Sabio León de Oro de femenina liberación a «Poor Things», de Yorgos Lanthimos
CULTURA
Los migrantes de Garrone y Holland, premios de una Mostra muy política
10 sep 2023 . Actualizado a las 11:26 h.A esta 80.ª Mostra que tantas expectativas despertó en su arranque y luego, a la vista de algunos desencantos, fue dejando el champán enfriando —por si acaso— hasta el último minuto, la han ratificado finalmente como triunfante un grupo de sabios creadores —aquí jueces— y su palmarés de sensibilidad y de exacta cirugía que hace brillar y resalta los talentos mayores del cine aquí visto. El León de Oro para el griego Yorgos Lanthimos por Poor Things y su febril desarrollo de una liberación sexual femenina en la Inglaterra victoriana resulta la clave de bóveda de esta cascada de premios eminentes. Porque la película de Lanthimos es, sin discusiones, la mejor de la competición en las formas en que el griego —uno de los o tres grandes creadores mundiales de la última década— concibe esta emancipación de una Emma Stone en desencadenamiento formidable, como una obra que nada tiene de convencional.
Parte nada menos de las raíces del fantástico, con aperturas oportunas hacia el humor, en la base de su protagonista, una novia de Frankenstein, una mujer que ha tratado de suicidarse, cuyo cerebro ha reamueblado un mad doctor con el rostro de Willem Dafoe. Y es deslumbrante la manera en que este personaje femenino se va rearmando y acaba por convertir en monigotes a los tipos —el seductor patético de Mark Ruffalo— que la han manejado como objeto. Se produce esta explosión en la misma medida en que Stone corona sus cimas de lucidez y de coraje, en una actuación de entrega y explicitud de una fisicidad y atrevimiento inusitados en una gran estrella de Hollywood, nada menos que la chica La la Land del presidente del jurado, Chazelle. Es notorio que en este León de Oro, además de al siempre irreverente genio de Yorgos Lanthimos (que gana así su primer festival de los más grandes) hay mucho metal precioso de Chazelle y sus colegas dedicado directamente a la indomeñable actriz norteamericana.
Es otro acierto situar en el escalón de la plata, con el Gran Premio del Jurado a Ryusuke Hamaguchi y la decantada sutileza de su Evil Does Not Exist. Hamaguchi apabulló hace un par de años con Drive My Car, a la que negaron el Óscar y la Palma en Cannes, y es justísimo que su delicada elegía por el medio rural, amenazado por la especulación y el turismo masificado, resuelta con una metáfora visual tan bella como cruel, salga de aquí tan ensalzada.
Luego hay que hacer ver cómo este jurado presidido por Damien Chazelle, acompañado de Jane Campion, Mia Hansen Love, Martin McDonagh, Santiago Mitre y Laura Poitras —demasiado talento para hacerlo mal—, lidiaba con dos películas, lo Capitano, de Matteo Garrone y Green Border, de Agnieszka Holland, que pusieron en el epicentro del festival el drama de los migrantes y sus odiseas de dolor y padecimientos, una cuestión humanitaria y política de urgencia. Excluirlas hubiera resultado un poco estridente. Por eso hay una evidente concesión por exceso en el premio al italiano Garrone como mejor director porque su película —en ese viaje de dos adolescentes desde Senegal hasta la costa mediterránea de Italia, dentro del cual estaba cantado el premio como actor revelación al joven no profesional Seydou Sarr— posee cierto pulso narrativo, pero muy relativa autoría. Y se percibe como una finísima jugada de mus apalancar a la polaca Holland con un muy secundario Premio del Jurado, que sabe ni a bronce, por la escasa limpieza con la que esta directora experta en rapiñas emocionales carga las tintas de manera redundante en los refugiados sirios e iraníes abocados al infierno del ping pong entre las fronteras de la dictadura bielorrusa y el régimen liberal de Polonia.
Pinochet por Pablo Larraín, Priscilla por Sofia Coppola
La otra película esencial de la competición era el dibujo que hace el vitriólico Pablo Larraín en El Conde de ese Pinochet redivivo como vampiro que sobrevuela con su capa al viento las noches de Santiago. Es enorme la fuerza inventiva —y su acompañamiento estético goyesco— de Larraín, con esa corte de los milagros o burbuja macabra donde moran el tirano eterno y su esposa, Lucia Hiriart. Y hasta se presenta una Margaret Thatcher también inmortal y vampira. El guion fermentado en cáustico esperpento no lo ha dejado pasar sin galardón el jurado. Y su decisión tan relevante es —además de artística— una llamada a la no impunidad de la desmemoria explícitamente expresada por Larraín al recoger su premio.
La manera en que Cailee Spaeny (mejor actriz) se hace con la mirada de Priscilla Presley, en el proceso que la lleva de rehén adolescente de Elvis a decidida rebelde que huye de la cárcel de Graceland es lo salvable de la tan tibia película de Sofia Coppola. Y es lástima que se haya obviado la proeza del alemán Franz Rogowski y su gitano enfrentado al Holocausto en Lubo para otorgarle la mejor interpretación masculina a Peter Sargaard y su corrección como enfermo de demencia en la paradójicamente olvidable Memory de Michel Franco.
Nadie es perfecto. Pero por su palmarés salvador, esta Mostra casi lo ha parecido.