Marcos Giralt Torrente: «Quise muchísimo a mi abuelo y tengo por él una gran admiración literaria, pero no era un superhéroe»

Xesús Fraga
Xesús Fraga REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

El escritor Marcos Giralt Torrente.
El escritor Marcos Giralt Torrente. SANDRA ALONSO

El escritor publica «Algún día seré recuerdo», un volumen que reúne una selección de textos sobre la familia, la paternidad, el arte y la literatura

07 may 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

La familia y la paternidad, el arte y la literatura. El nuevo libro de Marcos Giralt Torrente (Madrid, 1967), Algún día seré recuerdo (Anagrama), reúne textos de diversos orígenes sobre estas cuatro cuestiones que, a menudo, entrelazan sus perspectivas. Parientes como su abuelo Gonzalo Torrente Ballester o su tío Gonzalo Torrente Malvido desfilan por sus páginas, como también lo hacen artistas plásticos de la talla de Matisse y Kurt Schwitters. 

—Cuando se publicó su anterior libro, Mudar de piel, mencionó la importancia que le otorga a la estructura y los ritmos de los cuentos reunidos en un solo libro. Me imagino que en este Algún día seré recuerdo, que reúne piezas de procedencias más variadas, también le habrá dedicado una especial atención a su selección y orden. ¿Qué nos puede contar de ese proceso?

—Me planteé la estructura como una especie de collage narrativo. Un collage sobre papel tiene la ventaja de que todos los elementos que lo componen son capturados por el lector en un mismo momento, y este puede ver a la vez la singularidad de cada uno de ellos y, a la vez, la imagen resultante que forman todos juntos. En Algún día seré recuerdo ese efecto era imposible de lograr, ya que la literatura se desarrolla en el tiempo, no en el espacio. Sin embargo, buscaba el mismo efecto, el de que cada texto del libro tuviera entidad por sí mismo y al mismo tiempo en su interrelación con los otros textos fuese la pieza de un engranaje mayor, de una narración subterránea. Con ese fin, hube de hacer una selección de textos encaminada no solo a elegir los mejores entre mis textos de no ficción, sino entre estos, aquellos que fueran capaces capaces de interrelacionar con otros en ese diálogo entre el arte y la literatura y la vida y la paternidad que recorre el libro. Para eso tuve que dejar fuera muchos textos que me gustaban y que me dolió quitar, pero que no casaban con el espíritu del libro. La última etapa fue ordenarlos en una estructura que mantuviera la atención y a la vez trazara una suerte de progresión. El orden, sutil, pretende marcar un cierto camino de ida y vuelta. Hay primero una ráfaga de textos autobiográficos, se adentran poco a poco en el arte a través de mi propia experiencia, prosiguen del mismo modo por la literatura y terminan regresando de nuevo a lo más estrictamente biográfico.

 —El mundo familiar y el del arte se presentan como amplios ejes temáticos del libro, dos ámbitos que, además, se entrecruzan en las páginas.

—El arte, la literatura, la familia, la paternidad… Esos son, efectivamente, los cuatro ejes alrededor de los que se vertebra, y juntos componen una suerte de autorretrato al trasluz. De mis ideas acerca del arte y la literatura (mis reflexiones sobre la artes plásticas son extrapolables a la literatura y viceversa) y de algunos acontecimientos esenciales de vivir como son las herencias espirituales. Ahí es donde entra en juego la familia y la paternidad. Este libro, en cuanto que autorretrato o compendio de manías, tiene también algo de legado abstracto de un padre hacia su hijo. De ahí que mi hijo aparezca en la portada, también porque es uno de los protagonistas del texto que da título al volumen, donde narro un día en el que por la mañana intenté enseñar mi hijo a ser valiente en un parque infantil y por la noche yo me comporté como un absoluto cobarde ante una inexplicable agresión en una fiesta literaria.

—En los textos sobre su tía Carmen y su tío Gonzalo se vale de la anécdota, el retrato psicológico, el matiz y la reflexión. ¿Cómo organiza esa materia prima para darle forma literaria, que en ocasiones casi se reviste de cuento?

 —En el caso de esos textos me fue, digamos, fácil. Los protagonistas de ambos eran personas muy cercanas y queridas, con una historia vital compleja pero acerca de la cual he pesado mucho a lo largo de la vida toda mi. Como soy narrador, es natural que cuando me pongo a «reflexionar» sobre la vida esta reflexión fluya en modo de narración. Me gusta que así sea y lo potencio en la medida de mis posibilidades. Pulo el texto, pulo la dosificación de la información, pulo la estructura… Más aún cuando se trata de textos en los que se relatan peripecias que no tengo tan interiorizadas.

—La carta a su abuelo Gonzalo aborda su faceta más familiar desde tu relación con él, una perspectiva que queda reforzada por su carácter vocativo, casi una interpelación. Y evidencia también cómo el tiempo y el conocimiento modifican nuestra visión de las personas…

—Literariamente, me gusta mucho moverme en esas ambigüedades que nos proporciona la vida y, dentro de esta, lo más inmediato: nuestros seres queridos. Los malos libros, las malas películas, nos proporcionan panoramas maniqueos de la realidad en los que esta parece siempre o blanca o negra. Y no es cierto, de querer adjudicarle algún color, lo más justo es decir que la realidad transita por las distintas tonalidades del gris. Yo quise muchísimo a mi abuelo y tengo por él una gran admiración literaria. Pero no era un superhéroe, y esas facetas en las que ninguno de nosotros somos superhéroes deben aflorar también en cualquier aproximación literaria a un personaje, aunque sea de la familia o muy admirable por otros conceptos.

—La ausencia es fundamental en esas figuras evocadas, como la de una de sus amigas de la infancia. ¿En qué medida influye esa ausencia, que convierte a quienes fueron personas en fantasmas, que habitan ya el recuerdo, en este caso, concretado en páginas?

—El fantasma es una figura clave en la literatura de todos los tiempos precisamente por esa ambivalencia de su condición. Teóricamente es un ser que no habita ya este mundo, sujeto de memoria, pero por otro es capaz de aparecerse, a menudo con un mensaje de ese mundo fenecido en el que habita. En ese sentido toda persona de nuestro pasado podríamos decir que es un fantasma en la medida en la que se nos aparece en la memoria. Y ya sabemos que la memoria es «recreativa», modifica y nos modifica, viene siempre con un mensaje que hay que desencriptar y lo hacemos siempre a la luz de nuestra experiencia presente.

—Otro rasgo presente en muchos textos es ese uso del detalle revelador: por ejemplo, la moneda de oro o el cambio de americanas con su tío. ¿En qué momento identifica lo literario que tienen esas imágenes, que para otros podrían ser solo anécdotas, pero que el escritor convierte en elementos clave del discurso?

—En eso intento ser fiel a Chéjov, aunque creo también que se ha abusado un poco citando esa frase famosa sobre el clavo. Cada texto, en función de su longitud y de su finalidad, requiere de una alquimia particular. A veces nos basta con incluir un solo detalle revelador y a veces se requiere toda una melodía. Un detalle revelador es un detalle que en algún sentido resume el meollo de un texto. En ese que citas se erige en símbolo del perdón. Ahora bien, no sé cómo los identifico. Lo que sí puedo decirte es que cuando me preguntan en los talleres de escritura por consejos sobre cómo escribir, siempre digo que antes de nada hay que aprender a observar, que si no observas no podrás jamás escribir. Realmente ahí nace todo.

—Otra cuestión es el concepto de herencia, el legado material e inmaterial. Pienso en las teteras de su abuelo, pero también en sus consejos y las consecuencias de actos o palabras, a veces de forma involuntaria. Hay aquí no solo una evocación de ello, sino de su recepción, de su influencia, asimilación o rechazo…

—Esas herencias que antes llamaba espirituales constituyen un bagaje que pueden sernos muy útiles a la hora de enfrentarnos a nuestra propia experiencia. Si son ejemplares y las asimilamos correctamente pueden ser muy enriquecedoras. Pero incluso la herencia más enriquecedora puede representar a veces o, en determinados aspectos, una carga.

—Otros textos fueron escritos para catálogos de exposiciones o son conferencias sobre artistas. ¿Qué papel desempeña su presencia en su vida, cómo influye, si es que lo hace, en lo que escribe?

—Crecí rodeado de cuadros y a través de mi padre, que era pintor, me familiaricé desde muy pronto con el trabajo del artista plástico, que, como el del escritor, es un trabajo muy solitario. La contemplación de la pintura, su entendimiento profundo, es un hecho determinante de mi educación estética. A través de mi padre he podido ver «crecer» el trabajo de un artista, he sido testigo de su evolución, de sus retos, y también de las dudas, de las encrucijadas y de los «cantos de sirena» que se le planean a lo largo del camino. Nada de todo eso es muy diferente de la experiencia del escritor. Así reflejo en uno de mis textos favorito del libro, Mi vida con Kurt Schwitters, donde me interrogo por la vocación y la función del arte.

—Actualmente se encuentra en una residencia literaria en Cataluña, escribiendo.

—Ahora mismo estoy pasando un mes en la residencia de escritores Sanià, en la Costa Brava. Abrió hace muy poquito en una casa donde estuvo Truman Capote escribiendo parte de A sangre fría. Es la primera vez que me atrevo a estar tanto tiempo fuera de casa desde que soy padre (¡lo fui hace catorce años!), e intento aprovechar el tiempo al máximo, ya que en mi residencia habitual, en Madrid, sometido a los estreses de la vida, a veces no me resulta tan sencillo encontrar el tiempo para escribir. Aprovechar el tiempo al máximo significa por supuesto escribir, pero también leer, reflexionar, descansar… Estoy terminando un libro, o eso intento, con el que llevo bastantes años y que ya estaba ahí cuando publiqué los últimos. Es un libro familiar, sobre mi familia materna, con el que pretendo cerrar el ciclo biográfico que abrí con Tiempo de Vida.