El exguitarrista de Suede trenza un concierto encantador en el ciclo Noites de Porto de A Coruña
30 sep 2024 . Actualizado a las 16:03 h.Plantarse un domingo en una sala. Solo y sin más acompañamiento que una guitarra acústica y una eléctrica. Además, con un pasado de leyenda al que no se va a acudir ni un momento, en favor de un disco nuevo muy poco conocido. Difícil salir airoso de una situación como esta. Pero así es como se actuó Bernard Butler en la sala Mardi Gras de A Coruña. El que fuera guitarrista de los primeros Suede y compositor junto a Brett Anderson de algunos de los himnos definitivos del pop británico, apostó por el camino pedregoso de defender su presente de manera espartana. Y logró encandilar a la audiencia, que lo miraba en silencio con la cara embobada de un adolescente enamorado.
Sí, Bernard Butler se las apañó para pasearse por su dispersa trayectoria en solitario y trenzar un concierto en donde el songwriter clásico a lo Cat Stevens y el creador de ambientes enrarecidos que tocó techo en Dog Man Star (1994) de Suede se dieron la mano. Cantando estupendamente, pese a no tener una voz espectacular, dio forma inicialmente a viejos temas como Souvenir o Stay de sus discos del siglo pasado y los redujo a lo esquelético. Pero, dando la razón al planteamiento del artista, cuando el concierto empezó a volar fue al empalmar Camber Sands y Deep Emotions de su nuevo trabajo, Good Grief (2024), compuesto desde la guitarra acústica y, por tanto, mucho más adaptable a este formato. Dylaniano por momentos en la interpretación y tratando a su instrumento con maestría, trasladó los claroscuros del disco al local que acogió uno de esos recitales de sintonía total.
Jovial y parlanchín, Butler habló de su visita a la playa de Riazor y como le había purificado el sonido del mar, hizo una presentación más larga para que la persona que había ido al baño no se perdiera nada y se ganó el público que recibió encantado su Altough con Marc Almont y 20 Years A-Growing con Jessie Buckley. Todo antes de interpretar la estupenda Pretty D y concluir el bolo con Not Alone, aquel luminoso single de 1998 coreado por algunos de sus emocionados seguidores. Fue la mayor concesión a la nostalgia de un artista que ya hace mucho que optó por el segundo plano. A la vista de lo feliz que se encontraba contando las virtudes de ese tipo de recitales, se ve que no echa nada de menos los focos de la primera línea del pop.