Aloma Rodríguez: «Los escritores somos muy pesados con la literatura del yo y abrirnos en canal»

María Viñas Sanmartín
maría viñas REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

pedro anguila

La hija del periodista Antón Castro relata en «Puro glamour» con no poca retranca sus peripecias cotidianas

30 may 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Puro glamour (La Navaja Suiza) es pura vida, pura cotidianeidad, pura cadencia familiar. Pura madre haciendo malabarismos. El día a día de aquella que vuelve a su ciudad natal para criar y despejar frentes, con intrascendencia, mucho sueño y no poca retranca, y es ahí donde aflora el gen gallego de Aloma Rodríguez (Zaragoza, 1983), hija del escritor y periodista arteixán Antón Castro. La suya, afincada en Aragón, es una estirpe —ahí, también, su hermano Daniel Gascón— de contadores de cosas corrientes, pero jamás convencionales. No es ella de mirar «hacia dentro», dice. Más bien de echar hacia fuera.

—¿Otro libro más de autoficción?

—Ya… Es un poco rollo, los escritores somos todos muy pesados con la literatura del yo, con lo de abrirnos en canal. Yo estaba un poco peleada con eso, con no hacer otro libro más autobiográfico, pero es que cada vez me da más pereza leer ficción pura y dura. Necesito que el escritor haya escrito la historia que leo porque tenía una necesidad real de escribirla, necesito saber qué es lo que le ha motivado. A mí me da muchísimo miedo caer en el narcisismo y mucha pereza la introspección, no quiero ser eviscerada, no me interesa nada. Pensaba más en que esto fuera algo de alguien que mira y cuenta lo que ve. Y si no hay una búsqueda formal, la verdad es que tampoco me interesa.

—«Puro glamour» empezó como una serie de artículos que se publicaban quincenalmente en la revista «Letras libres».

—Quería hacerme trampas al solitario, a ver si el libro se escribía solo, quitarme la frustración de no poder escribir por falta de tiempo, por dedicárselo a los niños. La idea fue aprovechar las situaciones del día a día, darles una salida literaria, convertirlas en episodios. Pensaba en la serie Better Things, de Pamela Adlon, sobre la vida de una madre que lidia a la vez con sus tres hijas y sus propios deseos; me hacía gracia. El proyecto fue creciendo y, al final, tuve que trabajarlo más de lo que me habría gustado. Soy bastante perezosa.

—¿Cuánto hay de mentira?

—Yo ahora pienso que todo es verdad, pero probablemente habré inventado cosas que he olvidado que inventé [ríe]. Es un texto muy llevado por el humor y con el humor a veces se exagera. Me pierdo en los detalles, pienso: «¿Esto era un chiste o era real?». Pero bueno, me pasa también en el día a día.

—«Mi amiga escritora me dijo que yo aún no sabía qué escritora quería ser». ¿Ha llegado a alguna conclusión?

—Creo que lo sé de una manera interna y profunda, pero aún no puedo verbalizarlo. Lo que sí he decidido es no luchar más conmigo misma para ser un tipo de escritora que no me nace naturalmente ser, he asumido que seré la escritora que tenga que ser y creo que estoy en el camino. Una cosa que me da miedo es repetirme, encontrar una fórmula que me funcione y estancarme ahí.

—Dice que lee por tres razones: diversión, perversión y dinero. ¿Cuál de las tres le pesa más?

—Al final el dinero lo ensucia todo, es la parte que tiene doble filo. Cuando uno lee mucho, siempre piensa que ojalá le pagasen por leer, pero cuando lo consigue termina quejándose de ello.

—¿Teme que leer por obligación le genere rechazo a la lectura?

—He sentido miedo a cansarme, al cansancio físico. Pero sé que si descanso luego podré seguir leyendo. Lo que sí me asusta es pensar en hacerme mayor y no poder leer, eso me da pánico, porque los audiolibros no me gustan nada. Una de las cosas buenas de leer es que estás haciendo solamente eso, es algo medio místico, requiere toda tu atención. Si escuchas un audiolibro sueles estar haciendo otras cosas.

—¿Ha cambiado mucho su manera de leer?

—Leo mucho más rápido, y me da mucha rabia no poder abordar ciertos libros de forma más reposada. Y ahora casi siempre leo con pipas, para no dormirme.

—Otra amiga suya se distanció porque se reconoció en uno de sus cuentos. ¿Ha retocado aquí la realidad para no molestar a los que le rodean?

—Antes de tener hijos me daba igual, ahora me preocupa que se enfaden, sobre todo la mayor, que ya tiene nueve años. Pero pienso que en el fondo todo está protegido por el paraguas de la literatura. Lo cierto es que cuando escribo soy muy inconsciente y no pienso en las consecuencias, quizá algún día alguien se moleste, pero qué le vamos a hacer, lo siento. De momento, la gente está feliz de salir, lo que les fastidia es que no hable más de ellos [risas]. Mi hermana, lo primero que hizo cuando le envié la primera versión del libro fue buscar «mi hermana», a ver cuántas veces aparecía.

«En el fondo, aquí hay una hija que quiere atrapar a su padre»

Decía Borges, tal y como apunta Aloma Rodríguez en las páginas de Puro glamour, que nunca había salido de la biblioteca de su padre. Ella ni siquiera ha terminado de franquear el umbral de la del suyo, anota.

—¿De qué manera ha influido en usted su padre lector y escritor?

—En el libro hay dibujada una trama muy sutil: la de una hija intentando atrapar al padre. Mi padre está casi siempre en su mundo de escritor, como si siempre entre nosotros [sus hijos] y él estuvieran los libros, lo que es muy gozoso, porque yo y mi hermano Daniel somos en parte escritores porque le hemos visto disfrutar con ello. La tarea de escribir ha sido una especie de valla que hubo que saltar para llegar a él; en el fondo, este libro lo escribe una hija que quiere atrapar a su padre y que no quiere que sus hijos tengan que atraparla a ella. Y luego está el hecho de haber crecido rodeados de libros. La, digamos, invasión de los libros en mi casa era bastante bestia, a mi padre le cuesta mucho desprenderse de ellos y no tiene espacio para tantos. Hay como una lucha incluso física con los libros. En cuanto a la lectura, creo que tenemos una sensibilidad parecida y al mismo tiempo nos provocamos. Y de carácter, yo diría que yo me parezco más a él que mi hermano, somos más melancólicos. Yo tengo un punto medio gallego.

—Usted se dedica también a la crítica literaria. ¿Se publica mucho libro malo?

—Sí, claro. Bueno, es una cuestión estadística, se publica mucho libro y no todo puede ser bueno.

—Y, sin embargo, apenas se publican malas reseñas.

—Es un tabú. Creo que tiene que ver con la evisceración. Cuando alguien te cuenta cosas muy íntimas no vas a decirle que está mal. También está lo de identificar el libro con el escritor: si haces una crítica ya es algo personal. Estamos infantilizados. No se tolera el disenso ni el matiz. De una crítica se aprende. ¿Estamos dispuestos a aprender? A mí un análisis duro, si se le ha dedicado tiempo y está bien argumentado, me parece una muestra de respeto.

«Los escritores somos muy pesados con la literatura del yo y abrirnos en canal»

La hija del periodista Antón Castro relata en «Puro glamour» sus peripecias cotidianas

maría viñas

Puro glamour (La Navaja Suiza) es pura vida, pura cotidianeidad, pura cadencia familiar. Pura madre haciendo malabarismos. El día a día de aquella que vuelve a su ciudad natal para criar y despejar frentes, con intrascendencia, mucho sueño y no poca retranca, y es ahí donde aflora el gen gallego de Aloma Rodríguez (Zaragoza, 1983), hija del escritor y periodista arteixán Antón Castro. La suya, afincada en Aragón, es una estirpe —ahí, también, su hermano Daniel Gascón— de contadores de cosas corrientes, pero jamás convencionales. No es ella de mirar «hacia dentro», dice. Más bien de echar hacia fuera.

—¿Otro libro más de autoficción?

—Ya… Es un poco rollo, los escritores somos todos muy pesados con la literatura del yo, con lo de abrirnos en canal. Yo estaba un poco peleada con eso, con no hacer otro libro más autobiográfico, pero es que cada vez me da más pereza leer ficción pura y dura. Necesito que el escritor haya escrito la historia que leo porque tenía una necesidad real de escribirla, necesito saber qué es lo que le ha motivado. A mí me da muchísimo miedo caer en el narcisismo y mucha pereza la introspección, no quiero ser eviscerada, no me interesa nada. Pensaba más en que esto fuera algo de alguien que mira y cuenta lo que ve. Y si no hay una búsqueda formal, la verdad es que tampoco me interesa.

—«Puro glamour» empezó como una serie de artículos que se publicaban quincenalmente en la revista «Letras libres».

—Quería hacerme trampas al solitario, a ver si el libro se escribía solo, quitarme la frustración de no poder escribir por falta de tiempo, por dedicárselo a los niños. La idea fue aprovechar las situaciones del día a día, darles una salida literaria, convertirlas en episodios. Pensaba en la serie Better Things, de Pamela Adlon, sobre la vida de una madre que lidia a la vez con sus tres hijas y sus propios deseos; me hacía gracia. El proyecto fue creciendo y, al final, tuve que trabajarlo más de lo que me habría gustado. Soy bastante perezosa.

—¿Cuánto hay de mentira?

—Yo ahora pienso que todo es verdad, pero probablemente habré inventado cosas que he olvidado que inventé [ríe]. Es un texto muy llevado por el humor y con el humor a veces se exagera. Me pierdo en los detalles, pienso: «¿Esto era un chiste o era real?». Pero bueno, me pasa también en el día a día.

—«Mi amiga escritora me dijo que yo aún no sabía qué escritora quería ser». ¿Ha llegado a alguna conclusión?

—Creo que lo sé de una manera interna y profunda, pero aún no puedo verbalizarlo. Lo que sí he decidido es no luchar más conmigo misma para ser un tipo de escritora que no me nace naturalmente ser, he asumido que seré la escritora que tenga que ser y creo que estoy en el camino. Una cosa que me da miedo es repetirme, encontrar una fórmula que me funcione y estancarme ahí.

—Dice que lee por tres razones: diversión, perversión y dinero. ¿Cuál de las tres le pesa más?

—Al final el dinero lo ensucia todo, es la parte que tiene doble filo. Cuando uno lee mucho, siempre piensa que ojalá le pagasen por leer, pero cuando lo consigue termina quejándose de ello.

—¿Teme que leer por obligación le genere rechazo a la lectura?

—He sentido miedo a cansarme, al cansancio físico. Pero sé que si descanso luego podré seguir leyendo. Lo que sí me asusta es pensar en hacerme mayor y no poder leer, eso me da pánico, porque los audiolibros no me gustan nada. Una de las cosas buenas de leer es que estás haciendo solamente eso, es algo medio místico, requiere toda tu atención. Si escuchas un audiolibro sueles estar haciendo otras cosas.

—¿Ha cambiado mucho su manera de leer?

—Leo mucho más rápido, y me da mucha rabia no poder abordar ciertos libros de forma más reposada. Y ahora casi siempre leo con pipas, para no dormirme.

—Otra amiga suya se distanció porque se reconoció en uno de sus cuentos. ¿Ha retocado aquí la realidad para no molestar a los que le rodean?

—Antes de tener hijos me daba igual, ahora me preocupa que se enfaden, sobre todo la mayor, que ya tiene nueve años. Pero pienso que en el fondo todo está protegido por el paraguas de la literatura. Lo cierto es que cuando escribo soy muy inconsciente y no pienso en las consecuencias, quizá algún día alguien se moleste, pero qué le vamos a hacer, lo siento. De momento, la gente está feliz de salir, lo que les fastidia es que no hable más de ellos [risas]. Mi hermana, lo primero que hizo cuando le envié la primera versión del libro fue buscar «mi hermana», a ver cuántas veces aparecía.

«En el fondo, aquí hay una hija que quiere atrapar a su padre»

Decía Borges, tal y como apunta Aloma Rodríguez en las páginas de Puro glamour, que nunca había salido de la biblioteca de su padre. Ella ni siquiera ha terminado de franquear el umbral de la del suyo, anota.

—¿De qué manera ha influido en usted su padre lector y escritor?

—En el libro hay dibujada una trama muy sutil: la de una hija intentando atrapar al padre. Mi padre está casi siempre en su mundo de escritor, como si siempre entre nosotros [sus hijos] y él estuvieran los libros, lo que es muy gozoso, porque yo y mi hermano Daniel somos en parte escritores porque le hemos visto disfrutar con ello. La tarea de escribir ha sido una especie de valla que hubo que saltar para llegar a él; en el fondo, este libro lo escribe una hija que quiere atrapar a su padre y que no quiere que sus hijos tengan que atraparla a ella. Y luego está el hecho de haber crecido rodeados de libros. La, digamos, invasión de los libros en mi casa era bastante bestia, a mi padre le cuesta mucho desprenderse de ellos y no tiene espacio para tantos. Hay como una lucha incluso física con los libros. En cuanto a la lectura, creo que tenemos una sensibilidad parecida y al mismo tiempo nos provocamos. Y de carácter, yo diría que yo me parezco más a él que mi hermano, somos más melancólicos. Yo tengo un punto medio gallego.

—Usted se dedica también a la crítica literaria. ¿Se publica mucho libro malo?

—Sí, claro. Bueno, es una cuestión estadística, se publica mucho libro y no todo puede ser bueno.

—Y, sin embargo, apenas se publican malas reseñas.

—Es un tabú. Creo que tiene que ver con la evisceración. Cuando alguien te cuenta cosas muy íntimas no vas a decirle que está mal. También está lo de identificar el libro con el escritor: si haces una crítica ya es algo personal. Estamos infantilizados. No se tolera el disenso ni el matiz. De una crítica se aprende. ¿Estamos dispuestos a aprender? A mí un análisis duro, si se le ha dedicado tiempo y está bien argumentado, me parece una muestra de respeto.