João Canijo hace su panóptica variación de «Bernarda Alba» en la muy ambiciosa «Mal viver»

José Luis Losa BERLÍN / E. LA VOZ

CULTURA

Fotograma del filme del realizador luso João Canijo «Mal viver».
Fotograma del filme del realizador luso João Canijo «Mal viver».

Steven Spielberg recibe en la Berlinale el Oso de Oro de honor, reparación por la incomprendida y notable «Los Fabelman» camino del cadalso a los Óscar

22 feb 2023 . Actualizado a las 22:22 h.

En la pugna por el Oso de Oro, de momento, van desemboscándose los nombres de prestigio de la competición, esos de los que siempre hay que esperar que hagan saltar la banca. Y hemos tenido -así- doble dosis de firmas autorales, la del portugués João Canijo y la de la alemana Angela Schanelec. Pero lo único que ha saltado realmente en sus proyecciones es el resorte de las butacas con la escapada despavorida de muchos colegas de la crítica ante lo desaforado o extenuante de lo propuesto por ambos.

En el caso de la película de Canijo, Mal viver, hasta pareció que les debía de resultar a la multitud en fuga realmente una cuestión de supervivencia abandonar cuanto antes lo que estaban viendo, pues el ritmo de salida del personal sonaba como una suelta de los Sanfermines. Es cierto que Mal viver es opresiva y claustrofóbica. Y que ese enclaustramiento en un hotel decadente de un cuadro de mujeres en trance trágico puede dejar exhausto. Pero no pienso que, aún como obra fallida, no merezca un respeto. O dos. Su autor, João Canijo (Oporto, 1957), es un veterano en cuyo largo recorrido se halla una obra maestra absoluta: Sangue do meu sangue, un cénit del melodrama desenfrenado que rodó en 2011.

Desde ese momento y extrañamente (porque la grandeza de esa película provocó que se esperara con atención internacionalmente su siguiente paso) Canijo se replegó al terreno de producciones documentales no exentas de interés pero de alcance local. Y es ahora, doce años después, cuando por fin retorna al circuito del gran cine de autor más ambicioso con este Mal viver que llega, además, con otra película más en contracampo con ella, Viver mal, que se exhibe en una sección paralela.

Yo entré volcado con la reaparición de Canijo. Pero me voy hallando en este su retorno al melodrama demasiadas adherencias o parasitaciones de otros: la piscina congelada en el tiempo como de la Lucrecia Martel de La ciénaga, la estilización en esfinge de los rostros y los cuerpos femeninos en onda Fassbinder, ese encierro de madre e hijas que parece la lorquiana Bernarda Alba. Y también Bergman y Lanthimos parecen flotar por ahí.

Total, que de tantas influencias, de Canijo va quedando menos. Y su hotel de la decrepitud, escenario teatral y a veces panóptico de la no-vida mientras suena Pompa y circunstancia de Elgar, es una amargura de gritos y susurros y una estranha forma de vida que terminan por agotar. Quedan, desde luego, una exquisita composición visual y el trabajo extraordinario de esas actrices lusas soberbias que ya estaban en Sangue do meu sangue (Rita Blanco, Anabela Moreira, Cleida Almeida, Beatriz Batarda) y cuya eminencia parece ser muchas veces silenciada fuera de su país.

Ni perdón ni paños calientes para Ángela Schanelec

Quien no merece perdón ni paños calientes es la alemana Ángela Schanelec. Su cine es apreciadísimo por la corriente de forofos de lo más críptico y radical. Yo salgo de sufrir duramente con lo que Schanelec nos propone ahora en Music, que todavía no sé exactamente lo que es. Todo arranca con un niño acunado por el mar -algo se dice de que es un pequeño Edipo- que cuando crece es acosado en un pedregal por otro hombre. Ante eso, no solo le hace una cobra sino que lo mata a pedradas.

La directora Angela Schanelec, en la presentación de «Music».
La directora Angela Schanelec, en la presentación de «Music». Annegret Hilse | Reuters

Como es una tragedia, el fatum lleva a que en el presidio el joven homicida conozca y enamore a una funcionaria de prisiones que quería también al asesinado. Luego muere gente inexplicable. Atropellan a un hombre que cruza la calle en la misma Potsdamer Plazt, en la calle que cruza el Palast, donde vemos la película. Seguramente iría a comer algo a la cadena de pasta Va Piano. Pero no se explica por qué tiene que morir.

Que más da después de aguantar esos planos fijos interminables, esos recitales canoros surrealistas. Esa pretenciosidad marmórea de cine realmente viejo. A Angela Schanelec le ha sentado muy mal el Oso de Plata que recibió de Juliette Binoche en la Berlinale del 2019 por Estaba en casa, pero... Porque lo que era una directora de minorías ha derivado, con el ego subido, en un peligro público. Por favor, no la premien más porque acabaremos saliendo de su siguiente película en parihuelas.

Spielberg: «La pandemia me hizo ver la necesidad de contar la historia de mis padres»

Qué vamos a decir de que el festival conceda su Oso de Oro de honor a Steven Spielberg. Gloria al autor. Mucho más cuando con su última y notabilísima película, Los Fabelman, ha recuperado sensaciones, madurez y ha construido una muy bella y medida autobiografía donde priman la emoción y el rigor dramático, nunca el ombliguismo. Hay, además, gran justicia poética en premiar justamente ahora a Spielberg, cuando nadie ha ido a los cines a ver su película porque -para qué engañarnos- los centennials no saben ni quién es. Y en el momento en que va a sufrir el desdoro de que Hollywood premie en los Óscar una anti-película del multiverso insoportable, una laminación de cualquier neurona de inteligencia cinéfila titulada Todo a la vez en todas partes, y con ello vaya a ignorar la mejor obra de Spielberg desde la ya lejana Múnich.

En su encuentro con la prensa, Spielberg habló de la importancia que había tenido la pandemia a la hora de tomar la decisión de contar su historia familiar íntima.«Mi madre siempre me decía -evocó el director- que a ver cuándo hacía por fin una película sobre ellos. No me negaras, me decía, que no te hemos dado tema suficiente».

Spielberg, besando el Oso de Oro honorífico.
Spielberg, besando el Oso de Oro honorífico. Fabrizio Bensch | Reuters

En relación con la secuencia de Los Fabelman, donde el joven alter ego de Spielberg es recibido por John Ford, ante la pregunta de qué le diría a un joven director -ahora que él está en la posición del maestro-, Spielberg afirmó: «En todo caso, nunca te mandaría largarte de mi jodido despacho» [como hizo Ford con él]. Y sobre en quién se fija para seguir aprendiendo cosas en el cine, señaló que mira a los directores nuevos, no a los ya consagrados. «Por ejemplo, me fijo en los Daniels», agregó en una señal no sé si sorprendente de cómo generosamente ha interiorizado ya la que se avecina en la ceremonia de los Óscar [Daniel Kwan y Daniel Scheinert son los autores del largometraje Todo a la vez en todas partes].