En «Saltos mortales» la escritora belga Charlotte van den Broeck explora los fatídicos fracasos de unos creadores que fueron víctimas de sus edificios
10 sep 2024 . Actualizado a las 18:49 h.Hay edificios que arruinan y matan. Construcciones malditas que se cobraron la hacienda o la vida de sus arquitectos, abrumados por no sentirse a la altura de sus exigentes expectativas. Unos fracasos con finales trágicos que la poeta y escritora belga Charlotte van den Broeck (Turnhout, 1991) recorre en Saltos mortales (editorial Acantilado). Hilvana trece historias de unos edificios que causaron la ruina o la muerte de sus atormentados creadores, de la Ópera Estatal de Viena al teatro Knickerbocker de Nueva York o la iglesia de San Carlo alle Quattro Fontane de Roma.
El arquitecto holandés Rem Koolhaas ya advirtió que «la arquitectura es una mezcla peligrosa de impotencia y omnipotencia». La cita abre un libro de más de trescientas páginas en el que, a caballo entre la narrativa y el ensayo, Van den Broeck engavilla las tragedias personales y profesionales de unos alarifes que optaron por quitarse la vida o dejar la profesión abrumados por sus fiascos. Se adentra en sus mentes ante los desafíos de alzar teatros, bibliotecas, museos, iglesias, cuarteles, oficinas, villas, campos de golf o jardines de esculturas.
La siniestra historia de la piscina municipal de Satdspark, cerca de la ciudad natal de la autora, despertó su interés por el tema. Obra de un arquitecto anónimo, su construcción fue un calvario con averías, hundimientos, contaminación del agua y una cría atrapada por su trenza en un desagüe. No estuvo abierta más de tres meses seguidos y su clausura definitiva alimentó la leyenda de una maldición y corrió la voz de que su arquitecto se suicidó. Invitada en el 2019 a recitar sus poemas en Viena, la tímida Van den Broeck quiso romper el hielo en una recepción hablando de la piscina de su pueblo. Supo que una maldición pareja pesaba sobre el edificio de la Ópera Estatal de Viena. La coincidencia fue el germen del libro con trece casos de los veinticuatro que rastreó.
Gaston Eyssenlyck (1907-1953), el desgraciado diseñador belga de la antigua sede de Correos y Telégrafos de la ciudad flamenca de Ostende, protagoniza el primer capítulo. Convertido en centro cultural, el edificio es hoy un hito arquitectónico modernista. Pero su arquitecto no superó los sinsabores y puso fin a su existencia a los 47 años, antes de verlo concluido.
Trágicos fueron los finales de Eduard van der Nüll (1812-1868) y August von Sicardburg (1813-1868), creadores de la Ópera de Viena. Admirado hoy por su belleza, sus coetáneos compararon el edificio con un barco naufragado. Van der Nüll, el artista, y Sicardburg, el técnico, formaban una compenetrada dupla. «No podían vivir el uno sin el otro», escribe la autora. El primero se ahorcó, incapaz de soportar los ataques contra el edificio. El segundo dejó de luchar contra la tuberculosis y murió diez semanas después. Ninguno vio inaugurado su edificio en 1869.
Espada letal
Francesco Borromini (1599-1667), genio de la arquitectura barroca y autor de la iglesia romana de San Carlo alle Quatro Fontane, tuvo otro terrible final. Rival acérrimo de Bernini, de carácter oscuro, huraño y solitario, inseguro de su genio, se suicidó dejándose caer sobre una espada.
El derrumbe del teatro Knickerbocker de Nueva York el 28 de enero de 1922 causó 95 muertos y numerosos heridos. Una gran nevada descargó toneladas de nieve sobre la techumbre, que cedió por las fallas constructivas. Reginald Geare (1889-1927), su arquitecto, fue juzgado y exculpado de homicidio involuntario, pero no superó la tragedia y se suicidó.
En La Valeta la autora investigó la construcción de la Biblioteca Nacional de Malta, obra del «perfeccionista» y «olvidado» Stefano Ittar (1724-1790), que se suicidó a causa de sus errores en el cálculo estructural cinco años antes de que se concluyera el edificio. En Nápoles visitó Villa Ebe, mansión que el escocés Lamont Young (1851-1929) acabó poco antes de pegarse un tiro a los 78 años. George Arthur Crump (1871-1918) diseñó en Nueva Jersey el exclusivo club de golf Pine Valley «para poner a prueba la fuerza mental de los jugadores». Se suicidó abrumado por los problemas para agrandar el campo, aunque los diarios dijeron que murió por una infección dental.
En Saint-Omer, en el departamento francés de Pas-de-Calais, visitó el torcido campanario de su iglesia del siglo XVII, durante cuya construcción Jean Porc, su maestro de obras, se arrojó o cayó al vacío. Cierra el libro la historia de Starr Gideon Kempf (1917-1995), artífice del Jardín de esculturas cinéticas de Colorado Spring inaugurado en 1978. Había dicho que cuando no pudiera trabajar en sus proyectos se borraría del mapa. Lo cumplió con 78 años, al verse incapaz de concluir la escultura en que trabajaba. Su nieto mostró a la autora el arma con la que su abuelo se pegó un tiro en la cabeza en 1995.
Firma habitual en la prensa belga, Van den Broeck es profesora de Análisis Literario y Ensayístico en el Real Conservatorio de Amberes. Su primer poemario, Chameleon (2015), recibió el premio Herman de Coninck, y el segundo, Nachtroer (2017), el Paul Snoek al mejor libro de poesía en neerlandés.