Primero fue Herbert George Wells y después vinieron otros. Digo que fue el iniciador, y más valioso, de los escritores de ciencia ficción contemporáneos. Llegué a él animado por Borges. En Otras inquisiciones (1952) el maestro deja clara su devoción por el autor de El hombre invisible. Wells nunca decepciona. Incluso cuando pretende deslizar «doctrina» entre el discurso de sus actantes. Borges asegura que Wells es una derivación de Swift y Edgar Allan Poe. Los mejora. Porque lo importante de Wells no está en el argumento sino en el modo de desarrollarlo. Borges lo contraponía, y con razón, con Julio Verne. De Verne quedan argumentos, pero escasa literatura. Un autor literario (Wells) frente a un autor de libros de entretenimiento (Verne). Borges escribió metafísica. Por eso admiraba a Wells: autor de argumentos imposibles, pero verosímiles. Dejemos la especulación teórica y centrémonos en los entresijos de El hombre invisible. Cuenta una historia. Pero esa historia no oculta la seducción del personaje central: evocador, sugerente. Griffin, hombre de extracción social muy baja pero dotado de inmenso talento, ha descubierto la manera de transparentar los tejidos del ser humano. Él mismo se somete a sus experimentos. Y lo logra: ser invisible. Sin embargo, las expectativas naufragan. Griffin es invisible pero no lo son sus ropas o los alimentos que ingiere. Totalmente desnudo, sufre el frío. Cubre sus manos con guantes, sus ojos con gafas negras, su cabeza con un sombrero de «ala ancha». Su aspecto es repulsivo. Se hospeda en una posada. Mientras dura el dinero, sobrevive. Roba. Lo acusan. Y se ve obligado a mostrar su invisibilidad. Obliga a un vagabundo a que sea su cómplice. El vagabundo lo roba y la necesidad lo lleva a casa de un viejo amigo, de clase social superior a la suya: Kemp. Confieso que Kemp siempre me ha producido desafecto. A Griffin he llegado a amarlo. No contaré cómo termina la novela. Aunque la grandeza de las novelas no está en ninguno de sus finales, sino en el recorrido de gozo y sensaciones que a lo largo de su páginas desprenden. El hombre invisible me parece una obra maestra.