La famosa cantante, víctima de una enfermedad terminal y grandes sufrimientos, tenía 80 años y llevaba tiempo reclamando una ley de eutanasia en su país
12 jun 2024 . Actualizado a las 07:01 h.Françoise Hardy, icono de la canción francesa, falleció este martes a los 80 años, según anunció su hijo Thomas Dutronc en Instagram. La artista, cuyo mayor éxito fue Tous les garçons et les filles, fue una de las primeras cantantes pop francesa en hacerse conocida fuera de las fronteras galas y una de las máximas representantes de la ola yé-yé. De hecho, fue la única representante de Francia en la clasificación de la revista estadounidense Rolling Stone de los 200 mejores cantantes de todos los tiempos en el 2023. Diagnosticada con un primer cáncer en 2004 y, víctima de una enfermedad terminal y grandes sufrimientos, el pasado mes de enero reclamaba al presidente Emmanuel Macron la agilización de los trámites necesarios para que Francia legalizase la eutanasia.
Françoise Hardy era muy joven cuando escuchó una versión instrumental de la canción americana It Hurts to Say Goodbye y se enamoró de la melodía. El gran compositor Serge Gainsbourgh la dotó de letra y así nació un éxito pop arrollador que se llamó en francés «Comment te dire adieu». Muy rápido el mundo se enamoró de aquella muchacha tímida, entonces todavía estudiante de literatura germánica, que componía, tocaba la guitarra y cantaba en clubes de París. Fue un flechazo. Françoise Madeleine Hardy había fichado con el sello Disques Vogue en 1961 y su tema Tous les garçons et les filles fue difundido en un interludio musical durante la noche del 28 de octubre del año siguiente, con apenas 18 años de edad, mientras se difundían los resultados de un referendo nacional.
Aquella historia sobre una adolescente que lamentaba desconocer los placeres del amor se convirtió en un hit de los de antes, de los que se traducían en millones de singles vendidos, y pasó a ser considerada la quintaesencia del estilo yé-yé. Al año siguiente representaba a Mónaco con L'amor s'en va, un título que también ejemplificaba bien ese poso melancólico tan característico. No ganó, pero, nuevamente, volvió a proporcionar otro clásico. En muy pocos años, la joven era una de las cantantes francesas con mayor proyección mundial.
Había nacido un mito, pero su identidad llegó después, cuando conoció al fotógrafo Jean Maríe Perier, una suerte de Pigmalión que la convirtió en el arquetipo de la joven parisina, urbana y resuelta, con estilo propio y muy bella, algo distante y exquisitamente pop. Los triunfos se sucedieron y Hardy subió al Olimpo galo de la música en el que reinarían también France Gall o Jane Birkin.
Françoise Hardy fue también un icono de la moda. Su físico andrógino y su discreción marcaban distancias con estrellas exuberantes como Brigitte Bardot. Lucía a la perfección los futuristas vestidos metálicos del costurero Paco Rabanne y se convirtió en un modelo de revistas como Paris Match. El famoso fotógrafo estadounidense William Klein la inmortalizó en blanco y negro. La cantante francesa también saltó a la gran pantalla con películas como 'Un castillo de Suecia' o títulos clásicos de la industria de Hollywood como ¿Qué tal, Pussycat? o Grand Prix, entre sus títulos más destacados. Aunque solo fueron algunas apariciones cinematográficas en una carrera profesional claramente marcada por la música. Pero la imagen que genera el mundo del espectáculo y la cotidianidad no siempre se avienen bien. Françoise Hardy no era tan solo una muchacha que cantaba y ejercía de modelo de Yves Saint Laurent, André Courrèges o Paco Rabanne, actuaba para Jean Luc Godard y John Frankenheimer, o seducía a celebridades como Bob Dylan. Su larga melena y el glamur innato escondían una vida complicada que relató, en buena parte, en la autobiografía La desesperación de los simios y otras bagatelas, publicada hace siete años.
Las memorias descubren a alguien con un pasado doloroso, que padecía un cierto síndrome del impostor y miedo escénico, y que nunca soportó demasiado bien el asedio fotográfico al que fue sometida. Además, la sofisticada joven que se codeaba con la jet-set y protagonizaba portadas en París Match o Salut les copains, la revista musical por antonomasia de Francia, había sufrido una infancia dickensiana.
Su aspecto de joven privilegiada engañaba. Era hija de madre soltera con escasos medios porque su padre, casada con otra mujer, apenas aportaba nada a la economía familiar. Creció tan acomplejada por su físico larguirucho que se sorprendió cuando Mick Jagger le reveló que ella constituía su ideal de mujer. El amor pareció redimirla. Tras Périer, se enamoró de Jacques Dutronc, otra de las estrellas de esa generación rebelde (juntos tuvieron a su hijo Thomas, que también se convertiría en cantante). Como Jane Birkin y Serge Gainsbourgh, o Johnny Hallyday y Silvie Vartan, constituyeron parejas emblemáticas de la canción y, como ellos, rompieron a causa de mutuas infidelidades.
Tras la primera fase de deslumbramiento, Hardy se erigió en una artista de culto que ha desarrollado una carrera respetable durante medio siglo. Pero los hechos más terribles se han sucedido en su vida. Sorprendentemente, su progenitor falleció víctima de la agresión de un prostituto y Michele, la hermana menor, afectada por una esquizofrenia paranoide fue hallada muerta en 2004, un año terrible para ella porque fue entonces cuando le diagnosticaron un cáncer linfático.
Parecía que la vida le daba una tregua y, tras superar la enfermedad, regresó a los escenarios. En el 2018, grabó Personne d'autre, su vigésimo octavo álbum, y un videoclip en el que la Françoise de los años sesenta cantaba con la septuagenaria actual, tan bella como siempre y con un aspecto de madura serenidad. Pero todo iba mal. La enfermedad había regresado y dos años antes había superado un coma. El disco destilaba un aire de despedida. Incluso ella confesaba entonces a AFP ser consciente de que su vida languidecía ya: «La muerte solo afecta al cuerpo. Al morir, el cuerpo libera el alma. Pero de todas formas la muerte del cuerpo es una prueba considerable, y le tengo miedo, como todo el mundo».
Las últimas noticias hablaban de una persona atormentada por el sufrimiento. Las agresivas sesiones de radioterapia e inmunoterapia le habían provocado gravísimos daños en las cuerdas vocales, la pérdida de la visión en un ojo, desequilibrio y angustiosos episodios de asfixia. Ella reclamaba una ley de eutanasia, procedimiento que, según llegó a confesar, aplicó con la ayuda de un médico a su madre, también víctima de un mal incurable.
Aunque prácticamente nadie lo asumiera entonces, Françoise Hardy en realidad se había despedido de su público hace ya doce años. Cuando cantó Rendez-vous dans une autre vie, cita en otra vida, con una letra que suponía toda una declaración de intenciones. La intérprete reconocía entonces que era el último acto y se disculpaba si se iba a hurtadillas, aunque prometía el reencuentro en otro lugar para amar más y mejor que hoy. Ahora sabemos que ella no había sido sincera realmente. Françoise Hardy siempre supo decir adiós, con sensibilidad y exquisita elegancia, muy parisina, tan chic como siempre.