El autor presenta su novela «Palabras malditas», que llega este jueves a las librerías
26 oct 2023 . Actualizado a las 05:00 h.Dice Miguel Conde-Lobato que un amigo le planteó cuántos años de cárcel le caerían por todos los muertos de sus novelas. «Me dijo que, calculando, me saldrían unos 400 años», se ríe. Y esto es así porque Palabras malditas (Ediciones B), su tercer libro, que sigue caminando por la vía del thriller, vuelve a ofrecer una buena dosis de asesinatos que hay que resolver. Este jueves sale a la venta y lo presenta en A Coruña (librería Moito Conto, 19.00 horas).
—Dice que este es el libro más «thriller» de los tres.
—Los thrillers son sobre quién fue, cómo lo hizo o por qué lo hizo. Este combina todo eso.
—Llama la atención la urgencia de la escritura. Frases muy cortas, capítulos breves y mucha velocidad. ¿Por qué?
—Estoy obsesionado con el ritmo. También en los proyectos audiovisuales. En el mundo de hoy tienes que tener en cuenta que el lector te leerá con el móvil y que va a mirar o mandar algún mensaje. La capacidad de concentración es cada vez menor. Es el sino de los tiempos, y me gusta mucho hacerlo así. Fundamentalmente, mis textos son para entretener. Siempre me animo, incluyo reflexiones sobre algún tema, pero tengo clara mi intención. Me gusta que cuatro pinceladas bien dadas te revelen una personalidad.
—¿El gancho inicial son los estigmas en forma de tatuajes?
—Cuando tienes la estigmatización de la víctima, lo que buscas es que sufra y casi lograr la aceptación de la gente. Que si una chica tiene una actividad sexual elevada y aparece con la palabra «puta» tatuada es porque se lo merece. Me interesa mucho el derecho al olvido y esas crueldades humanas de las que todos somos cómplices y partícipes.
—La protagonista es una policía con un interior muy frágil.
—Sí, Edén, una chica fuerte, pero que no se sabe defender. Sufrió bullying. Es mi primera protagonista femenina y para un boomer es complicado salir indemne. Lo he trabajado mucho y he leído mucho para hacerlo lo mejor posible.
—Aflora un feminismo adulterado: ella se muestra como mujer empoderada cuando hay unos hombres detrás manipulando esa imagen para su beneficio.
—Claro. Y ella se da cuenta y se rebela, pero al final traga. Es ambiciosa y juega sucio.
—¿Qué ciudad es Estela?
—Es una mezcla de 10 o 12. Tiene cosas de Santander, Oviedo, Gijón, Vigo, A Coruña, Pontevedra y Ferrol, entre otras. He querido crear el universo de un sitio lleno de prejuicios, cotilla y con un mundo lleno de niebla y viento. Pero no creo que pudiera ser tan cruel como para situarla en una ciudad de verdad, porque es una ciudad chunga.
—Unos capítulos son en primera persona; otros, en tercera, y la sensación general es de novela-puzle. ¿Lo ve así?
—Llevo muchos años con esta historia. Seguramente sea la que más ha tardado en plasmarse en papel. Y uno de los desafíos era cómo se narraba. Lo combiné con mucho miedo. Le mandé los primeros capítulos a mi editora y me dijo que, aunque al principio podía despistar, adelante. Y eso me dio confianza. Creo que le da mucha riqueza al relato e incrementa la tensión.
—Habla de entretenimiento, palabra tabú para mucha gente de la cultura, que lo sitúa en una categoría inferior.
—No tengo ningún problema, porque sé que no es nada inferior. A mí esto de ensalzar tu trabajo a base de hundir el de los demás me parece muy mediocre. Dostoyevski era un escritor de folletines y es uno de los grandes. Para mí, una de las grandes novelas del siglo XX es El resplandor de Stephen King y no me cuesta nada decirlo. ¿Por qué? Porque basta con ser objetivo y leer. Me encanta leer a Borges y a Kenzaburo Oé, pero también lo otro.
—¿Cómo va el proyecto de hacer una película basada en su novela «Los lobos no piden perdón»?
—Estoy desarrollándola con el cineasta Pedro Corredoira, porque lo queremos hacer muy bien. He tenido ofertas de vender los derechos del libro pero perdiendo el control. La primera adaptación cinematográfica que se haga quiero tener el control, porque quiero que salga perfecta. Si hacen algo mal te dejan marcado.
—Juan Gómez-Jurado le dijo que hasta escribir el tercer libro uno no podía llamarse escritor. ¿Prueba superada?
—Me lo dijo con el primero, me dijo que era una persona que había escrito una novela, no un escritor. Y tiene razón. La dinámica de seguir escribiendo tiene que formar parte de tu día a día. Desde el 2016 yo no soy la misma persona, ni puedo hacer lo mismo que hacía. Tengo una estructura vital con su tiempo para la escritura.