Sabina Urraca: «Nadie está a salvo de conocer en algún momento a alguien que le desactive»

María Viñas Sanmartín
maría viñas REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

La escritora Sabina Urraca
La escritora Sabina Urraca Laura C Vela

Consolidada como hábil ojeadora de jóvenes talentos tras dos años editando voces emergentes en Caballo de Troya, la vasca retoma el hábito de la escritura con «El celo». Es su tercera novela

21 jul 2024 . Actualizado a las 12:16 h.

De qué sucede cuando el amor no es sano, cuando lastima, cuando además es esa una querencia incontenible y, por tanto, irremediable. Del deseo apagado como último reducto, de la animalidad humana domesticada. De miedos instintivos y de reconocer el daño en el otro. De esto habla Sabina Urraca (San Sebastián, 1984) en El celo (Alfaguara), su tercera novela tras Las niñas prodigio (Fulgencio Pimentel) y Soñó con la chica que robaba un caballo (Lengua de Trapo). Entremedias, se volvió hábil cazatalentos literaria —primero con Barrett, donde descubrió a Andrea Abreu y su Panza de burro; después en Caballo de Troya, donde lleva dos años empujando a las mejores voces periféricas del panorama actual—, y ahora que dice haber aprendido a editarse a sí misma, vuelve al ruedo. «Llevo escribiendo este libro siete años a través de notas desesperadas en el móvil», confiesa.

—Una mujer que ya no desea y una perra con un celo irrefrenable.

—La idea era que el celo de la perra fuese la excusa para mostrar el celo humano, la parte más instintiva, animal, despiadada y también tierna algunas veces de las personas. Siento que vivimos un poco fingiendo que somos seres humanos y que muchas veces no nos damos cuenta de cuántas cosas hacemos que responden a llamados animales.

—Se nos enseña a domesticar el cuerpo, el deseo, las pulsiones.

—Y está bien, tenemos que educarnos para ser lo que somos, seres en sociedad, comportarnos lo mejor posible los unos con los otros, pero lo cierto es que muchas veces actuamos llevados por impulsos animales, no solo en lo sexual. Se pisa al más débil, se abandona al que no puede, se da de lado al diferente; estas son actitudes súper animales y, al mismo tiempo, súper humanas. Todas las relaciones, también las laborales y familiares, están atravesadas por una animalidad brutal.

—¿No cree que aplacando esa parte animal hemos dejado de lado los sentidos, los instintos? ¿Estamos anestesiados?

—Sí, aunque para mí esta es la novela de una maldición también lo es de un montón de personajes que han vivido diferentes domesticaciones o que se rebelan ante ciertas domesticaciones.

—¿Cuál es la maldición que pesa sobre la protagonista?

—Su creencia ciega en los cuentos. Una vez que una narrativa se implanta en el cerebro, todo se observa a partir de ahí, atendiendo solo a ciertas cosas. Y eso pervierte el sentido de la realidad. ¿No te ha pasado nunca que todo te parece una señal de algo? Y realmente no es así, la vida es completamente azarosa. Cuando la Humana [la protagonista] conoce al Predicador, cree que todo encaja, la arranca de su vida gris, la lleva a un mundo mucho más intenso. Y al tener tal control sobre las narrativas, pulsa los botones adecuados para desactivarla.

—¿Intentamos dar sentido a la vida con estos relatos que nos contamos, con las casualidades?

—Absolutamente. Supongo que el propósito de la vida es casi fabricar este cuento que hace que todo cobre algún sentido. Pero realmente no lo tiene, y no pasa nada porque no lo tenga, es igualmente estimulante existir, pero asusta, asusta un mundo regido por un azar absoluto en el que cualquier cosa mala o buena puede suceder.

—Volviendo a los instintos, ¿el poder sexual está en el cuerpo o en la mente?

—Cuanto mayor me hago, más creo que está en la mente. En El celo me parecía importante construir un personaje femenino que en el pasado hubiese tenido un gran poder sexual. Es el señuelo que hace que el Predicador se enamore de ella. Luego se siente intimidado y después desea ese poder para él, ese control, esa seguridad sobre el cuerpo, y entonces es cuando empieza la labor de saqueo. Además, me interesaba dotar a la Humana de ese poder sexual para alejar la idea de la típica víctima de violencia de género, alguien frágil, con la autoestima baja. Nadie está a salvo de, en un momento dado, encontrarse a alguien que le desactive y le deje completamente desarmado. Y no necesariamente tiene que ser una pareja, puede ser un jefe, un familiar; cualquiera.

—¿Qué pasa cuando deseamos algo que nos hace daño?

—Es tan difícil que se alinee lo que es bueno con lo que deseamos… Y lo es precisamente por esta parte animal que tanto nos cuesta controlar, racionalizar, porque no la podemos comprender. Por ejemplo, es habitual que alguien que ha sido maltratado acabe con otro maltratador. Para ciertas personas el lugar de confort acaba siendo ese infierno y salir de ahí les provoca muchísima inquietud. Es muy contradictorio, pero lo he visto, y no hace falta llevarlo a la violencia de género. ¿Cuántas amigas y amigos hemos tenido que vuelven una y otra vez con alguien que les está destrozando? Y hay un momento, antes de que se vuelva a producir el dolor, en el que son inmensamente felices. Nos ha pasado a todos, no necesariamente con alguien que nos haga daño intencionadamente, simplemente al no ser correspondidos; volvemos una y otra vez a ese dolor. Los seres humanos somos tan complejos que a veces el dolor es nuestra zona de confort.

«La sociedad no está preparada para los dolores del otro»

La protagonista de la nueva novela de Sabina Urraca, El celo, solo accede a asistir a una terapia de mujeres maltratadas para que su psiquiatra le recete ansiolíticos.

—Este es un tema sensiblemente importante para usted.

—Ha sido un punto oscuro en mi vida, sobre todo, la toma de conciencia. Pasa que, a veces, las víctimas no se dan cuenta de lo que les está pasando, que les parece irracional que algo así les suceda a ellas, que les parece que no son las víctimas perfectas, que nadie va a tomarlas en serio.

—¿Hay víctimas de violencia que no se perciben a sí mismas como tal?

—Sí. Y desde fuera parece muy sencillo salir de ahí, la gente dice «por qué no se fue», sin tener en cuenta que quien está haciendo el daño no es un extraño balbuceante con una sola ceja y un machete en la mano, que no es un monstruo, que a alguien a quien se ama, alguien que es tu familia, probablemente el padre de tus hijos. No es fácil darse cuenta, reconocerlo, contárselo a los demás. Porque además la sociedad no está preparada para los dolores del otro. Si no se siente una identificación inmediata, es difícil ayudar a alguien de verdad, y esto es complicado.

—«Los cuentos pueden seguir y terminar como a ti te dé la gana». ¿Significa esto que puede revertirse la maldición?

—A mí me gusta pensar que sí, pero más que superar las cosas, que creo que no se superan, aprendemos a vivir con ellas.

—¿Habrá siempre manos grises a punto de aparecer bajo la cama?

—Siempre. La vida está llena de manos grises a punto de aparecer, pero hay que aceptarla con esa amenaza. Y hay belleza en ello, en estar felices en ese misterio.