El fundador de Extremoduro y su banda abarrotan el Ifevi con una arrolladora experiencia musical que preludia el fin de su gira «Ni santos ni inocentes»
11 nov 2024 . Actualizado a las 17:46 h.Algo tendrá este hombre cuando su sola presencia sobre un escenario en negro enciende el pecho de la multitud que ha congregado a sus pies. La luz cae sobre él, rasga los primeros acordes en su guitarra y todo se desata antes siquiera de que abra la boca. Robe Iniesta desplegó el sábado por la noche en el Ifevi esa poesía suya de encina y hormigón que cautiva y atrapa sin saber muy bien por qué. El envoltorio, que proyecta todas y cada una de sus palabras sobre paisajes líricos o trallazos demoledores en el momento preciso, carga con buena parte de la culpa. Desde que emprendió el proyecto en solitario que acabaría llevándose Extremoduro por delante, el de Plasencia ha sabido rodearse de músicos apabullantes. Ha construido una banda. No una colección de virtuosos dispuestos a hacer la guerra cada uno por su cuenta y riesgo, sino una cuadrilla en la que el lucimiento individual, que lo hay y en enormes dosis, juega siempre a favor del colectivo y de la figura que los reúne a todos en torno a su aura de ermitaño enjuto que acaba de bajar de su montaña con algo que decir.
Antes de escuchar a esta gente habría sido lícito preguntarse qué demonios pueden hacer un clarinete o un saxo al servicio del extremo afilado del dial. Al concluir esta noche de tres largas horas de rocanrol, o lo que sea, la respuesta está clara: integrarse como la ginebra en tu vaso de tónica para diluirse en un estilo propio, un género único que ni siquiera necesita nombre. Una base rítmica con la solidez de una tonelada de acero, los salvajes duelos de violín y guitarra que esos dos interpretan como quien lía un cigarrillo, sin despeinarse, unas teclas atmosféricas y un corista que aúlla como si el bazo estuviese a punto de escapársele por la garganta, sin fallar una nota el tío, hacen el resto.
Todo esto es lo que Robe y su banda ofrecieron el sábado en Vigo al público que abarrotaba el recinto ferial. Lo que, a la vista de sus dimensiones, equivaldrá a una cifra cercana a los muchos miles de entradas vendidas. Penúltima parada de la gira Ni santos ni inocentes, que arrancó en primavera en Valencia, cuando nadie sospechaba que su nombre sabría en otoño a lágrimas y a barro, y concluirá el fin de semana que viene en Madrid, con una doble cita en el Wizink sin un solo hueco libre, 39 actuaciones después.
Desde el inicio templado de Despertares hasta el cierre con Ama, ama, ama y ensancha el alma compartida a todo pulmón, veintitantas canciones, un muestrario largo de los triunfos y fracasos de este otro gran flaco. Mucha cancha para su último trabajo, Se nos lleva el aire, como es natural, puesto que se trataba de presentárselo al personal. Mucha chavalada entregada también, cosas que reconfortan. A los más veteranos, no obstante, nos cuesta no pensar que persiste una deuda sin pagar con Extremoduro. Pero la verdad es que la banda embellece con respeto aquellos himnos suyos, insertados en su punto justo. Así que ni un reproche. A partir de ahí, un repertorio para el gusto de todos. Para hacerle un estropicio al pescuezo de tanto menear la cabeza y para dejar volar lo que anida por ahí dentro, a la izquierda y debajo de las costillas. Dulce introducción al caos, Guerrero, Puntos Suspensivos, So Payaso, ese movimiento llamado Mierda de filosofía, la gamberrada por pelotas con final cacofónico que es Esto no está pasando, Salir, Nada que perder... Aunque cualquiera de ellos brilla en el celofán del estudio, donde de verdad hay que vivirlos es en la piel del directo, al pie del cañón, cuando el grupo hace con los temas lo que quiere, los estira como un chicle que no pierde sabor, los sube, los baja y los mete al centro, con el buen sonido y la atmósfera lumínica que proporcionan las grandes giras. Al fin y al cabo, el dinero, en la música, está para eso, ¿para qué si no?
Aclarada la forma, vamos a por el contenido. Como gasta pintas de eso, sería sencillo comparar a este hombre con un profeta. Pero el Robe, en sus letras, ni anuncia lo que va a pasar ni predica lo que deberías hacer. Canta como un remolino de hojas secas que el viento hace volar sobre cristales rotos. La vida está llena de putadas, bajones, gente de mierda, desamor y desengaños. Como también de peña con la que cruzar la mirada y sentir que aquí estamos, juntos en esto, de amores que duran lo que tienen que durar y siembran lo que tienen que sembrar, de luces que deslumbran entre nubarrones, por muy denso que salga el sol, de noches eternas tras las que derrumbarse en algún rincón con la sonrisa puesta, de cumbres relucientes y abismos asfixiantes de puro negro. Su único sentido es vivirla, y está bien que sea así.
El Robe, que en Vigo saluda a su público en galego —«Boas noites a todos»— y se emociona agradecido en el momento de la despedida, convence al norte y al sur, al este y al oeste, como un sastre que pudiese coser tanto desgarro teledirigido sin necesidad de recurrir a facheríos baratos ni a banderas revenidas. Al final va a ser verdad que hay esperanza, aunque se nos acabe llevando el aire. Salvo para el aparcamiento del Ifevi, que en noches como esta se convierte en una ratonera, sin que lo de los autobuses mostrase un mejor diagnóstico. Esto, en serio, tienen que hacérselo mirar. Libertad para este minero al volante, que solo quiere sortear el monumental atasco y volver a casa.
Setlist de Robe en Vigo
- Destrozares
- Adiós, cielo azul, llegó la tormenta
- Guerrero
- Puntos suspensivos
- Nana cruel
- El camino de las utopías
- Segundo movimiento: Lo de fuera
- Interludio
- Coda flamenca (Otra realidad)
- Dulce introducción al caos
- El hombre pájaro
- El poder del arte
- Haz que tiemble el suelo
- Ininteligible
- So payaso
- Segundo movimiento: Mierda de filosofía
- Tercer movimiento: Un instante de luz
- Viajando por el interior
- Esto no está pasando
- Salir
- Nada que perder
- Ama, ama, ama y ensancha el alma