H. H. se reencarna en portugués

Pablo Gómez Cundíns
Pablo Gómez REDACCIÓN/LA CORUÑA.

DEPORTES

23 may 2010 . Actualizado a las 19:16 h.

El Oporto no ganaba una Copa de Europa desde 1987; lo hizo en el 2004. El Chelsea no disfrutaba de una Premier League desde 1955; lo hizo en el 2005. El Inter de Milán no era campeón de Europa desde 1965; ayer lo logró de nuevo.

Hace tiempo que José Mourinho (1963, Setúbal, Portugal) ha dejado de ser el traductor (sambenito que arrastrará consigo hasta la tumba, por más ) de variopintos prójimos y se ha convertido en intérprete de sus propias creaciones. Las mencionadas al inicio son algunas de ellas. Además, todos los títulos locales posibles allá donde manejó el timón: Portugal, Inglaterra e Italia. En ciclos cortos, claro.

Porque, aunque semeje imposible, José Mourinho trasciende al monstruo futbolístico que ha creado. Ayer, además de su segunda Champions y el triplete (este año también se adjudicó la Liga y la Copa italianas), rubricó una pequeña venganza contra el entrenador del equipo rival, Louis Van Gaal.

Lo conoció en Barcelona, porque decidió permanecer en el club culé tras el adiós de Bobby Robson (al que ayudó durante cinco años como intérprete, de ahí el latiguillo que siempre acompañará a Mourinho) a pesar de que se sabía con capacidad necesaria para ser cabeza de lista. Se fue el inglés y llegó el holandés, que venía de recuperar al Ajax para el escaparate mundial. La experiencia no debió ser muy positiva para ninguno de los dos finalistas de ayer, ya que en su biografía, el luso relató: «Cuando ejercía de ayudante de Van Gaal en el Barcelona, yo era una persona angustiada, de alguna forma ruda y hasta demasiado crítica».

Allí decidió comenzar su trayectoria en solitario. Y no se puede afirmar sin temor a la mentira que Mourinho se haya convertido en un derroche de diplomacia. Y es que la existencia del portugués desdeña el término medio. Se le ama, o se le odia. Si se exceptúa a todos aquellos que han obtenido beneficio de su capacidad para acumular títulos, más bien, lo segundo.

Desamor endógeno

Ahora dice el todavía técnico del Inter de Milán que Italia no le respeta, que no le quiere. El desamor que sufre Mou es endógeno. Le sucedió con Abramóvich en Inglaterra (bueno, también con Ferguson y Wenger, otros gallos en el corral de la Premier) y ya le ahogaba en aquel Oporto que apeó al Deportivo en semifinales. Lo había desvelado antes de la final el ex céltico Benny McCarthy: «Si gana la Liga de Campeones, se marchará. Imagínenselo entrenando a un club con presupuesto; hará maravillas». El presidente portista Pinto da Costa, quiso marcar territorio: «O alguien entiende mal el inglés, o es McCarthy el que entiende mal. Mourinho tiene dos años más de contrato y, mientras yo esté aquí, él continuará». Mourinho ganó aquella Champions y se fue.

Firme carácter

Y es que nadie puede remar contra las decisiones personales de Zé Mario. Ni su madre. Ella quería que estudiase Gestión. Logró convencerlo para que se matriculase. Fue efímero. «Disculpe, pero eso no es para mí; están todos de corbata», argumentó. No hubo más discusión.

Se licenció en Educación Física en Lisboa y como entrenador UEFA en Glasgow. Pasó de ser el discreto ayudante de Robson al arrollador entrenador de hoy. Sufrió sustituyendo a Heynckes en el Benfica, maduró en el Leiría y firmó dos tripletes en el Oporto. El Chelsea le introdujo en las mareas vivas del fútbol-negocio. Manejó el yate de Abramóvich con rigor británico, ambición y fuerza mental. Su agresividad verbal linda la incorrección y algunos lo toman como arrogancia y vanidad. Sus jugadores no piensan lo mismo.

Futbolísticamente, sin fisuras en defensa y ataque, sus equipos son demoledores, aunque no pecan entretenidos. «Tenemos una filosofía táctica que seguimos tan al pie de la letra que creo que podríamos jugar con los ojos vendados. No sucede nada que no hayamos antes pensado o trabajado con antelación», se resume. Experto en motivación agresiva, lo basa todo en el trabajo metódico y en la concentración.

Otro gran Inter de Milán, el de mediados de los años sesenta, se forjó a la sombra de otro entrenador del mismo corte. Se llamaba Helenio Herrera. Ayer, se reencarnó en portugués.