
Distraída, de humor singular y gran repostera: la mujer tras la poeta
04 nov 2023 . Actualizado a las 05:00 h.Sobre una tarta, cien velas esperan a ser sopladas. Son para Ida Vitale, la singular poeta uruguaya tras la cual se descubre a una mujer tan curiosa como «terriblemente distraída» y de un sentido del humor «fantástico». Nada ajena a la tradición del Día de los Muertos, ella celebra un año más de vida. El jueves, 2 de noviembre, la también crítica, ensayista y traductora, galardonada en el 2018 con el Cervantes, lúcida y diligente, llegó a su centenario.
Reconocida autora de poemarios como Oidor andante o Palabra dada, y libros como Léxico de afinidades o De plantas y animales, conocer a la mujer detrás de la escritora implica apartar por un rato los cargados anaqueles que amueblan su vida.
En 1985, Susana Chaer entró como editora de cultura en el semanario Jaque, al que «pocos meses después» se sumaron Vitale y su segundo esposo, el poeta Enrique Fierro (1941-2016), lo que dio origen a una larga amistad. Según cuenta Chaer, pronto empezaron a salir y a compartir comidas y paseos, que, dice, se tornan especiales con la poeta, pues «te va nombrando todas las plantas» o «te cuenta cosas de los pájaros». «Es la suya realmente otra mirada que nunca se te había ocurrido», afirma, y señala que tiene «un modo de relacionarse con las personas desde otro lugar», mientras que una segunda amiga, la ingeniera Ida Holz, la recuerda en su juventud ya «terriblemente distraída». «Ibas a un café con ella, pedía café y al rato llamaba al mozo y le decía: “No quiero café, quiero té con leche”. Cambiaba como tres veces de pedido, y el pobre mozo se ponía nervioso y nosotros también», dice. Chaer relata que un día de tormenta y viento de hace «dos o tres años» a Vitale «se le ocurrió ir a la panadería» y salió sin más; de camino, tuvo suerte de ser rescatada por alguien que pasaba en coche y le dijo: «¿Señora, ¿cómo va a estar usted en la calle con esta lluvia, este viento?!», antes de devolverla a su casa.
Caerse del renglón
«Pasan esas cosas con Ida, es como magia», relata quien recupera otra «minianécdota» de despiste y que se dio camino al apartamento de su amiga común Nancy Bacelo. «Cuando te bajabas del ascensor tenías que hacer unos poquitos escalones, cuatro o cinco, e Ida tropezó; y, cuando Nancy abre la puerta, le dice: “¡Ay, me caí del último renglón!”. Y eso nos quedó para siempre, que Ida no se cae de los escalones, sino de los renglones», rememora entre risas.
Otra de las facetas menos conocidas es su don para la cocina, pues, según Chaer, hasta hace no mucho destacaba como repostera. «Te invitaba a tomar el té y hacía unas tartas de almendras y cremas con semillas de amapola que eran de una exquisitez en todo», recuerda quien guarda con cariño un poema mecanografiado que le dedicó a ella y a Susana Garbino, «las dos Susanas».
Garbino, cuya madre era prima y «muy muy amiga» de Vitale, dice haber sido testigo de una demostración de aquellas dotes culinarias años atrás en Barcelona, donde vivía cuando la poeta llegó de visita. La insistencia del entonces cónsul de Uruguay por conocerla, cuenta, motivó que Vitale lo invitara a una cena especial. «Fue muy gracioso porque Ida me dice: “Mirá, vas a ver como se pone contentísimo. Decile que yo le hice esta última comida a García Márquez”, y entonces hizo ñoquis. Estuvo riquísimo y fue fantástica la cena», recuerda.