«El vestuario del Celta es donde más aprendí de la vida, parecía la ONU»

María Jesús Fuente / S. Antón

DEPORTES

Llegó a Vigo en 1991 procedente de Mostar para mostrar sus dotes al Celta. Sin conocer el idioma se metió a los vigueses en el bolsillo y se convirtió en un icono

02 abr 2008 . Actualizado a las 13:23 h.

No es extraño que Vlado Gudelj se metiera a la afición del Celta y a los vigueses en el bolsillo, ni que llegara a convertirse en una especie de icono del celtismo. Y es que el jugador serbio desborda bondad y simpatía. Pertenece a aquella clase de futbolistas que anteponían el contacto con la gente a la fama. Y así continúa, sin estridencias, con la misma sencillez, los mismos amigos y el mismo piso en Camelias. Sus vecinos son ya su familia. Se define como un hombre de la calle, de cafeterías, de hablar con la gente, y más ahora que ya domina el idioma.

La bandera

Para el Celta y su afición no tiene más que elogios. «Me dio muchas sensaciones bonitas y alegrias a mí y a mi familia, el Celta ha sido es y será la bandera de Vigo».

Pese a dejar el fútbol hace seis años, aún se siente futbolista y se sentirá toda la vida. Lo lleva dentro. Aunque ahora lo vive como aficionado y como relaciones públicas en contacto permamente con las peñas.

Después de su casa, su mujer y sus hijas, Balaídos lo es todo. «En el vestuario del Celta es donde más aprendí de la vida, parecía la ONU y era una piña; allí pasé uno de los mejores momentos; si ganas bromeas, dices: ¿dónde vamos?, si no, pues hay tristeza». Al final, dice, es lo que queda en la memoria, las experiencias de la vida con los amigos; del fútbol, apenas recuerdas diez goles.

Asegura que la religión le recuerda al vestuario. Una de las cosas que más gracia le hicieron al llegar al equipo celeste en 1991 fue el cura que estaba en el vestuario para rezar antes de que salieran al campo. Después de dos años y varios partidos perdidos, un buen día no volvió más. «Era de O Porriño y muy majo», comenta.

Ya en la temporada 97-98 había jugadores de todas las religiones: católicos, judios, atletas de Cristo, musulmanes y ortodoxos como él. «Cada uno rezaba lo suyo, eso me gustaba mucho, estaban Mazinho, Revivo, Makelele».

Entrenadores

También vio pasar a varios entrenadores. De Chechu Rojo recuerda una frase memorable que con frecuencia le decía: «Para ser inteligente tienes que tener a tu alrededor diez tontos o diez necesitados». Después llegaron Fernando Castro Santos, Carlos Aimar, Javier Irureta y Víctor Fernández. Tanto a la hora de hablar de ellos como de los presidentes se muestra prudente en sus comentarios.

De Ignacio Núñez, Horacio Gómez y Carlos Mouriño asegura que cada uno tiene su criterio para llevar el Club.

Sobre la situación actual del Celta piensa que hay que dar tiempo y confianza al entrenador y al equipo para que suba a primera y pide a la afición el máximo apoyo.

Vlado Gudel cree que los futbolistas son unos privilegiados, porque además de trabajar en lo que les gusta, viajan y conocen lugares y gentes. El fútbol como tal, como deporte, es, en su opinión, lo más sano que hay.

«Con la camiseta y el pantalón corto era de la única forma que me sentía feliz y contento, aparte, claro, de mi familia». La cara negativa es que al terminar esa etapa como profesional uno se encuentra en una situación delicada porque empiezan muy jóvenes y no están preparados para muchas cosas.

Realidad

Reconoce que ahora los jugadores, en general, viven más alejados de la realidad, del día a día, que entonces estaban más en contacto con la afición y la gente los veía como más normales.

«Yo soy de una familia humilde, y hay que conocer quién eres y de dónde vienes para saber a dónde vas».

Además de la portería de Balaídos y del vestuario, Vlado Gudelj tiene otros rincones preferidos como el parador de Baiona o Mondariz Balneario, donde se concentraban antes de algunos partidos. Le recuerda mucho a su casa de Yugoslavia, que lleva en el corazón. Y eso que en Vigo ha sentido desde el primer día el apoyo y el calor de la ciudad.