta bicefalia de Basso y Nibali. Y vuelve a bajarar la atribulada clasificación general. Con Basso superando a Sastre y poniendo un pie en el podio. Con Arroyo salvando el liderato a su ritmo.

Hoy, descanso

Este Giro se rediseña a cada jornada. Va de convulsión en convulsión. Y, mientras disfrutan del descanso de hoy, los corredores saben que están a las puertas de otro infierno por entregas. Mañana mismo los supervivientes disputarán una cronoescalada de 12,9 kilómetros entre San Virgilo di Marebbe y Plan de Corones. No es como el Zoncolan, pero el perfil cuenta con tramos que superan el 24% de desnivel. Otro buen día para que los ilustres vuelvan a bailar. Pero tan solo será un pequeño aperitivo de la traca final. Después, más rampas, más montaña. Kilómetros de terreno abonado para resurrecciones y muertes del asfalto.