Nazario: «La represión puede provocar especímenes como el marqués de Sade o como yo, con perdón»

m. c. A CORUÑA / LA VOZ

CULTURA

El dibujante Nazario Luque (Castilleja del Campo, Sevilla, 1944).
El dibujante Nazario Luque (Castilleja del Campo, Sevilla, 1944). Germán Barreiros

Dibujante, pintor, fotógrafo y últimamente escritor, presenta los dos primeros volúmenes de su autobiografía, editados por Anagrama

10 mar 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

«Vamos al underground». Una invitación a hablar de su vida de cómic y frenesí en la Barcelona de los años 70 suena a oídos de Nazario Luque (Castilleja del Campo, Sevilla, 1944) como una invitación a comer. «¿Es un restaurante?», pregunta entre risas. Son las dos y al dibujante, pintor, fotógrafo y últimamente escritor, que hizo de su homosexualidad el tema central de su obra artística, no le llega el momento de sentarse a la mesa. «En Sants había una tienda de productos gallegos a la que iba mucho a comprar. Pulpo buenísimo, un pan increíble, lacón, un queso que solo se producía dos meses al año porque las vacas comían una hierba que solo crecía esos meses, castañas, exquisiteces, vaya», resume en un hotel de A Coruña horas antes de presentar los dos primeros volúmenes de su autobiografía, editados por Anagrama.

La comida lo lleva a Alejandro Molina, su pareja durante 36 años, fallecido hace siete. «Comer fuera a mí no me hace gracia, cocinábamos los dos y cuando murió hice lo que llaman resiliencia. Conocí a tres inválidos alcohólicos que vivían en la plaza Real y estuve cinco años bajándoles comida caliente. Cociné para los cuatro hasta que murieron dos, un marroquí ya mayor y una alemana. La verdad es que les hice un favor pero ellos también a mí porque me ayudaron a sobrellevar la soledad», cuenta.

Con 79 años, «cinco o seis amantes, cantidad de proyectos, una exposición en una galería muy moderna de Barcelona y un documental sobre los 80», Nazario está razonablemente bien. Sus amantes, a los que compartía con su pareja —«soy muy fiel», advierte—, forman parte del libro que está escribiendo, en el que repasa «la crisis del ladrillo, el cierre de las galerías, por qué dejé de pintar, el cambio de chip y los dos años trabajando en mi web, exhaustiva: metí todo mi trabajo y todos los escándalos, antes de dedicarme a escribir».

Los escándalos, «algunos muy curiosos», apunta, tienen que ver con las escenas de sexo homosexual —explícito a veces— que pueblan sus álbumes desde San Reprimonio, «uno que prefiere castrarse antes que caer en la tentación de abrirle la puerta del coche a un chaval que estaba en la acera esperando que alguien la abriera; y hoy lo tienen [el álbum] en la colección permanente del Reina Sofía», explica Nazario, que cuenta cómo la educación religiosa de su madre y de los Salesianos, «que me inculcaron la culpa y me hicieron la vida imposible», influyó en su primera fase underground.

La etiqueta, por encima de los bajos fondos y la coherencia con que vivió siempre, le llegó por las similitudes con los dibujantes estadounidenses que fundaron el cómic underground, Robert Crumb, Rick Griffin o S. Clay Wilson, y no le sirve del todo. «Nosotros no éramos underground, éramos pobres», resuelve. «Marginal y contracultura, nos decían. Y un día a mi padre le dieron una publicación que ponía Nazario, el héroe contracultural, y viene y me dice: "Hijo mío, hay que ver, con el dinero que me ha costado darte una cultura y ahora dicen que eres lo máximo de la contracultura". Mira las palabras cómo se pueden interpretar».

Nazario oyó tocar al mejor guitarrista de la historia del flamenco y sabe que en Suecia ni su vida ni su obra serían las mismas. «Aquí la represión tiene eso, que al encontrar una válvula de escape, puede llegar a provocar especímenes como el marqués de Sade o como yo, con perdón».